LACAN, EL ORDEN SANITARIO

LACAN, EL ORDEN SANITARIO

Francisco josé Garcia Carbonell
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LACAN, EL ORDEN SANITARIO[1]

(Psicoanálisis como teología negativa)

            Lacan en su Seminario 6 hace referencia al deseo como “la esencia del hombre” desligándolo del hambre por intentar conseguir alcanzar aquello que no se puede alcanzar. Es, también, que esta concepción spinoziana que nos habla sobre la esencialidad implícita al sujeto es tanto  del sujeto como separador del Otro al no ser solo el deseo del mismo. En su relación como adversario del ambiente que se le presenta y al cual debe sobrevivir nos dice el sicoanalista: << Ese discurso para el Otro, esa referencia al Otro, se prolonga más allá, en esto: Que ella es retomada, a partir del Otro, para constituir la pregunta de: “¿Qué es lo que quiero?”. O más exactamente, la pregunta que eso propone al sujeto bajo una forma ya negativa: ¿Qué quieres tú?”; la pregunta de lo que, más allá de esta demanda alienada en el sistema del discurso, en tanto que él está ahí, reposando en el lugar del Otro, el sujeto, prolongando su pantalla, se pregunta, ahí, lo que él es como sujeto, y donde él tiene, en suma, que encontrar algo>>[2]. Es ya, pues, que el deseo no nos empuja a satisfacer nuestras necesidades sino que es la insatisfacción producida por la pérdida que ha sido separada del sujeto y que se esconde bajo un pretexto.  Como luego habla en su Seminario 8, el sujeto puede verse reflejado como aquel que se refugia en su deseo sin querer que este se satisfaga, pues está marcado por esa dependencia con todo aquello que le antecedió en su historia y que determina ese propio deseo. ¿Cómo actúa aquí, entonces,  la perversión del deseo? Sencillamente, como bien explica Freud, en el no reconocimiento de la realidad[3]

            Para adentrarnos más en la incidencia del deseo dentro del campo del sicoanálisis, tenemos que distinguir entre la biología que queda religada a nuestro organismo: la necesidad de poder sobrevivir al amparo de lo otro que en este caso es la propia condicionante natural en la que nos desenvolvemos y,  como distingue el profesor Alberto Bernal Zuluaga,  la necesidad de la demanda. Explica este:

            <<Al articular las demandas en palabras, se introduce otra cosa que causa una escisión entre la necesidad y la demanda; junto a la demanda que articula una necesidad, también hay “demanda de amor”. El objeto que satisface la necesidad, que es suministrado por Otro, adquiere la función adicional de dar prueba del amor del Otro. El Otro, su presencia, simboliza el amor del Otro, creándose así una relación de “dependencia”. Así pues, la demanda cumple una doble función: expresa una necesidad y se convierte en una demanda de amor>>.[4]

            La diferencia  más notable entre ambos conceptos es que en relación al Otro, el primer caso del segundo, va en consonancia a la posesión o no de un objeto. Mientras la necesidad se desmarca bajo el signo de lo incondicional a la posesión de dicho objeto <<para esta última no hay objeto>> y por lo tanto tampoco una respuesta incondicional de amor. Así, esto da lugar a que <<el resultado de esta escisión entre la necesidad y la demanda, es un resto insaciable: el deseo. Es decir que, después de que han sido satisfechas las necesidades que fueron articuladas en la demanda, el otro aspecto de la demanda, el anhelo de amor, subsiste insatisfecho, y ese resto es el deseo>> Como termina diciendo el autor:

            <<El deseo es el excedente producido por la articulación de la necesidad en la demanda. El deseo toma forma cuando la demanda se separa de la necesidad. El deseo es entonces, una fuerza constante que nunca puede ser satisfecho, lo que le diferencia de la demanda, que puede ser satisfecha y deja de motivar al sujeto hasta que surge de nuevo. El deseo no puede ser satisfecho y por tanto es eterno>>[5]

