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Palabras Secretas en los Desiertos.
Tal vez nuestras casas sean los desiertos (Nota de ahora)
El desierto siempre ha fascinado a los escritores. A mí me gustan las montañas, las playas solitarias y los lagos, pero a veces también me fascina el desierto. Y los desiertos hablan con su desolación, provocan una literatura desolada. Una literatura visionaria y sin concesiones. A veces fanatiza a algunos y los vuelve intolerantes, a veces a otros los enfrenta a sí mismos y los hace encontrarse de verdad. Y encuentran el valor justo de cada palabra, de cada gota de agua.
En “Maynum y Leila” del persa Nizami, Maynum (que significa El loco) se retira al desierto para pensar libremente en su amada, para sentir su amor sin que nadie le estorbe. Muchos se instalan a su lado para ser sus discípulos pero él no quiere saber nada. Su tío va a verlo y le pide que sea razonable y que vuelva a la vida normal, pero él no quiere ser razonable. Una noche ve de lejos a su amada, solo la ve, pero de una manera tan pletórica y alucinante que a partir de entonces su amor se convierte en una completa locura.
Antonio Colinas en “Los desiertos de la luz” está en las orillas del Mar Muerto y la negrura, el silencio, el fuego, la aridez que destaca apasionadamente la carne solitaria , le hacen arder los ojos extraviados buscando un desierto de luz, un silencio donde surja una luz desesperada y radical, “en busca de palabras secretas/ que aún nos salven”. Nos lo dice en esa Palestina donde las palabras han estado cargadas de sentidos terribles o fulgurantes que repercutieron en el mundo entero.
Saadi en “El jardín de los frutos” habla de un derviche que harto de las chácharas de los derviches se va al desierto cerca de Jerusalén. Lo capturan los cruzados, lo obligan a trabajar en construcciones en Aleppo, lo rescata un correligionario y le ofrece como esposa a su hija. Y la hija resulta ser tan charlatana y tan egoísta y tan poco amiga de escuchar, que prefiere marcharse otra vez al desierto.
Lawrence de Arabia en su monumental “ Los siete pilares de la sabiduría” ( yo leí la versión resumida por él mismo, “Rebelión en el desierto”) habla de su lucha con los árabes contra los turcos en provecho de los ingleses (tal vez él no era consciente de que manipulaba a los árabes). Cuenta que a veces se queda solo a meditar debajo de las estrellas, lejos de todas las comodidades superfluas y de todas las retóricas, solo entre el viento y los ruidos esenciales del mundo. Especialmente cuando se instaló en el castillo de Al Azraq en Jordania, cerca de la actual Irak, en esa desnudez él pergeñaba sus libros y se unía con el cosmos y con la vida: “Limpié mi mente de las intrigas de campamento y de las intrigas. La abstracción del desierto me limpió, y puso mi mente vacía con su superflua grandeza”.
Edward Abbey, trabajando en el Desierto de los Arcos en Utah, escribió “Solo en el desierto”, donde alerta de la explotación del desierto por la industria del turismo, de convertirlo en una máquina de hacer dinero, de explotarlo como si fuera petróleo ( así se hace con las ciudades, con Venecia, con Stratford). Eso es una forma de no escucharlo, de tratarlo como a una prostituta. Abbey ve que todo se convierte en masificación y trivialidad y hasta el desierto deja de ser desierto. Entonces protesta: “La civilización es un joven con un cóctel molotov en la mano. La cultura es el tanque soviético o la policía de Los Ángeles con los cañones hacia abajo”.
Más radical fue Everett Ruess. Escribió una serie de cartas sobre los desiertos del sur de Utah que se reunieron en el libro “Un vagabundo en busca de la belleza”, y a los veinte años se fue con dos burros al cañón del río Escalante y no apareció nunca más. En una carta a la familia escribía: “ Por la mañana un indio educado irrumpió en mi campamento y se puso a chismorrear. Era el 28 de marzo, mi 17 cumpleaños. Después de comer caminé con calma felizmente con mi fiel burro. Encontré una flecha rota tirada en el sendero. Mientras caminaba compuse una canción sobre el horizonte y otra sobre la filosofía”.
John Nichols en “El viaje mágico” escribe sobre Ruess: “Este mensaje de este buscador vagabundo es muy simple: la vida en este planeta es muy valiosa y muy bella. Debemos escuchar con atención sus voces delicadas y puras para saber apreciarlo”. Personas del mundo entero se reúnen en octubre en Escalante, Utah, para recordar a Ruess.
Antoine de Saint-Exupéry amaba el desierto, y lo dice en “ El principito”: “Siempre he amado el desierto. Uno se sienta sobre una duna de arena. No se ve nada. No se oye nada. Y sin embargo algo irradia en el silencio”. Y en su “Carta a un rehén”, escrita en el barco que lo llevaba de Lisboa a Estados Unidos, dice: “Viví tres años en el Sáhara. Yo también, como tantos otros, he sido presa de su hechizo. Cualquiera que haya conocido la vida en el Sahara, su aspecto de soledad y desolación, recordará esos años como los más felices de su vida. Por primera vez a bordo de un barco en plena ebullición con gente amontonándose, me pareció entender el desierto”. Y en plena guerra mundial Saint Exupery se cayó en el desierto del mar Mediterráneo y no se supo más de él. ¿No sería que estaba harto de tanta conversación?
En 1975 la joven australiana Robyn Davidson decidió emprender un viaje con dos camellos y un perro desde Alice Springs, en el centro de Australia, pasando por Ayers Rock, la gigantesca Roca Roja que simboliza a Australia, hasta las costas del oeste que estaban a miles de kilómetros. Consiguió que la patrocinara la revista National Geographic, pero le impuso un fotógrafo, aunque a ella no le gustaba la parafernalia de las fotos y menos que la pillaran los periodistas. Ella quería el desierto, los aborígenes que encontraba, la noche, el fuego, y ella misma. Luego lo contó en el libro “Huellas” y John Curran dirigió una película sobria y emocionante sobre ese libro.
Y la yanqui masoquista de Paul Bowles en “El cielo protector” de Paul Bowles quiere sentir el firmamento sobre ella. Y al final el superviviente de “Sobre héroes y tumbas” de Ernesto Sábato se marcha a las soledades de Patagonia para limpiarse de todo. Y Saint John Perse (que prefería cruzar el desierto de Gobi a visitar los museos de Europa) dice en “Exilio” que fue al desierto a “buscar el aliento original”. Y “Las mil y una noches” surgieron en la fiebre del desierto. Y en los “Salmos” se dice : “Murieron de deseo en el desierto”.
Palabras Secretas en los Desiertos
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR
Edward Weston: Café en el desierto