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Por Salomé Guadalupe Ingelmo
Lore ofrece una mirada sin fariseísmos a la caída del nazismo: desde el otro lado, desde los ojos de los hijos de los verdugos, que eran también víctimas inocentes. Porque los niños son sólo niños. Y el horror es siempre horror, independientemente de quién lo sufra. Porque en las guerras no hay vencedores sino sólo vencidos. Todos pierden algo. Para empezar, humanidad. Por eso tanto unos como otros, aunque quizá no a partes iguales ni de la misma forma, merecen comprensión ‒lo que no equivale a justificación‒ y conmiseración.
Estamos, sin duda ante genuino cine europeo. En esta película no caben los reconfortantes tópicos ni los personajes estereotipados. Lore es espacio para la reflexión profunda, sin complejos, sobre la naturaleza humana, sobre los aspectos menos gratos de la naturaleza humana. Donde el pathos, el conflicto interior del ser humano, su lucha por sobrevivir a las propias e inevitables contradicciones, prevalece. Esa dolorosa tensión bebe sabiamente de los silencios, de las pausas en los diálogos. Y sabe convivir armónicamente, también, con escenas de gran plasticidad y serenidad, en las que la belleza y la quietud de los campos que sirven como vía de fuga se oponen a la bestialidad de la guerra. Lore no intenta ganarse al público con artificios o sutilezas; no es una película fácil ni desde el punto de vista argumental ni tan siquiera desde el plano meramente visual.
Quizá por eso, y porque no se supo o no se quiso advertir su paradójica actualidad, la película, estrenada en Alemania en 2012 y a mediados de diciembre de 2013 en España, pasó relativamente desapercibida. Tuvo buenas críticas, es cierto, por parte de los especialistas y aficionados al cine. No obstante se presentó como una película minoritaria, centrada únicamente en un periodo muy concreto de la historia de Alemania, y no atrajo la atención de un gran público.
Producción mayoritariamente alemana y dirigida ‒en alemán, entendiendo que una lengua es parte esencial de una cultura y condición necesaria para comprender ésta‒ por la canadiense Cate Shortland ‒que recogió numerosos testimonios anónimos acerca del periodo abordado‒ sobre una adaptación de la novela “El cuarto Oscuro” de Rachel Seiffert, fue escogida por Canadá para competir por el Oscar a Mejor Película de Habla no Inglesa en 2013. Pero ni siquiera logró introducirse entre las nominaciones. Desde luego hubiese sido difícil imaginársela triunfando en Hollywood: demasiado densa, y contada con unos tiempos para los que el público y jurado americano probablemente no está preparado.
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