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Por Francisco Vélez Nieto
‘Que los fuertes hacen lo que quieren mientras que los débiles sufren como deben'” Tucídides:
Hace unas semanas publique una reseña sobre la novela Intemperie de Jesús Carrasco /Seix Barral), había dejado pasar un tiempo considerable desde su salida al mercado bajo un estruendo de crítica favorable. Por cautela profesional suelo dejar transcurrir el tiempo hasta decidir comentar aquellas obras que ven la luz con granizado clamor de elogios. Ya la leí y me gustó su escritura, el planteamiento, por lo que le dediqué una crítica emotiva.
El sabor dejado por la lectura de Intemperie me llevó a La tierra que pisamos. Y la verdad, no me ha sorprendido en absoluto el descenso del contenido comparada con la anterior obra. Es un hecho que en la historia de la literatura suele producirse: gran primera novela y una segunda de inferior calidad. Menos son aquellos que logran en un espacio de tiempo superar esta prueba de calidad de contenido. Una muestra ejemplar en la literatura universal es el caso de Thomas Mann: contaba veinticinco años en 1901 cuando publica la exquisita novela Los Buddenbrook, la obra tuvo un éxito rotundo, y en 1929 ya se habían vendido más de 185.000 ejemplares solo de ediciones en lengua alemana. El Premio Nobel a Mann en dicho año le fue concedido, en palabras del jurado, “principalmente por su gran novela, Los Buddenbrook” Se cuenta que cuando llegó a Correos para enviar el manuscrito a la Fischer Verlag, que sería la editorial de toda su obra con el tiempo, le hizo un seguro de 1000 marcos, el funcionario extrañado por tan alta cifra que suponía el envío, preguntó que ya sería una buena historia. “No he hecho copia y efectivamente es una gran novela”.
La montaña mágica (Der Zauberberg, en el original alemán) es la novela de Thomas Mann que publicada en 1924, fue Considerada la obra más importante de su autor y un clásico de la literatura en lengua alemana del siglo XX traducida a numerosos idiomas. Thomas Mann comenzó a escribirla en 1912, a raíz de una visita a su esposa en el Sanatorio Wald de Davos en el que se encontraba internada. Doce años después, en 1924 fue publicada,
La tierra que pisamos’ de Jesús Carrasco mantiene idéntico estilo en su escritura que nos ofrece en La intemperie, pero no encuadra de igual manera ni atrapa al buen lector. Hay momentos en que la narración aburre, se alarga de forma minuciosa en contar unos hechos, necesarios, pero no forzosamente de la manera en que son alargados. Sobre prisioneros y campos de exterminios, existe, dolorosamente, historias verdaderas que permanecerán. La tierra que pisamos y otros pisotean con las botas del franquismo heredadas, hablan del modo en que nos relacionamos con la tierra, con el espacio donde se ha nacido, formamos una geografía compuesta por una escala de valores crueldad despiadada, alineación feroz sin necesidad de usar las porras y las torturas físicas.
Ocupamos dos extremos con el centro de la clase media desmadejada por un desastroso cálculo político que lleva a copiar este fragmento de Lampedusa de El gatopardo. La página donde se narra la insistente propuesta al Príncipe por parte del representante del Gobierno revolucionario, Chevalley, a lo que él le responde: “Somos viejos, Chevalley, viejísimos. Hace por lo menos veinticinco siglos que llevamos sobre nuestros hombros el peso de unas civilizaciones tan magníficas como heterogéneas: todas ellas nos llegaron de fuera, ya completas y perfeccionadas, ninguna entre nosotros, a ninguna le marcamos el tono, somos blancos como usted, Chevalley, como la reina de Inglaterra, y sin embargo hace dos mil quinientos años que somos colonias. No lo digo por quejarme: en gran parte es culpa nuestra, pero no por ello nos sentimos menos despojados y exhaustos.”
El imperio invisible que nos muestra Jesús Carrasco no es difícil de comprender, por ser monótono y reiterativo, sin los valores de la Intemperie, cargado de realismo y bravura, aunque si presenta un paisaje duro y real dentro de la ficción, algo arcaizante. Con momentos crudos de una criminalidad que ha sido real, sufrida, pero la trama es endeble y repetitiva, para narrar algo tan dolorosamente conocido que se ha escrito con verdadera maestría bien repetidas veces en el campo literario e histórico. Mas ese recordatorio siempre presente en las buenas y doloridas memorias y la transmisión oral, no sionista imitadora del hitlerismo, no puede dejar de recordar los testimonios con un estilo prescriptivo que Jesús Carrasco no ha conseguido. Cansado de tanta mentira, crueldad y vulgaridad, mantengo vivo el verso de Cernada “Abajo todo, todo, excepto la derrota”, y con la cita de Lampedusa.