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NO QUIERO VUESTRO CIELO DE METAL
Voy al supermercado y me dicen: pase por aquí, por la máquina. Les digo: no, no quiero máquinas. Prefiero mil veces la sonrisa de la cajera. No es la sonrisa de la Gioconda, pero vale tanto como ella. Prefiero sus ademanes vivos, sus gestos encantadores o no, pero siempre vivos. Prefiero su sonrisa que no cabe en una fórmula. Que nadie puede fabricar en serie. Prefiero su mirada que nadie programó.
La cajera me sonríe o no, pero está viva. No me suelta los movimientos previsibles y muertos de la máquina. Ella desea seguir en la caja y me convence con su actitud. Y no seré yo quien anime al empresario a despedirla. Tal vez todo sea más rápido (aunque en realidad muchas veces es más lento) y productivo con la máquina. Pero será menos vivo y menos humano. Y me sentiré despojado de lo humano con ella. No animaré al dueño a que me trate como un número, como una operación más. Le pediré la sonrisa de la cajera. Le diré que yo soy una persona y necesito otra persona. Y apreciaré su sonrisa.
No quiero un proceso masificarlo y repetitivo. Y si eso es progreso, matar el mundo, deshumanizarlo en cada instante, yo no lo quiero. Como dice Dios en el poema “Mirando el suelo” del poeta gallego Curros Enríquez: “si yo hice tal mundo/ que el Diablo me lleve”. Pero también puedo ser yo un diablo subterráneo de Álvaro Cunqueiro y decir: No quiero vuestro cielo de metal.
Pero yo añoro la sonrisa de la cajera. Solo eso me basta, y sentir que está viva y tiene encanto (al menos un poco, porque está viva). No quiero la angustia de un proceso mecánico para todo. Me dará un ticket con una sonrisa. Un poco de alma en los labios, mejor que cualquier código, que cualquier fórmula. Todavía estamos vivos, también en el supermercado, y nos reconocemos sutilmente unos a otros.
Una cosa es que las máquinas nos ayuden con ciertas cosas, nos sean útiles en determinados asuntos. Nos ayuden a mejorar sobre todo las cantidades, nos den comodidad en algunos aspectos. Otra cosa es mecanizar absolutamente todo, automatizar absolutamente todo. Acabar con toda vida y toda espontaneidad. Reducir a la miseria toda la sorpresa y la imaginación de la vida. Tratar solo con máquinas y no con personas vivas que sienten y laten como tú. Tratar solo con máquinas repetitivas y muertas que te repiten siempre lo mismo, ocurra lo que ocurra. Incluso a veces las operaciones más sencillas tenemos que hacerlas con máquinas y complicarnos.
Y encima la máquina se ha convertido en nuestro paradigma filosófico, en nuestra manera de ver el mundo. Todo funciona como las máquinas, todo es un problema mecánico. Todo es cuestión de técnica y la técnica lo arregla todo. El hombre es una máquina, el universo entero es una máquina. La idea de Descartes de que Dios solo sería un gran relojero ha triunfado completamente. De poco sirven Bergson o Nietzsche o tantos otros. De poco sirve la pasión y la literatura, Dostoievski o la angustia de Kierkegaard o el lirismo rebelde de Albert Camus. La cultura de masas ha entronizado el paradigma mecánico y todo se entiende mecánicamente.
La vida solo sería una máquina muy compleja y por eso creen que la vida puede fabricarse. No habría más que máquinas de un tipo u otro en el universo entero. Y ante esta visión miserable nos arrodillamos todos como papanatas. Y sin embargo surgen las andanadas de la pasión y el secreto, de la imaginación y el delirio. La vida desmiente las fórmulas continuamente. Nada que sea mecánico está vivo de verdad, nos transmite algo de verdad. El mecanicismo solo trae la muerte y el aburrimiento.
ANTONIO COSTA GÓMEZ
NO QUIERO VUESTRO CIELO DE METAL