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COMPARTIENDO DIÁLOGOS CONMIGO MISMO
Somos amor y somos vida,
y en esa vida hemos de ser luz,
y en ese amor hemos de ser árbol,
y en ese árbol hemos de ser nido
que anida pasiones,
pues si vital es el sosiego
para crecerse y recrearse,
más trascendente
es el entusiasmo de vivirse
cada día en cada noche,
porque sí,
porque somos el reflejo de Dios.
De un Dios creador de existencias,
pues por su creatividad
caminamos con el pensamiento vivo,
por Él vivimos y cohabitamos,
evolucionamos hacia el ser de las cosas,
creciendo en conocimiento,
puesto que al conocernos
nos reconocemos en nuestra historia
de afectos y familia,
siempre tan dispuesta a donarse
como a perdonarse,
a quererse como amarse de corazón.
El poder del espíritu
es lo que nos mueve y remueve el alma,
el que nos hace amar el bien
y aniquilar el mal,
desearlo y buscarlo por doquier,
pues en esta mansión
de fortaleza, todo es gratuidad
y gratitud, claridad y clarividencia,
aura de refrigerio,
y viento que nos alienta.
Seamos la esencia que reaviva,
la sustancia que reconforta.
Pobre del cuerpo que camina
con el ánimo triste,
ya que la energía gozosa
es aquella que nos hace fecundos,
una fertilidad que nace de la acción;
y, así, hemos de ser para el mundo
el abrazo de una mesa compartida,
auspiciada por la caricia
del amor de Dios,
siempre protectora y al encuentro
de una esperanza que nos resucita,
pues un andar reanima otro andar.
Víctor Corcoba Herrero
30 de abril de 2016