- La utopía demediada - 27 de enero de 2014
La utopía demediada
por Salvador Compán
La palabra utopía significa “no lugar”, “no existe tal lugar”, en el sentido de un espacio tan benéfico en todos los sentidos que solo puede vivir en el deseo. Para Tomás Moro, Utopía era una isla donde no existía la propiedad privada y el trabajo y las leyes funcionaban con admirable equidad. Imaginó Moro una sociedad como dibujada por la misma mano de la justicia, quizá el único modo en el que merezca la pena soñar a un pueblo.
En cambio, la Utopía que esgrimen el presidente Mas y su gobierno como señuelo se queda solo en isla, en un lugar aparte sin más atributos que precisamente ese, el de ser un espacio aislado por fronteras. Ni noticia de cómo los separatistas mejorarían la vida de los catalanes, de cómo la independencia los haría avanzar no ya hacia la felicidad sino hacia un reparto más justo de la riqueza.
Por debajo de un despliegue de sentimientos de autoafirmación, las ideas que subyacen en el discurso secesionista son reaccionarias, propias de una burguesía de corte neoliberal, cuyos intereses estarán siempre en el negocio y, por esta razón y en contra de su propia propaganda, ni busca ni le interesa una Cataluña independiente. Sin embargo, sí les conviene convertir al resto de España en una encarnación de la culpa con el fin de que su Cataluña –su imagen de Cataluña, su Utopía demediada- pueda encarnar la inocencia, y así obtener ventajas económicas y tanto poder político como puedan conseguir para, primero, acorazar lo conseguido y estar luego en condiciones de exigir más en el futuro. Sería como la estrategia de un escalador que no quiere llegar a la cima porque sabe que allí está la soledad, el vértigo y el precipicio, pero simula todas las mañas del heroísmo patrio para parecerse a aquel que dice ser, a aquel que ha prometido coronar la cima para clavar en ella la bandera de su menguada utopía.
De ese modo la independencia para ellos sería un medio, que produce réditos, pero no un fin. Todas las iniciativas que vienen tomando pueden explicarse por la mecánica arrojo> fracaso calculado> éxito. Quiero decir que parten de imposibles teóricos (como la reforma del Estatut con Zapatero o el referéndum actual) mostrándose en estas peticiones como jovenzuelos llenos de arrojo que piden lo imposible para, cuando les llegue la inexorable negativa, convertirla en el éxito de inventar un verdugo castrador al tiempo que exhiben su candidez de víctimas con el fin de sumar adeptos de una parte de los catalanes, que ahora se sentirán incluidos en esta inventada frustración que les impone, sin que ni siquiera lo adviertan, su propio Gubern.
Lo más turbio, lo menos ético, de esta estrategia es que está impulsada desde la Generalitat y se basa no en la información sino en la propaganda. Como si el gobierno, que como tal debe ser inclusivo, hubiera desnaturalizado su función de equilibrio y la hubiera sustituido por la contraria, la de desequilibrar a la sociedad que representa. Muchas de sus iniciativas son homologables con las de una agencia de publicidad, porque maneja sus mismas técnicas basadas en la emotividad, en la exageración, en las idealizaciones o en la parcialidad. Recurre a truculentos eslóganes que a veces producen sonrojo por su indigencia intelectual y por su capacidad de subvertir la realidad con el fin de agudizar la oposición Cataluña/ España, como si fueran no ya dos realidades distintas sino incompatibles: “España nos roba”, “Derecho a decidir”, “Libertad para Cataluña”, etc.
Asistimos, pues, a una de las operaciones más perversas de cualquier nacionalismo, la de intentar puerilizar a un pueblo vaciándolo de entidades individuales para verterlas en un único ser colectivo. Se trata de crear una patria. Se trata de fomentar una alienación plural para que todas las manos levanten el fetiche de una misma bandera. Situaciones como esta producen la misma tristeza democrática que transmiten los enterizos españolistas, los vocingleros demagogos, los esquemáticos populistas, los arrobados dogmáticos de cualquier fe.
Así las cosas, ni siquiera parece extraño que un reciente artículo de The Wall Street Journal denuncie la sumisión de TV3 a las tesis secesionistas del poder político catalán o que cada vez más se escuche en aquellas tierras el Himno de los Esclavos de Nabucco o que el Barça vista a sus jugadores como si fueran un anuncio de la senyera.
El problema creado parece de difícil solución porque la mitad de los catalanes no desean la segregación (aumentarían en número con el efecto abismo ante las urnas de un referéndum real) y porque a la burguesía catalana solo le interesan los votos, y no la utopía demediada de encerrarse entre fronteras. Pero, sobre todo, porque lo que buscan muchos catalanes es la Utopía de Moro, una patria en la que se niegue el pensamiento impuesto y donde no quepa ni la corrupción, ni las privatizaciones, ni la criminalización de la protesta, ni los desahucios, ni la SICAV, ni las ayudas a los bancos, ni los partidos que trabajan para sí mismos, ni la apropiación de la justicia por los políticos…Ni nada de lo que convierte a las personas en seres demediados.