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Papá Goriot de Honoré de Balsac
El más elevado tipo de hombre es el que obra antes de hablar, y practica lo que profesa.
Confucio
Es una novela coral ubicada en París en el siglo XIX.
Se abre la novela como si estuviésemos en un teatro, aparece la pensión de madame Vauquer, y el escritor te va presenta los distintos biotipos que allí se hospedan. Balsac tuvo una infancia terrible, cuando se introdujo en la alta sociedad le sirvió para ver su forma de vida que ahora muestra en esta obra.
Al leerla trae a la memoria Crimen y Castigo de Dostoievski o El Conde de Monte Cristo de Alejandro Dumas: amantes por parte del esposo o de la esposa, a los que mantienen y pagan sus vicios, que entran en sus casas y de los que son consentidores; duelos para quitarse del camino a la persona que estorba… algo normal en esa época. ¿En esa época o hasta cuándo? ¿Hasta la aprobación del divorcio? El contrato del matrimonio ha mantenido unidos a personas en el que el fuerte, el ladrón, el estafador, el infiel… ha abusado del débil. Si nacemos libres ¿necesitamos encadenarnos en nombre del amor?
En los soliloquios del libro y a través de las escenas, Balsac retrata una parte de la sociedad del momento: al fariseísmo, a la doble moral, a la hipocresía, a la obtestación. Se sabía la falsedad que había, pero se respetaba la falsedad de las apariencias. ¡Lo que ocurría era macabro! Era justo lo contrario de lo que daban a entender, vivían en un puro sufrimiento. ¡Tengo los mejores caballos, los mejores vestidos, las mejores joyas…! Pero, lo que verdaderamente tenían era una triste vida llena de engaños. Una madeja de engaños, que llevaban de unos a otros… el que entraba ahí no podía salir: “Las apariencias sin calor humano”.
Esas eran las reglas de la alta sociedad parisina del momento. El más astuto, que no es el más inteligente, es el que más dinero sacaba sin trabajar: a costa del trabajo y sacrifico de unos pocos. Una vida ficticia. Era el protocolo de la sociedad. El rol de la vida.
Declaraba uno de sus personajes: “Es imposible triunfar siguiendo los caminos mediocres de la honradez”
Han pasado doscientos años. ¿Han cambiado tanto los cánones?
El otro hilo conductor de la novela lo lleva papá Goriot y el amor sin límite que siente por sus hijas. Aquí el escritor nos plantea el eterno problema de los hijos. ¿Son introyectos lo que tenemos? ¿Se trata de la educación que hemos recibido y que ha ido calando en nosotros como una lluvia fina y que después proyectamos, o es el instinto que nos hacer querer a los hijos de forma tan pasional e irracional, que ellos terminan convirtiéndonos en sus esclavos?
Balsac pone sobre la mesa un tema interesante para pensar y reflexionar… A Goriot todo le parece poco para sus hijas, todo lo que tiene se lo da, reservándose para él una pequeña renta y unos objetos que le rememoran a su difunta esposa. Como nada tiene es un estorbo para ellas y sus yernos. Se ve obligado a retirarse a la pensión miserable de madame Vauquer. Pero, él es feliz observando a sus hijas en sus paseos, y cuando lo reciben de forma esporádica en sus mansiones; en las que entra por la puerta de servicio. Sin embargo, acuden a la pensión a buscarlo cuando necesitan dinero, a escondidas, para sufragar las deudas de sus amantes; con lo que papá Goriot termina empeñando los objetos de su fallecida esposa y empeñando también la pequeña renta vitalicia que se había reservado.
Goriot creyó que con el dinero situaría y haría felices a sus hijas, y ahora las ve desdichadas; esto hace que enferme gravemente. En su lecho de muerte, solo pide tenerlas a su lado unos momentos: escuchar sus voces, tocar la orilla de sus vestidos, oler sus cabellos… Muchas excusas llegaron, hasta la mísera pensión de las desaprensivas y egoístas hijas y yernos de Goriot que no estuvieron a la hora de su muerte, ni en su triste entierro; gestionado por unos compañeros de penurias que representan la nobleza y dignidad.
Hasta el final es inesperado y sorprendente.
Lanzó sobre aquella colmena zumbona una mirada que parecía sacarle la miel por adelantado y dijo estas palabras grandilocuentes: “Ahora nos veremos las caras tú y yo”.
Para los cinéfilos: pueden encontrar la novela en filme y en capítulos.
Desnuda soy, desnuda digo: soñadora.
Mª Loreto Sutil Jiménez