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LARA CANTIZANI
Lucena, 1969.
Autor de una destacada y sólida trayectoria, que no oculta su admiración por Luis Alberto de Cuenca. Es autor de Yo maté al cisne (Ayuntamiento de Lucena, 1994), Poemas adúlteros (Cuadernos de Ulía, 1996) con el que obtuvo el Premio Mario López, Todo lo que sé de ti y otras mentiras (Juan de Mairena, 1999), Incultura clásica (Ayuntamiento de Lucena, 2002), Versos (Universidad de Lleida, 2002), Los 4 elementos (Cuadernos del Desconsuelo, 2004), El invernadero de nieve (DVD, 2007) que logró el XXXIII Premio Ciudad de Burgos) y Régimen interior (Almuzara, 2009) que fue premiado con el Premio Internacional de poesía mística Miguel Castillejo. También hay que destacar su labor como editor literario, con títulos como, entre otros, Once de marzo, antología de haikus desde Lucena (El árbol espiral-El sornabique, 2004) y Su nombre era el de todas las mujeres… y otros poemas de amor y desamor de Luis Alberto de Cuenca (Renacimiento, 2005).
La rama rota
por la mitad. Y medio
mundo se seca.
Eco fundido.
Copo de nieve muda
en la campana.
Jugar con fuego
en la nieve. Tu aliento,
fumata blanca.
Adriana y Elisa.
En las dos me reflejo.
Hijas-espejo.
La Vía Lactea
flota en los arrozales.
Arroz con leche.
CARTA DE PENÉLOPE A CIRCE
Agua. Me separa de Ulises
tu cuerpo y el suyo sudando amor desnudo
sin orillas.
Demasiada agua.
Su insípido recuerdo vadea seco
por las playas de la memoria.
El porqué de este poema es el mensajero, Telémaco.
Él y tu cariñoso huésped
—fiero engañado—
se creen padre e hijo.
No los desilusiones, no seas bruja.
Además, los labios anónimos que besé a escondidas
se han empapado de olvido
y, te seré sincera, amiga,
no sé bien quién lo engendró.
Mi nuevo amante
—él ha escrito estos versos,
no es héroe, es poeta—
admira al tuyo.
Yo, ya no.
Recuerdos a los cerdos.
CÁNTICO CORPORAL
(OTRA VEZ EL MAL AMOR)
Para ser el punto de mira
de mis versos carnales,
de mis versos falsificadores
que cambian, mentirosos,
los restos de tus labios
por otros mejores.
Para estar perdido y encontrado
para unos versos adúlteros
que –no nos engañemos–
no me usan a mí sólo;
para ser importante para mis versos
para el espíritu,
para arrepentirme,
para todo;
el cuerpo del delito,
mi cuerpo.