MONA LISA, MUJER LIBRE

MONA LISA, MUJER LIBRE

Antonio Costa Gómez
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MONA LISA, MUJER LIBRE

      Le dije a Lisa: “En realidad eres vieja”. Ella contestó:”No soy vieja ni joven, escapo de las clasificaciones. Pero se puede decir que tengo más de vieja que de joven. He visto y he pasado muchas cosas”. “¿Y de qué demonios te ríes?. ¿O es que en realidad no te ríes?”. Ella dijo: “Me sonrío sin que os deis cuenta del todo, quiero reírme en secreto. Y me río de vuestras explicaciones y vuestras clasificaciones. Nunca conseguiréis atraparme. Me río porque soy libre”.

    Le dije :yo no quiero atraparte, quiero escucharte y que me hables. Respondió: “Lo sé, por eso te estoy hablando. Toda esta gente con sus máquinas y su turismo atareado no se entera de nada. También le hablo en voz baja a aquella mujer de la esquina. Pero no me convertirán en una cantidad ni un algoritmo. Me río porque soy libre. Y tampoco sabrán qué significa mi sonrisa”.

    Le dije; “Me gusta tu desvergüenza. En el fondo estás disfrutando y lo que quieres es disfrutar. Con tu sensualidad misteriosa y secreta. Eres la mejor parisiense. Pero no tienes prisa ninguna y eres libre”. Ella acentuó su sonrisa.

    Y le dije: “Estás hecha de atmósfera y te entregas a esos paisajes azules misteriosos que están detrás de ti. Tampoco ellos quieren ser explicados. Hay caminos como serpientes y aguas azules y árboles como espíritus. Existen como el lugar del sueño y la ambigüedad”.

   Ella sonrió un poco más cálidamente y me dijo: me gusta escucharte. Y yo le dije:”Si no estuvieras en un cuadro te tocaría. Me gustan tanto esas manos cálidas y regordetas. Con sus dedos delicados que parecen tocarlo todo. Ahora que con el digitalismo desnutrido no vamos a tocar nada. Pero tú nos incitas a que toquemos”. Ella dijo: “Quiero que toquéis cada vez más íntimamente. Y en París se toca levemente todo. Pero tú me estás tocando. A pesar del rebumbio de las masas apresuradas”. Le dije: “Te quieren convertir en un icono de consumo, hacer juegos de hamburguesas contigo”.

   Y ella me dijo: yo me río. Le dije: “Eres como esas amantes que todos creen  que tocan pero nadie toca. Y para encontrarte hay que arrinconarte en silencio. Y entonces amarte sin miedo”. Y Lisa sonrió un poco más.

    Le dije: “Y tu famosa ambigüedad. No se sabe quién eres no se sabe qué haces”. Ella contestó: “Qué demonios de ambigüedad. Simplemente estoy viva. No quiero que me controlen, no quiero que me sujeten. Soy como la María Iribarne de Ernesto Sábato que se zafa del pintor Castel”.

    Le dije; “Eres una parisiense cabal. Podría ir contigo por Montmartre y hablar sin sujeciones en La hormiga. O nos podríamos deshacer los dos en un restaurante oscuro del Marais”.

    “¿Entonces eres ambigua?, le pregunté. Nadie sabe si estás triste o estás alegre. Si tienes melancolía o si tienes un contento inasible. Si hablas o estás silenciosa”. Ella contestó: “La ambigüedad es ser uno mismo. Que nadie me pueda domesticar. Todo en la vida es ambiguo. Los que hacen definiciones lo falsean todo. Y se encierran en sus encierros”.

    Le dije: “Es verdad, tú perteneces a tu atmósfera. Te integras en ese paisaje que te da aire. Tienes aliento y me lo das a mí. No cabes en las palabras”. Ella se reía y casi sacudía la cabeza. Era como Miriam tocando el piano. Le dije en un arresto: eres sensual y libre como París. Ella me miró con complacencia, pero sin prometer demasiado. Parecía una de esas chicas que lo sugieren todo en las terrazas.

     Lisa y yo teníamos una especie de fiesta allí delante de todos. La fiesta de París que vio Hemingway. Y después con ironía Vila Matas. Pero como dice Matas, el que ironiza se deja seducir por lo ironizado. Y a mí me seducía Lisa sin reparos.

    Le dije: “Una vez a los quince años escribí un poema sobre ti. Y mi padre que no me apreciaba mucho apreció ese poema y lo publicó en su biografía de Leonardo da Vinci en una colección de Genios de la Pintura. El poema decía más o menos: “dulce y triste Gioconda que me miras/, desde tu mundo insólito callada/, callada y suspirando tu sonrisa/, fija como la muerte desvelada”. Ella me dijo: no está mal, me gusta lo de la muerte desvelada.

    Luego empecé a despedirme. Y en las despedidas es cuando vemos todo mejor. Dejamos de agobiar a las cosas y se muestran como son realmente. Como cuando cortamos con una novia y dejamos de querer que sea a nuestro modo. Y entonces se muestra tan hermosa tal como es. También allí Lisa se liberaba en sí misma. No importaba nada todo cuanto yo le había dicho. Pero sí importaba en el fondo cuanto me había dicho ella.

     No hacía caso de la multitud y el ruido alrededor. Abstraje el ruido y por un instante la vi tan confidencial que casi me da un beso. Su boca era fina pero de una sensualidad escapada. Sus ojos eran misteriosos porque nadie los controlaba.

ANTONIO COSTA GÓMEZ

FOTO: CONSUELO DE ARCO

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