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Rafael Adolfo Téllez, Nada con que volver, Granada, La Veleta-Ed. Comares, 2021
TODO CON QUE VOLVER AL LOGRO POÉTICO
En 2017 el poeta Rafael Adolfo Téllez (Palma del Río -Córdoba-, 1957) publicó la antología La soledad del aguacero, versos escritos entre 1988 y 2016. De este libro decíamos en su momento que era “magnífico y me ha llenado sobremanera porque está muy bien armado, expresado, y bien almado, con alma, emoción, vida, autenticidad. Una de estas lecturas, de estos poetas que te dejan huella y que ya forman parte de tus libros de cabecera, de tu educación sentimental, de tu vida misma”. Asimismo, que nuestro poeta “crea un mundo particular, reconocible, un universo -desde lo local y lo familiar- telúrico, ancestral, mitológico incluso, bello y emotivo hasta estremecer, con un extraordinario manejo del verso y un lenguaje poético sugerente, íntimo, evocador. Nos presenta un sobrecogedor álbum de familia en un territorio donde cada vez abundan más las sombras, los fantasmas sobre los vivos, donde los recuerdos, la memoria configuran lo que fue. La familia es el centro de todo, en su territorio de un pueblo andaluz (…). Hay una suerte de realismo mágico en muchos poemas, un carácter ritual que embriaga y conquista”. El sabio Rafael Adolfo Téllez -terminábamos- “nos ha dejado una colección mágica, penetrante, compasiva e impecable”.
Traigo estas palabras de la reseña de un libro anterior, la antología citada, porque lo que ahí decimos sirve para el último libro de Téllez, Nada con que volver, publicado en la prestigiosa colección poética “La Veleta” de editorial Comares de Granada. Ahí brilla con luz propia, con la misma o más calidad, junto a poetas como Abelardo Linares, Joan Margarit, Eloy Sánchez Rosillo, Jon Juaristi, Juan Peña o Fernando Ortiz, entre otros.
Este poeta escribe, como se suele decir, siempre el mismo libro, y siempre con un nivel altísimo y una emoción elevada que el lector -al menos a nosotros nos ocurre- valorará con gratitud. Ha vivido en diversos pueblos desde su infancia, ha tenido jugosas experiencias en la ciudad posteriormente (debería escribir sus memorias) y ha vuelto al pueblo tras la jubilación como profesor. Y en ese ambiente tan vivo aún y a la vez tan desaparecido nos entrega una vibrante colección de poemas donde hace calas, en medio de un panorama fantasmagórico, de realidad e irrealidad, en temas universales como el tiempo, la muerte, los recuerdos. Todo gira alrededor de nuestra esencia fundamental, el tiempo, y lo expresa a través de un lenguaje sencillo y hondo y con símbolos que le ayudan a profundizar en esa atmósfera como la lluvia, las nubes, el viento, la sombra, el río, la noche, el sol, la luna o el camino, imágenes en fin del paso del tiempo y a la vez de lo eterno, de lo fugaz y lo permanente. Y de la tristeza, como en “Melodía de arrabal” (p. 33), que comienza “La lluvia vino con retraso, / pero llegó” y termina con este contundente verso: “Sobre mi corazón llovía despiadadamente”.
Una comunión percibimos entre el hombre y la naturaleza, tan próxima en ese entorno rural evocado a través de estos símbolos y de las palabras que le sirven de cauce como pueblo, pelliza, caldero, noria, brocal del pozo, molino, taberna, brasero, etc. Quizá los que también hemos tenido una infancia y adolescencia en un pueblo (el nuestro, Paradas -Sevilla-) conectemos aún más con estos versos, que no por ello dejan de ser totalmente universales. A la muerte de su querida hermana dedica los versos de “El desasosiego” (pp. 12-13), centrado en el padre lastimado por esa pérdida. Aquí un fragmento:
Cuánta sería la tristeza en las manos
de mi padre,
que había domado potros
y que en el alba amasó pan,
pero lloró sin consuelo
al ver morir a su hija,
que era graciosa y tierna y amaba
más que Francisco, el santo de Asís,
a los animales.
Precisa y elegante también la adjetivación, a veces con dos o más adjetivos. De “Casa del cura” (p. 50): “Todas las tardes, las hermosas, / las inocentes, las anchurosas tardes”. Y en versos libres bien medidos y ritmados, de diferente medida, hechos con amor a la palabra y conocimiento del oficio. Y, sobre todo, con honda emoción, que, añadida al dominio técnico del verso, nos da un regalo para los amantes de la buena poesía, esa muy sencilla y muy profunda. El mismo libro, la misma calidad. Vendrán más, y nos harán felices.
Nada con que volver
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