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COMPARTIENDO DIÁLOGOS CONMIGO MISMO
Me gusta la teología de versarse porque me despierta,
y nos hace ver que más allá de este morir cada día,
hay que sentirse pequeño hasta empequeñecerse,
como Jesús, que siendo grande, quiso ser el Niño.
El Niño que se dejó adormecer por la inocencia,
que se humilló hasta el extremo de donarse todo,
que se empobreció hasta no tener nada consigo
y lo tenía todo, hasta someterse a una muerte en cruz.
Una cruz, la de Jesús, que en ella se vierte el amor
de Dios por la creación, por toda la humanidad,
y es, en cada uno de nosotros, donde toma vida,
y se hace savia, más allá de toda existencia alumbrada.
Somos la luz y esta es nuestra esperanza, la de ser.
El albor nos pertenece como signo que nos trasciende.
Los dolores serán muchos, pero el consuelo es mayor.
Uno ha de estar para salirse de sí, y entregarse siempre.
En la donación está la gran riqueza del caminante,
es la misión encomendada para el camino,
es nuestro poema para renacer como poetas de alma,
como criaturas del verso níveo y de la palabra honda.
Roguemos, pues, al Creador del mundo poder vivir
para poder amar, con la activa cruz de la ternura,
con la mansedumbre y la humildad de cohabitar,
corazón a corazón y de coexistir unos en otros.
Como María, que estuvo junto a su Hijo en la pasión,
pero que también se conmovió con el Niño de Belén,
dejémonos acompañar por su espíritu, y que sea ella,
quien nos inspire a ser la gloria tras esta larga noche.
Víctor Corcoba Herrero
7 de agosto de 2015