Mitologías españolas: el flamenco
Por Francis López Guerrero
Dicen los entendidos, los peritos dicen que el flamenco viene de los salmos judíos. Del quejido lastimero de los moriscos sin tierra con penas y hambre. Que lejos hay que irse. Dicen los entendidos, los peritos dicen cuando se ponen sus lustrosas togas que el flamenco viene del canto perseguido que retumbaba en las viejas sinagogas. Total, judíos y moros pusieron el pesar y los cristianos el son y la vanidad. Por eso la Giralda es tan flamenca: torre musulmana y campanario cristiano. El flamenco escala a un solemne alminar y se refugia pedigüeño en un cuartito oculto. Judío. Moro. Bereber. Abierto. Clandestino. Raíz que trabaja hacia arriba. Espina que busca la patria de la piel profunda. Seguramente tiene cochura mestiza pero expresa la pureza de las aflicciones universales. Dicen los entendidos, los peritos dicen que el flamenco se pierde en la noche de los tiempos. De los perseguidos y del dolor más arrecido. En la noche oscura del alma antes de que san Juan de la Cruz se perdiese. No sé si el flamenco es una voz lejana y en sombra que remonta los siglos, pero sí es definitivo que tiene que ser algo más cercano y visible. Maternal y mamífero. Es más del aire que de los conceptos. Es más de la tierra que del léxico. Es más del cuerpo que de las palabras. Es el agua última de la primera fuente que sólo puede beberse con la sed de las venas. El flamenco cría y amamanta al flamenco. Dicen los entendidos, los peritos dicen que el flamenco es Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Y dicho, se cuelgan una medalla del tamaño de un planeta. Hay que ver qué cosa más contrahecha para la mentalidad occidental, lo del patrimonio sumado a lo inmaterial. Lo que tengo y lo que ni veo ni apalpo. Qué cosa más rara porque el dolor, que es la entraña del flamenco, se puede tocar, oler y hasta respirar. Los ayes traspasan la carne y hurgan en los sentidos como animalillos indefensos.
A mí lo que me gusta es el flamenco… y otra cosa no me va. No me va. No me va
Con el permiso de griegos y troyanos, el flamenco es llevarse generosamente a la boca la tiritera eterna de las asaduras de un hombre. Poner el frío de los redaños en el calor de la garganta e invitar a la humanidad entera a este ritual sin tiempo ni edad. Tocar cómo se esculpe la sangre de una herida y cómo crece de bonita entre seis cuerdas que claman con música. Porque clamar en crudo es hablar con el viento y con la muerte. Dicen los entendidos, los peritos dicen que el flamenco es compás y rima. La rima es fácil: Ay mare, a un pozo hondo se caen mis pesares. A un hondo pozo, ay mare, se cayó mi dicha y mi gozo. La rima es fácil. Lo difícil, como en todo, es arrimarse. Arrimarse de verdad con los ojitos bien abiertos al abismo por el que se caen como un lamento la vida y el destino. Y cantarle. Y tocarlo tocándole. Y dormirlo en brazos para que despierte más tarde. Para los agujeros y su negrura infinita que la voz y la guitarra sean una luz titilante que se atreve a adentrarse. Un arrimón al abismo es el flamenco. Y ofrecer el cielo cuando te piden el suelo. Y ofrecer una rumba cuando te piden la tumba. La rima es fácil. Lo difícil es arrimarse al pozo hondo donde se esconde el cante y la tiritera de los mortales, o sea, la jondura para los más cabales. Dicen los entendidos, los peritos dicen el flamenco por aquí. El flamenco por allá y de antiguo es sabio. El flamenco viene de Arabia. El flamenco viene de Egipto o de la India. Cuántos kilómetros se ha recorrido el flamenco. El flamenco es un atleta. Un corredor de fondo. El flamenco y los especialistas. Niño, el flamenco ya estaba en la Biblia. La Biblia del flamenco. Los flamencos cantan a la Biblia. La toná de los versículos. Las Tablas de Moisés por seguiriyas. El flamenco y los expertos. La cátedra del flamenco. La catedral del flamenco. Catedráticos y catedralicios con un alto sentido de la propiedad. El flamenco, canto de barro, maldito y marginal lanzado a las estrellas. No sé si lo dicen los peritos, pero es muy probable, sin exagerar, que la única diferencia apreciable entre un gitano de Granada cantando un blues y un negro de Alabama cantando una soleá sea la diferencia horaria. Hay una transfusión ecuménica de la estética y la pena preparada para ser manifiesta y sensible.
Mitologías españolas: el flamenco