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Muralla de la calle sola
Tan cerca y tan lejos. Ayer y hoy, cuando el azar es perfil de conciencia por la vida que se discurre entre desasosiegos y desatinos.
Mi calle ya no es mi calle porque se ha convertido en una calle cualquiera, que nos lleva a todos a la misma esquina donde los cuatro vientos azotan. A un futuro punto de partida si es que podemos salir hacia una nueva meta cuando no hay vecindad callejera, ni quiosco en la esquina. Tampoco el negro sin papeles en el semáforo vendiendo pañuelos de papel a la vez que da los “Buenos días”, ni la taberna abierta. Hasta la filial del banco ha cerrado. También la iglesia. El Papa reza una oración en la plaza desierta del Vaticano. Los milagros se han marchado de “asuntos propios”. Y todas las religiones de la tierra no saben entenderse con la ciencia siempre mirando al futuro con los pies en la tierra. Mientras una voz desolada exclama: -No se ve ni un alma en la calle. Como si las almas se pudieran ver y palpar.
Desde mi espacio humano afligido, desconfiado de todos los sermones soy solo una figura en pose de contemplación desolada que respira y tose.
Muralla de la calle sola
La soledad de las calles
una guitarra sin cuerdas
que ya no la toca nadie.
Cuento de hadas enclenques interpretan la comedia pretendiendo marear las manillas de las agujas del tiempo con adormecido ritmo de falso bolero. “Padre nuestro”, que te encuentras en el cielo proclamando la eternidad frente a una anónima crueldad mata pagando plañideras de cara a la galería. Mientras ellos, recogen los frutos de la fortuna y hasta la próxima cosecha. Hablemos, pues, de los establos con el pienso, del color de la moneda y del grosor de la cadena del retrete para tirar cuando huela mucho y el excremento inunde el ambiente.
Los hijos de la chingada
trotan a golpes de pecho,
no es poca la fortuna
que les llueve desde el cielo.
Manejos de vida propia
historia de añejo rezo.
¿Cómo, entonces, ofrecerle en la placita del barrio granos de trigo a la Paloma de Picasso? La mirada tras un hombre que con mascarilla pasa fugaz con un pan al hombro, cuando se van las vidas por el sumo y apenas si queda nada que llevarse a la boca. Muchacha bonita el cielo está triste, se queja y te pide que le prestes el azul de tus ojos por un tiempo indefinido: “Dios te lo pagará”. Y tú te sonríes, muchacha bonita, como aquella tarde de niebla, bajo la lluvia, protegidos por un paraguas hablábamos sobre de la vida y sus encantos.
Un encierro en democracia involuntario, fruto de un virus maligno que mata, puede también convertirse en un exilio en casa cuando la estancia obliga, impone con el paso de los días y el mirar por la ventana la soledad de la calle. Aunque también se convierte en una solidaridad plural, vecindad y ofrecimientos mutuos hacia aquellos que en sus diferentes profesiones y trabajos arriesgan su vida. Esta es la altura de las diferencias, que frente a esa manada ingente, hijos de la gran chingada, montados sobe sus aguiluchos practican el robo y la canallada política utilizando a los muertos para intentar ganar unas elecciones con mentalidad ultraconservadora. Más les valdría meditar con la lectura de Las almas muertas de Gogol y dejar tranquilo a los humillados y ofendidos. Ya nos lo advirtió Camus: “En tiempos de peste, prohibido escupir a los gatos”.
© Francisco Vélez Nieto