NO NOS COMEMOS LAS SÁBANAS

NO NOS COMEMOS LAS SÁBANAS

Antonio Costa Gómez
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NO NOS COMEMOS LAS SÁBANAS

(No todo es para explotar)

   ¿Usted se come las sábanas de su casa? Supongo que no, ya sabes que son para taparse. O para no ve el colchón directamente, porque eso deprime. Y tampoco se come los muebles, ni los espejos, ni la pila del lavabo.

    No todo en la casa es para comer, solo lo que está en la nevera. La casa es para vivir en ella, no para comérsela toda. El suelo es para pisar, no para comerlo. Las ventanas son para recibir luz y recibir el aire y mirar la calle, no para comerlas.

    Y sin embargo, creen que el planeta, que es nuestra casa, es solo para comerlo. No es para vivir en él, con todos los aspectos que tiene eso, es para sacarle dinero o comida.

    Solo hay que rentabilizarlo y explotarlo, calcular sus beneficios en términos matemáticos. Reducirlo todo a cantidades. Porque ya no importa vivir, solo convertirlo todo en cantidad.

    Cuando tenía quince años me cabreé con un tío mío porque al mirar un bosque maravilloso solo calculaba cuánto dinero daría convertido en madera. Todas las infinitas cosas que nos daba ese bosque no eran nada para él. Solo le faltaba calcular lo que valdría en carne mi abuela o mi prima.

     Nada valía la pena considerar sino la rentabilidad y el dinero que daría cualquier cosa.

    Explotamos salvajemente el planeta, no queremos vivir en él. Solo convertirlo en petróleo, en gas, en energía, en dinero. Toda su vida y su riqueza profunda no nos interesa. Lo tratamos como una cosa muerta, algo inerte, algo solo útil en el sentido más miserable de la palabra.

     Y la infinidad de cosas que nos ofrece para dar más vida a nuestra vida no nos importan. Todos son como aquel tío mío : ¿cuánto dinero dará cualquier cosa en dinero? Los mares, las nubes, las acacias, los ojos de la gente, las novelas, los lagos, los acantilados. Los ríos, las amapolas.

    El planeta no es nuestra casa para vivir, es solo un montón inerte de materia prima para sacar provecho. Pero un día descubriremos que la alegría que nos da nuestra abuela al sonreír en su mecedora no se calcula en dinero.

    Y sin embargo es tan importante, contribuye a que nuestra vida sea vida, a nuestro bienestar interior, a que nos sintamos mejor, a que progresemos.

    Igual que quiero estar a gusto en mi casa, y sentirme bien en ella, y estar muy vivo en ella, y no quiero comérmela toda. No voy a comer los espejos, me van a decir precariamente quien soy.

    No voy a comerme el reloj de pared, me va a indicar misteriosamente cada segundo que pasa. Me va a acompañar por las noches. Si todo es gasolina y dinero ¿por qué los ricos no se comen la gasolina y el dinero?

   Aquel tío mío también decía que era una gilipollez la defensa de la naturaleza, preservar la casa en que vivimos. Supongo que no le importaba beber agua sucia del río estancado en lugar de agua limpia fluyendo.

     Que no le importaba comerse un pez de verdad en lugar de comerse un pez industrial de laboratorio. Y que no le importaban las sonrisas industriales de las personas mecánicas.

     Porque hay muchas personas que parecen reales pero tienen un funcionamiento mecánico.

    No, desde luego, usted no se come las sábanas. Y no le parece una gilipollez si algún día su mujer aparta a un tipo que se las quiere comer. Más que nada para que no haya que taparse con ellas de noche manchadas de saliva y de babas. No, no es una gilipollez si le dice a alguien que no se coma la ventana.

    ¿Cómo va a mirar la calle después, o es que no es importante mirar la calle y la luz, y solo importa engordar comiéndolo todo?  En lugar de leer las cartas que le escribe su amante (que tonto, pero si ya no hay cartas, progresamos que es una barbaridad) cómalas o conviértalas en gas.

     Las cortinas, los visillos, la cuchara, que desprecio. Hay que comerlo todo, no dan calidad de vida. En lugar de cuchara podemos tomar la sopa del plato. ¿Y quien contempla los castaños y se pone alegre? Qué atrasado ponerse alegre, lo que importa es lo rentable.

    Pero si usted viene a mi casa, por favor, no se coma mis sábanas. Puede enredar sus pies en ellas. Puede taparse si siente frío. Puede jugutear en ellas con sus dedos. Puede ponerlas sobre su piel si siente necesidad de sentir su piel. O si necesita sentir que existe, si vamos a eso.

    Pero, por favor, no se las coma. No se coma mis sábanas. Hay coas que no son para comer ni para explotar. No sé si lo han dicho cuando era niño. O si lo aprendió más tarde. Que no todo es carburante ni un pozo de petróleo. También hay cosas que tienen otros fines.

Ya me han dicho que si no estoy de acuerdo con la deshumanización del planeta (y con su desplanetización, añadiría yo) me vaya a otro planeta. Eso dice una  carta que publicaron una vez en “El País”.  Yo les mandé muchas cartas sobre otras cosas pero no publicaron ninguna. Pero esa carta sí la publicaron. Es importante echar del planeta a quien no está de acuerdo con que lo deshumanicen y lo despojen. Eso sí es importante. A quien no está de acuerdo lo echamos. Eso sí que es progresismo.

    Muy bien, me buscaré un planeta humilde por ahí, donde no tenga que comerlo todo. Pero si usted viene a mi casa, por favor, no se coma las sábanas.  Aunque sea en otro planeta. Tampoco allí las sábanas serán para comer.

ANTONIO COSTA GÓMEZ

FOTO: CONSUELO DE ARCO

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