- ENDIMION EN ANDALUCÍA - 1 de diciembre de 2024
- DURRELL Y LAS UVAS EN CHIPRE - 9 de noviembre de 2024
- UN JAPONÉS VARADO EN PATAGONIA - 2 de noviembre de 2024
LEONOR FINI, LOS AMANTES MINERALES , POR ANTONIO COSTA GÓMEZ
Leonor Fini fue una pintora fascinante. Y también una mujer fascinante. Nació en Buenos Aires, pero vivió en Europa. Fue amiga de Paul Eluard, de Salvador Dalí. Pintó a Anna Magnani como una emperatriz con guantes. Escribió un libro dedicado a sus 23 gatos persas. Se fotografió a sí misma con una desnudez misteriosa y diseñó vestidos para Fellini.
En su cuadro “Coloquio mineral” hay una especie de hombre verde de pie y una mujer ocre sentada. El hombre tiene el rostro anguloso, a la mujer se le esbozan unos ojos sin pupilas. Los dos están desnudos con una desnudez mineral. El hombre tiene un corazón en forma de círculo, la mujer sostiene una esfera verdosa en la mano. Detrás de ellos vemos una atmósfera mineral, se gradúan los tonos en gamas oscilantes.
¿Qué demonios se estarán diciendo? Apenas hay expresión en sus rostros, pero vemos dedicación intensa en sus ademanes. Se enfrentan radicalmente uno a otro, sin nada que los estorbe, sin palabras que encierren sus pensamientos. Charlan de manera informe en medio de los secretos de la forma.
Son como el azufre y el mercurio en la alquimia, luchan o se aman. Se dan sus soledades o se intercambian enigmas. O procrean algo asombroso. Se reducen a lo primigenio, se dan sus soledades radicales. Se ofrecen un erotismo innombrable, se escapan de nuestro lenguaje normal.
Los dos luchan calladamente, buscan desgarradamente sus cuerpos minerales, indagan el uno en el otro, se padecen el uno al otro. Se enfrentan sin paliativos, sin casa, sin palabras, y puede venirles la plenitud de lo que son , la plenitud de la tierra. Hay en ellos un lirismo mineral , la extrañeza de la materia.
La mujer es una pura mirada, se adelanta para escuchar. Presta una apasionada atención. Los dos se hunden en esa radicalidad apasionada. Se escuchan en lo indefinido y el silencio. Son verde y rojo impuros y mezclados que se atraen.
Siempre me ha turbado ese cuadro. Me hace pensar en comunicaciones imposibles, en la vuelta a las raíces del ser. En contactos descontrolados en la noche. En una especie de conexión obscena, en una atención apasionada. Solo una mujer como Leonor Fini podía concebir una obra como esa. Se expuso en 2018 en la Galería Weinstein de San Francisco dentro de la exposición “Belleza convulsa”. Porque con su proximidad a lo informe Fini conectaba el surrealismo con el expresionismo abstracto.
Leonor Fini nació en Buenos Aires en 1907. En París fue amiga de Paul Eluard, de Georges Bataille. Pintó a Jean Genet con los ojos blandos, a María Félix contemplándose a sí misma. Ilustró obras de Edgar Poe, textos del Marqués de Sade, libros sobre brujas y poemas medievales. Escribió novelas , diseñó vestidos para la “Sonatina” de Rubén Darío. Diseñó vestuarios para películas de Fellini y de John Huston. Siempre dijo que se mantendría lejos de las multitudes. En sus últimos años aparecía con vestidos extraños y sombreros anchísimos. Una vez dijo “Toda pintura es erótica”. Porque sintió la sensualidad y el misterio del mundo. Murió en el invierno de 1996 en París.
En sus cuadros nos descubre los confines del mundo. Boga con sus gatos por aguas azules, surge como gran dama reflejada en el agua. Nos lleva a la torre secreta, aparece como leona acariciando a amantes dormidos. Sale desnuda de puertas oscuras, nada que ver con el puritanismo de las feministas ursulinas. Y ese erotismo no le hace perder su inteligencia, qué gilipollez. Sale con ojos febriles de la niebla, llega con pasiones escondidas.
Su pintura jugaba con las luces y las sombras, se aproximaba al teatro o al cine. Pintaba sensualidades sin límites, una avidez misteriosa. Parecía que se hubiera escapado de algún sueño. Vagaba como una sonámbula por las ciudades del mundo. Pintaba los abismos del exceso y el vértigo, como quería Georges Bataille. Quién se cruzara con ella.
ANTONIO COSTA GÓMEZ, ESCRITOR