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Lo que está mal en el mundo.
Editorial Acantilado
Chesterton nos recuerda que el hombre moderno carece de recuerdos, no tiene presente a sus abuelos, ni soporta los cuentos que el abuelo desearía contarles mezclado con el vivir de su memoria.
“Chesterton amerita una permanente reiteración de nuestra lealtad”
T.S. Eliot
Leer a Chesterton en estos tiempos que pisotean y nos tienen medios sordos con tantos cuentos de caminos inhóspitos, la verdad, bien resulta ser un placer para rebajar el porcentaje de cabreo nacional incluida la intransigencia del separatismo catalán a ultranza. Todo siendo consciente en Lo que está mal en el mundo –traducción de Mónica Rubio-, ensayos llenos de ingenio e ironía, humor inglés sobre las contradicciones y personajes, que escribió Chesterton en 1910 cuando contaba la edad de 36 años: “Y hasta un ministro de la Iglesia se agitó inquieto”. Muchos de ellos de una actualidad que nos muestra como la situación social de los tiempos que vivimos no los arregla ni la disfrazada tomadura de pelo la “lucha por el medio ambiente”. Pues resulta claro qué ellos, los de arriba, con el poder cogido por el mango, interpretan su martingala de cuáles pueden ser los beneficios a conseguir tras la interpretación del sainete por mejorar la respiración de los humillados y ofendidos. Mas nada de preocuparnos si se pasan de castaño oscuro, pues ellos mimos se encargarán de engatusarnos. Rociar el espacio con unas migajas de pan duro como si fuéramos gallinas de corral. Chesterton señala que “Nos imponen encontrar la cura antes que la enfermedad. Esta falacia es una de las cincuenta que proceden de la moderna obsesión por las metáforas biológicas o corporales” Y es que cambiar las normas impuestas por la mediocridad es pedirle a la Iglesia que no rece más por los pobres. Recordemos a Américo Vespucio, “finalmente, tengo en poca estima las cosas del cielo y estoy cerca incluso de negarlas”.
Pues se trata una vez más “La manía de describir exhaustivamente una enfermedad social y después proponer un medicamento social” De aquí que con la lectura de patente actualidad, podamos aplicarla al pregón diario de nuestros representantes políticos hasta que terminemos por exclamar: “Estoy harto de ser puritano, quiero ser pagano” Mientras ellos, los políticos. pretenden unos frente a otros imponer enfermedades sociales, que los ellos mismos crean en los que exponen la posibilidad de una cura veraz para toda la sociedad marcada por crueles distancias entre unos y otros. Pregonan como verdades los Tartufos de turno, que nos hacen añorar al antiguo y socarrón escritor. Chesterton considera como “La cabeza puede ser golpeada hasta que se adapte al sombrero”, fino humor inglés que muestra su admirable personalidad crítica repleta de juicio claro.
Chesterton nos recuerda que el hombre moderno carece de recuerdos, no tiene presente a sus abuelos, ni soporta los cuentos que el abuelo desearía contarles mezclado con el vivir de su memoria. Y si miramos el mundo en que vivimos. “Este mundo parece más un barrio inacabado o que un cementerio abandonado”. Los pobres aumentan, la mentira progresa mostrando como los ricos aumentan sus riquezas y crecen en números. Sería una absoluta necedad considerar que los altos poderes están dispuestos a sacrificarse por el pueblo, una vez más será el pueblo quien es sacrificado para benéficos de ellos. Eso sí, con el sainete se plantaran árboles donde consideren. Y poco más. “No me propongo de muestra que el socialismo es un veneno, me basta con afirmar que es una medicina Y no un vino” Tranquilizante cita para la ultramontana derecha que amedranta a la sociedad española, que en verdad, además de sus miserias y pobreza de una parte de ella, ya no cree, con razón, en sus mediocres políticos.
Los ensayos de Chesterton siempre se caracterizan por las paradojas, el hecho de comenzar sus escritos con alguna afirmación que aparenta lo más normal, y haciendo ver que las cosas no son lo que parecen, y que muchos dichos se dicen sin pensarlos a fondo. Cabe destacar que siempre se apoyaba en la argumentación que en su denominación latina es llamada reductio ad absurdum: manifiesta voluntad considerando que; “Cada hombre debe descender a la carne para encontrarse con la humanidad”
© Francisco Vélez Nieto