            De aquí el deseo debe preceder al objeto. La propia búsqueda del deseo es el productor del mismo deseo, pues <<el objeto de nuestro deseo se elabora gracias a un fracaso designado por un recorrido a través de una cadena significante en donde la propia búsqueda origina aquello que se está buscando>>. Es pues que el paciente es un constructo  en donde <<El deseo,  por tanto, constituye una cuestión estructural; simbolizamos nuestro entorno para domesticar ciertas monstruosidades, para hacer frente a las fallas del orden simbólico>>  y en donde, de igual modo, se produce una trasversalidad de significantes, <<un marco objetual de realidades positivas (los objetos del deseo) así como un resto que se pliega entre la presencia y la ausencia>>. Así el deseo actúa en el paciente como productor que lo fusiona en el gran Otro.[6]

            Por consiguiente el anhelo del objeto queda contextualizado bajo el influjo de una demanda insatisfecha que puede ocasionar una represión, lo que Freud llamaba <<fuerza de desalojo>>. Con esto el sanitario, si no juega bien su papel como moderador entre la realidad y el deseo, puede ser el impulsor que transforme al enfermo en una “criatura fantástica”, pues aquel, en el acto del cuidado, actúa como transferente en la producción del deseo frente a la incertidumbre de la realidad. Respecto a la transferencia el investigador Iván Álvarez nos dice:

            <<En este proceso puede ocurrir que el analista desee demasiado el bien del paciente obstaculizando la ortodramatización subjetiva, y es allí, en ese momento, que emergerá la transferencia como una marca de errancia del analista, así como también de orientación, como de un llamado al orden de su papel, que sería el de un no – actuar positivo para que advenga la subjetividad expresada en los síntomas. De esta manera, la transferencia se presenta cumpliendo un doble papel: por un lado, desde una faz resistencial, obstaculizando la cura; y por el otro, como brújula que indica por dónde se ubica el camino a seguir. Transferencia a la que Lacan propondrá interpretarla: llenar con un engaño ese punto muerto del avance, que aunque falaz, ese engaño da la posibilidad de relanzar el proceso […] Lacan toma la escena que se produce en el final del Banquete, en la que Alcibíades propone hacer una confesión a su auditorio con respecto a lo que le ocurría con Sócrates. Y la interpretación la da Sócrates, al indicarle que lo que está haciendo está dirigido hacia Agatón, le marca hacia dónde está dirigido su deseo. Como se puede apreciar, no se trata del retorno de un pasado, sino más bien de lo que ocurre en el aquí y ahora en esa relación. Podríamos tomar la cuestión para diferenciar lo que se llamaba interpretar la transferencia – poner palabras donde antes sólo se actuaba – con lo que podríamos denominar ahora interpretar en transferencia – que sería el lugar desde el cual surge la interpretación, ya que el analista no está por fuera de lo que produce el paciente. Es con él con quien algo – esa ficción – se produjo. >>[7]

            Como teología negativa que es también el psicoanálisis en su papel de dar una unidad metafísica a todo, muchas veces tiene que buscar adaptar la propia privacidad y responsabilidad del individuo a su sistema “universalizador”. Por eso es importante que, también, intentemos ser críticos con este método a la hora de hacer una reflexión sobre el paciente. Aún así el propio psicoanálisis nos da una clave vital a la hora de entender la estructuro en la que se sustenta lo sanitario. Este, tomando como referente a Foucault, ha evolucionado desde una discriminación externalizando al enfermo del entorno social o, mejor dicho, excluyen a un plano marginal dentro del sistema estructurado del lenguaje hasta, y todo a través de una lucha para modificar esas actitudes, transformar el propio entorno, adaptándolo a la persona enferma para que esta pueda participar de un modo más pleno dentro de la sociedad. Pasar de modelos donde se hacía necesario prescindir de la persona a otros donde se adapta el propio contexto para la participación de esta.[8]Esto puede traer los peligros antes expuestos ya que se puede crear un marco imaginario que provoque la inactivación del paciente a la hora de contrariar la realidad en pos de la perversión de ese deseo que nunca termina de cuajar. El propio hospital, por ejemplo, cumple ya en sí un papel simbólico que castra la propia responsabilidad del paciente. Un papel lleno de preceptos religiosos donde los sanitarios actúan como padres instigadores de la culpa. La culpa queda disfrazada bajo el manto de una paradoja que es tanto más eficaz cuando el propio paciente se ve cohibido, de un modo asimétrico por su estado, no solo por la autoridad del sanitario sino por la disposición de todo lo que le envuelve. El hospital está hecho para traer orden y la lógica de este no puede llegar a captar del todo lo caótico del amor.

