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Lumbre
Por Francisco Vélez Nieto
Hernán Ronsino
Lumbre
Eterna cadencia
Lo que el nombre de una inocente vaca como puede ser el de Lumbre la verdad que no resulta fácil de imaginar que diera para tanto. Y lo mucho que proporciona a lo largo de esta narración en prosa sostenida por estilo compulsivo que el escritor Hernán Ronsino aplica con esmero en estas historias compuestas de variadísimas secuencias y apariciones que giran, se precipitan, sobre su mundo componiendo una novela que es todo mundos a medio hacer. Por lo que uno como lector avezado, al menos eso me creo, se pregunta sobre el proceso narrativo que por fortuna, el autor responde: ”Bueno, pasaron varios libros porque el proyecto de Lumbre comenzó hace muchos años. Quiero decir, 17 años. Y el proceso de escritura concreto duró tres años y medio. Así que pasaron muchos libros. Desde Luz de agosto, Nadie nada nunca, hasta La marcha Radetzky por ejemplo” Lo que da pie firme para una segura valoración de este escritor joven (Chivilcoy, Buenos Aires, 1975) que ya ofrece con garantías varios obras de calidad publicadas, que le propician sólida base de escritora atrevida y la ranzón suficiente como creador de una amplia variedad de circunstancias recursos y circunstancias literarias.
Escribir sobre esta compleja novela que exige una lectura atenta motivada por el insistente discurrir de las andanzas de los personajes, todo lo que en ella sucede parece surgir de un modo espontáneo y un tanto simple de sencillo. Así como mero arranque del protagonistas principal a ese viaje motivado por la muerte de su viejo amigo de juventud Pajarito, que será el hilo conductor de toda la novela, de las historias que ella van pariendo en la andadura por camino pampero que parece interminable por la sucesión de los recuerdos que se agolpan. “Recordar es como construir un camino que, a fuerza de insistencia, es decir, de pisadas, va quedando grabando en la tierra” Un mundo que camina formándose en medio de la Pampa en un pueblo llamada Sarmiento atravesado por las cicatrices del ferrocarril detenido en la encrucijada. Municipio del poeta modernista Carlos Ortiz, donde Pajarito, extraño personaje, fue enterrando uno a uno sus cuadernos y el de la niñez de Federico, mundo vivido, tenso tierno y temeroso de recueros e historias simples propias de jóvenes con ganas de todo a lo que la edad obliga. Porque resulta que el según le cuentan cuando lo llamaron a buenos aires, una voz extraña le comunica que “fue ayer a la noche” murió Pajarito Lemú. Su cuerpo encontraron hundido en un zanjón, en el camino de tierra que lleva al cementerio. Y le llegó el dolor y los misterios de eso cuadernos, la amistad del amigo rota de súbito, sin una razón que lo justifique y difícilmente pudiera ser creída, porque el fue así y no más. Fueron unas horas antes cuando parajito Lemú le regaló la vaca: “Es un animal lastimado, dice, se la robó al negro Soto. Se palpa en la narración algo así como si esta estuviera envuelta en un paño de luto, un luto de tristeza, de adiós muchachos compañeros de otra vida que no es esta donde todos fingimos ser algo, cuando simplemente somos nada, cuando más personajes de una comedia puesta en escena para recordarnos nosotros mismos. Por eso escribo esto del luto. Ese luto de las vidas que se recuerdan dotada de una prosa que cautiva, tanto y en abundancia, que a veces, y no es decir, no importa esas historias y sus personajes que van desfilando, que de por si son el meollo de la trama de las mil palpitaciones que va provocando el caminar y todas las bifurcaciones importantes. De aquí que uno se enfrenta ante una escritura que agarra.