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LAS METÁFORAS VISUALES DE JUAN CEYLES
Cuando se excluye lo innecesario queda lo mínimo. Algunos procesos creativos surgen de un espacio de análisis y simplificación (hay que sacudir el árbol para conservar solamente aquello que permanece en las ramas). Se trata de procesos de naturaleza empírica que van desnudando al objeto de todas sus particularidades hasta hacerlo desaparecer. Se obtiene de este modo una imagen con una singularidad propia y una signografía específica. El signo acaba por convertirse en la expresión única de la forma. La forma que es esencialmente cualidad y modo de ser del signo.
Esta sutil ausencia de la representación estricta del objeto hace que el artista explore sus propios territorios interiores enfrentándose a los imprevisibles choques conceptuales y a las variaciones interminables que son productos del azar. Desprenderse de la cáscara de la realidad le lleva a ello y, como consecuencia, se produce una tensión manifiesta a la hora de expresarse con nuevas imágenes. Es necesario, entonces, contar con una semiótica adecuada y un lenguaje único y severo que sepa ensamblar las distintas combinaciones de las representaciones plásticas y literarias que oportunamente se le pondrán a mano.
Desde estos presupuestos hay que considerar la obra de Juan Ceyles. Una obra en la que convergen la escritura como elemento plástico y un buen número de formas en sus estructuras más primarias. El resultado, un conjunto de elementos que le lleva a elaborar toda una serie de metáforas visuales que él denomina “polimorfemas”. Dichos polimorfemas no son unidades lingüísticas de significación, sino unidades esenciales de una geometría onírica que irá surgiendo a partir de un cierto automatismo psíquico, de modo que cada polimorfema, cada metáfora visual, no es más que una figura icónica de factura sencilla que pretende dialogar con el espectador. A veces sus propuestas están cercanas a los caligramas cuando en ellas inserta lo textual, pero siempre impregnando de sátira, de ironía o de irreverencia, el contenido de las mismas.
Hay que aclarar, sin embargo, que cuando hemos señalado el automatismo en la obra de Juan Ceyles no nos estamos refiriendo a los automatismos rítmicos de los dibujos de André Masson, ni al suprematismo de Malevich, ni tampoco a los trabajos de Joan Brossa o Eduardo Cirlot, aunque con estos últimos pueda haber cierta complicidad cuando sus polimorfemas se constituyen en meras expresiones de la llamada poesía visual.
Juan Ceyles parte de un alambicado nihilismo lleno de rigor ético. Sustrae de lo escondido sus sombras y sus luces. Encuentra ese agujero por donde penetrar en otra realidad. Hace que los textos pierdan su función denominadora. Su plástica es una plástica del pensamiento. Procura que lo trivial se convierta en algo tan relevante como los diversos procesos de la vida cotidiana. Algo de esoterismo, de cábala. De neodadaísmo. El poeta que escribe pintando o el pintor que escribe. Imágenes que surgen entre la vigilia y el sueño (hipnagógicas se llaman). Todo un mundo en el que el erizo de la vida va dejando sus numerosas huellas en una lámina de agua que él consigue recoger.
Por Antonio Abad
Autor de la fotografía es Pepe Ponce
LAS METÁFORAS VISUALES DE JUAN CEYLES