                                                                                  Francisco José García Carbonell

[1] Tomado de mi libro: El paciente la sociedad imaginaria.

[2] Clase 16, del 8 de Abril de 1959 No hay Otro del Otro. Biblioteca Lacan, psicoanálisis.org.

[3] Como explican las investigadoras Irene Corach y Alicia Silvana en su artículo Negación y renegación: una lectura de las adicciones haciendo referencia al consumo de drogas: “Se recurre a la droga como suplencia cuando se está ante el riesgo en la autoconservación, el riesgo de la existencia misma. Es siempre un intento de dominio sobre el cuerpo, que en general nos es ajeno y enigmático, como un intento de suplir la falencia (que llega a la ausencia) de otro garante de la funcionalidad de ese cuerpo y de esa mente. La droga promete ese dominio pero obliga al sujeto a no poder descansar en el Otro. No es el hacedor de él mismo, pero tiene que ser su constante vigía y guardián. Confiar en el Otro y mantener la incógnita de nuestro cuerpo implica un reconocimiento de una falta del ser y del tener. Esa falta es lo que permite ocuparse de otra cosa: podemos desear. El ejemplo extremo de este recurso lo dan las psicosis. La ausencia del Otro simbólico deja abierta la constante amenaza de un goce que no está mediada ni por la palabra ni por los disfraces imaginarios. Esto hace real al peligro: el de ser, en lo real, objeto de ese goce.

[4] Bernal Zuluaga, H.A. (enero-junio, 2019). La diferencia entre necesidad, demanda y pulsión. Poiésis, (36), 74-78. DOI: https://doi.org/10.21501/16920945.3190, página 75.

[5] Ibid.

[6] Jorge Fernández Gonzalo, El pensamiento de Slavo Zizek, Ontología, Ética y Estética, Tesis Zizek, 2016, UAM, reposorio.uam.es (fernandez_gonzalo_jorge.pdf), página 64.

[7]Iván Álvarez (2012). La transferencia: un recorrido en la obra de Freudy Lacan. IV Congreso Internacional de Investigación y Práctica Profesional en Psicología XIX Jornadas de Investigación VIII Encuentro de Investigadores en Psicología del MERCOSUR. Facultad de Psicología -Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires. Página 59-60, https://www.aacademica.org/000-072/716

[8] Esta reflexión toma como base mi propia ponencia en un seminario de la UMU Desde la igualdad de género. Ausencias Reflexiones en la calle recogidas posteriormente en una obra conjunta publicada por la asociación Filosofía en la Calle. En ella hago una reflexión sobre la discapacidad: “Para entender el proceso que ha seguido la discapacidad a lo largo de la historia me gustaría reparar en el pensamiento  lógico que emplea  Foucault, cuando dice aquello de que las reflexiones más que encontrar la verdad de las cosas, inquieren ser instrumentos para explicar. A través de la reflexión, dentro de ese sistema estructurado que aporta el lenguaje expresamos aquello que sentimos, pensamos, etc.  Es sólo a través de la reflexión como podemos explicar actitudes de discriminación o estereotipos que se han naturalizado dentro de la sociedad. Esto, a su vez, nos ayuda a encontrar el camino para modificar esas mismas actitudes. Encontrar cambios dentro de ese sistema de comunicación estructurado  La propia percepción de la discapacidad como una percepción que debido a unos rasgos de la persona, impide a esta interactuar de un modo pleno dentro de las estructuras sociales, ha ido evolucionando de la mano de los cambios paradigmáticos sociales. Una percepción que ha ido evolucionando, e involucionando dentro de los contrastes que rodea la historia de la discapacidad, desde una discriminación externalizando a la persona discapacitada del entorno social o, mejor dicho, excluyendo a un plano marginal dentro del sistema estructurado del lenguaje hasta, y todo a través de una lucha para modificar esas actitudes, transformar el propio entorno, adaptándolo a la persona discapacitada para que esta pueda participar de un modo más pleno dentro de la sociedad. Pasar de modelos donde se hacía necesario prescindir de la persona discapacitada”

 

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