Para el Aroma / Nocturno del Jazmín / No Hay Alambradas
Este título es un haiku de Miguel D’Ors, que sobrecoge y hasta huele.
Sin duda, el haiku revela la definición más exacta del lenguaje poético: atrapar el instante. Como es sabido, además de contener diecisiete “moras”, que son unidades fonéticas distintas a nuestras síla-bas y que en español traducimos en diecisiete sílabas, el haiku original contenía un “kigo”, que era una palabra o una expresión que indicaba una época del año o la expectación producida al contem-plar un fenómeno de la naturaleza. De esta manera, Miguel Ávila, fiel a esa pureza original escribe:
Arde la arena o también, El Universo
Por un mar de cenizas en la flor de vacío
el sol navega. se despereza.
Pero la necesidad de expresar ese pálpito ha hecho que en la mayoría de los idiomas, de composición o duración silábica y acentual distintas del japonés, hayan intentado adaptar ese milagro de precisión y de belleza a la propia métrica. Es decir, se ha extraído el espíritu y se ha trasladado a la lengua. Por ejemplo, en francés encontramos:
Les feuilles sont tombées…
Pauvres arbres tout nus
Pour passer l’hiver !
En inglés:
Nightfall,
Too dark to read the page
Too cold.
En alemán:
Einen güldnen Steg
Wirft die Abendsonne uns
Übers Wasser zu.
Y en italiano:
Nella pioggerellina primaverile
di certo, è uscito
nù stronzo senza ombrello.
Obviamente, no se ha tratado de traducir al idioma correspondiente los poemas originales japoneses, que también se hace y así son célebres los autores: Matsuo Bashō, Kabayashi Issa, Yamagushi Sodo, Masaoka Shiki o Akiko Yanakiwara, sino de observar cómo cada comunidad los hace suyos.
Y en nuestra lengua son muchos los poetas que han escrito haikus, sin que esto signifique que hayan hecho algo más que medir unos versos y colocarlos en una disposición correcta. Como todo poema, el haiku se trata de una vasija, que ha de contener emoción, pegunta, duda, declaración o asombro, es decir, todo lo que de verdad es sustancial a la poesía, que está donde está.
Miguel Ávila, que es un poeta hondo, ha conseguido en este libro describir una paleta de sensacio-nes únicas, de momentos, de pálpitos conscientes de su universo complejo en palabras sencillas; y ha dejado una colección extraída de ocho libros distintos, publicados desde 2004 a 2018, donde ciento treinta y cuatro haikus son suspiros versificados de quien escribió junto a ellos poemas más largos, para que así nacieran Ladrón de limones o Loquinarias, como poemarios completos.
Y como no ha sido nunca ajeno a la tierra de la que procede, se ha impregnado de la poesía popular española que tan bien conoce, donde ya existe una estrofa muy parecida, que olvidándose de la na-turaleza exterior, incide en lo más íntimo de quien la escribe; y no guarda las diecisiete sílabas por-que nació, antes de que llegaran los aires del Oriente, en un lugar donde ya se cantaba en octosíla-bos: Las soleares.
Calenturitas de muerte
me daban cuando me daban
ganas de verte y no verte.
Por esto, no puede evitar que tanto la sabiduría como esa rima asonante, más que colarse, enriquezca muchos de sus haikus:
Siete cuchillos
en la sangre me clavan
tus ojos fríos.
Añade, además, once composiciones inéditas, aunque serán muchas más las que conserva en su zurrón de emociones, pero los libros de poemas no han de ser extensos, sino intensos, como este.
Y así los dedica a su compañera:
Tina se tiende
en el mar de mi espina.
(Soy un pescado).
Al mar y a la palabra, separados y juntos:
Y la palabra,
la única certeza
del mar ausente.
Y, sobre todo, a la existencia, que es el asunto transversal de su temática:
Por las ojivas Rueda la rueda
los fantasmas se asoman tras el dolor sin pausa
y ven el miedo. (la muerte sigue).
Miguel Ávila es un poeta auténtico, como ha demostrado en sus publicaciones anteriores, por lo que no es de extrañar que en esta obra haya trascendido el mar y el cielo, el agua y los elementos naturales del verso a la totalidad, de manera que se podría decir, en cuanto al “kigo” que comen-taba al principio, que todo el conjunto es quien lo sustenta y los pequeños poemas son, a su vez, parte y todo, célula y cuerpo entero, por lo que cada uno puede leerse -esto es, disfrutarse- en sus dosis de diecisiete sílabas, al tiempo que forman parte de una cosmovisión que aúna tiempo, dio-ses, recuerdos, amor y muerte, temas esenciales de la poesía.
Quizá las alusiones mitológicas de los poemas finales sean el epifonema de esta obra y del propio autor: un minotauro que cada vez escribe más, aun encerrado el laberinto de la existencia y una Ariadna que es quien tiene la llave y el motivo para rescatarlo, aunque precise de la ayuda de Teseo, nosotros los lectores.
Juan Andivia Gómez
Prólogo del libro Cada uno en su casa, edit. Alhulia, Salobreña, Granada, 2021
Para el Aroma / Nocturno del Jazmín / No Hay Alambradas