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El martes y sus horas. La sensibilidad del erotismo en la memoria
Antonio Ramírez Almanza es poeta, escritor e investigador. El martes y sus horas, su último libro publicado en Karima Editora, es un poemario que nos habla del deseo, el furor y la pasión. Está lleno de ansias y erotismo, escrito con un lenguaje hermoso, estético y exquisito. Nos retrata con lirismo y sensibilidad un bello y delicado erotismo. Belleza que me recuerda la poesía erótica de Valente, con la diferencia de que en los poemas de Valente la sexualidad tiene un sentido sagrado, y Antonio se centra más en la materialidad, en el estallido de los sentidos, en la batalla y el goce de dos cuerpos, pues como dice: Todo es destilar, manar, mojar, la ceguera sonora para quien se baña en los cuerpos y sus profundidades. No obstante, esa unión de los cuerpos no crea un vínculo superficial ni cae en saco roto, pues transforma a la amante en el secreto de la luz, siente que se atan los cuerpos. Ella se queda en la memoria del sujeto poético y su recuerdo será un refugio en el discurrir de los días, un llenarse de luz para los días venideros.
Pero no todo es dulce, también se denota la percepción del abismo, el placer agridulce de los encuentros. La idea de la brevedad de esos días de fuego está igual de presente, aconsejando no detenerlos o suprimirlos, sino dejarse arrastrar por su calor.
Palpita una cuestión paradójica de fondo, pues en un principio el sentimiento que aparece en los poemas se define como una turbación sin nombre. Cuando ella está presente no se la nombra, sin embargo adquiere nombre en la lejanía. Hace pensar que la distancia provoca una ensoñación e idealización que intensifica las huellas y la pasión: Y un rumor de lejanías hace pronunciar los verbos, los sustantivos todos, con la atrayente fonética de un invierno cálido.
¿Y cómo se vive esa lejanía en los versos? Se siente a la amada o amante como lo lejano cercano. La distancia entre ambos no se percibe ni cerca, ni lejos, sino dentro, en la memoria. La rememora en su día cotidiano, cuando camina por las calles o normalmente en su casa, visión que le alienta. Ese alejamiento provoca querer matar los días y desear que pasen pronto las hojas del calendario. Ese tiempo sin ella se llena de quietud, desvelo, silencio, vacío.
La noche será el tiempo y espacio deseado donde los amantes se encuentran, tiempo de abrazos y desenfreno; en oposición a la luz del día, cuya llegada no se desea por resultar normalmente largo y pesado, solitario y silencioso.
Usa una variedad formal: poemas en verso, poemas muy breves -casi aforismos o máximas-, poemas en prosa o prosa poética y una poesía visual, que se asemeja a los caligramas. En los poemas en prosa son usuales las descripciones de su entorno: descripciones del pueblo, de su casa, de los objetos que le rodean. A veces simbólico, cuando recrea una atmósfera que hace expresar un sentimiento de manera indirecta; otras en estilo narrativo, resaltando en todo caso el paisaje rural en su poesía, así como los elementos de la naturaleza y del reino vegetal.
El libro está estructurado en dos partes: “El martes y sus horas”, capítulo que relata una relación pasional y sus encuentros amorosos, que tendrán lugar los martes (de ahí el título), pero con la paradoja de no alcanzar a nombrarla en la plenitud del abrazo, sino en su recuerdo, cuando tienen que separarse y alejarse para cada uno llevar su vida.
En el poema que cierra este capítulo, el protagonista siente inmensa su soledad, se percibe como un extranjero en el lugar en el que vive, detallando la pesadez de un día, de un martes cuando no está ella. Sus versos rezuman nostalgia y añoranza. De este modo termina esta parte del libro con el contraste y pesar que hay en su vida con la ausencia de ella.
En su segundo capítulo, “Presencias”, prima la melancolía, el deseo de que ella continúe en su vida. En verdad se trata de otra contradicción más, pues ella está muy presente en su propia ausencia, en versos en los que dialoga con un tú, que es la amante, y en los que va elaborando su duelo. Se acentúa la elegía en una viva paradoja: ella, estrella fugaz, es el horizonte más horizonte en la lejanía de sus adentros. Un deseo imposible de tocar lo sagrado- al final, sí-. El deseo de un tú para siempre. La herida de no poder poseerse de nuevo. La espera, la guarda, la sueña, la ve .Parece envuelto en un velo de imaginación y sueño hasta que deja de verla, sintiendo solo la pérdida y el abandono. Pero no pierde la esperanza, pues el último poema es una invitación a la amante a volver a encontrarse, una luz o esperanza a la posibilidad.
Si no nos hubiésemos poseído ¿qué nos quedaría para soñar?
Si no hubieses sido posible ¿qué me quedaría para lo imposible?
Todo está por imaginar…
Ana Isabel Alvea Sánchez