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LA SONRISA DEL MANZANO de la poeta Ana Patricia Santaella Palhén
Una vez ha condensado música, plasticidad, belleza y verdad en el crisol de sus versos y estrofas, la poeta Ana Patricia Santaella Palhén trae hasta nosotros su nueva obra titulada La sonrisa del manzano. Ediciones Depapel, por su parte, es quien, con la exquisitez y esmero que le son característicos, se ha ocupado de darle esa siempre, casi milagrosa forma, de libro.
Ahondando en las páginas de La sonrisa del manzano repararemos en que sílabas, palabras, espacios, signos y pausas del texto se transmutan en acogedora estancia desde la que pueden divisarse distintos panoramas y paisajes a través de los prístinos ventanales que la circundan y así, en su primera parte, Ventanas sentimentales, nos asomaremos a un universo interior e inmanente a todo ser, donde habitan y se desenvuelven la dicha, el amor y la gratitud por cuanto de infinitamente valioso tiene el sencillo oficio de vivir y convivir en armonía.
Si nos asomamos a Ventanas dedicatorias, su segunda parte, estaremos ante la concreción y desvelamiento a la vez, de aspectos tan grandes y hondos, como sutiles, referidos a personalidades admiradas y entrañadas por la poeta; siendo, estos, referentes para la humanidad como es el caso del poeta Miguel Hernández.
Continuamos nuestro recorrido y llegamos a la parte final de La sonrisa del manzano, donde Ana Patricia sitúa sus Ventanas diversas y tragaluces para mostrarnos, sin desprenderse en absoluto de cuanto de amable y afectuoso conlleva el mensaje del texto, el acontecer social que nos está tocando vivir. Mas hay que decir que, si bien afable y mesurado es el tono, lo es también contundente, firme, verdadero e incisivo, al igual que las aristas que recorren los tragaluces de estas últimas ventanas por las que Ana Patricia Santaella Palhén nos muestra el mundo.
Si tratamos de indagar en la atmósfera de la estancia donde se hallan los límpidos ventanales especificados anteriormente, caeremos en la cuenta de que en ella se dan cita sonoros y coloridos átomos musicales que vienen a transitar las mismas diáfanas sendas de pentagramas por donde discurren las composiciones del cantautor Pedro Guerra, un afortunado encuentro en las raíces de la tierra y el abisal y celeste movimiento del Atlántico, acaso, porque sin percatarnos, son numerosas las ocasiones en que abastecemos de nutrientes nuestro numen siguiendo diferentes caminos para llegar a la misma fuente y así, La sonrisa del manzano participa de esa musicalidad de acorde armónico de ola marina y oceánica donde el latido de los intuidos continentes adquiere compases un tanto tribales, primigenios y exóticos para unir ancestros y espiritualidades comunes aún desde latitudes distantes: Se nos viene al paladar más sutil y se nos abre como flor de loto en la memoria la abarcadora herencia de Pablo Neruda y de Gabriela Mistral a la vez que de Antonio Machado o de Miguel Hernández junto con la vehemencia colorista de Frida Khalo con el encaje musical del fado, el bolero e incluso el tango.
El texto aborda el mundo desde una evolución interior para expandirse al exterior con una actitud amable, generosa, fraterna, si bien se deja oír claramente, sobre todo en su tercera parte, la queja que retumba soterrada para emerger al exterior desde las capas más hondas de la tierra tratada en su calidad de madre, amiga, hermana e incluso divinidad: Es en esta coyuntura donde transcurre paralelo al orbe del mundo, el universo humano de la poeta fundiéndose ambos en el crisol de los versos.
Poesía etérea y telúrica al unísono, pues, en La sonrisa del manzano, cuya voz, si hubiésemos de describir, lo haríamos diciendo que es apasionada mas no de ígneas llamas, sino más bien como si fuera posible que éstas surgieran a partir de un fuego concebido en el agua: tibio, de mañana de verano o de primeras horas de tarde otoñal.
En el estilo, absolutamente original y personalísimo, frecuentan los contrapuntos y paradojas que parecen colisionar en álgidas y estratégicas barreras, dispuestas expresamente así por su propio acuerdo sintáctico, para hacer estallar en multiplicidad de matices los hallazgos y encuentros de imágenes y conceptos y provocar con ello en el lector una diáspora de inusitadas sensaciones, que recorran su percepción como pequeñas y estimulantes descargas de eléctricos estampidos cromáticos. Las ideas desbordan la forma física de los versos cortos y libres, siendo así mayor el contenido que el continente, de ahí una logradísima intensidad estética tan sosegadora y estimulante a la vez.
Poesía pictórica e inteligente que con asertivos trazos bautiza las ideas, los sentimientos, las emociones, otorgándoles a su identidad matices que transgreden el mundo donde se originan para trascender en la realidad donde se hacen palpables, tangibles y meridianas, borrando así la frontera entre paisaje interior que haya su reflejo en cuanto puede percibirse con los sentidos y conforma el paisaje exterior.
Referirse, en definitiva, a la poesía de Ana Patricia Santaella Pahlén, contenida hoy en La Sonrisa del Manzano, o en sus anteriores títulos, como Viaje de Nube Sol, es como referirse a la obra de la Tierra y de sus ciclos, a la longitud de las raíces y las ramas, a volumen de simientes que recorren breve y fugazmente la luz para ahondar en la demiurga oscuridad telúrica, y proyectar desde ahí doradas cosechas. Para referirse a la poesía de Ana Patricia hay que tener en cuenta también el sabio rastro de las nubes pronosticando el desenvolvimiento de las lluvias y las estaciones, sus transatlánticos viajes sobre océanos y continentes y su hermanamiento con las corrientes migratorias de las aves porque, hay que decir, esto es muy importante, que si existe una constante, y me atrevería a decir que totémica, en la obra de Ana Patricia, esta es la figura del pájaro, del ave que sobrevuela el mundo desde la más amplia extensión de sus alas y que desde allí, sintiendo el tacto celeste y libre del aire, sintiéndose asimismo partícipe de esta naturaleza etérea, como ave, otea muy atentamente cuanto sucede en el mundo, disecciona sus múltiples realidades, sopesa los aconteceres y se cuestiona el proceder del ser humano. Como pájaro unas veces y otras como nube, su numen, recorre vastas distancias en las alturas, pero también desciende incluso hasta penetrar en el círculo acuático de un pozo: Esta es la incisiva escrutación de la poesía de Ana. Constante en la obra de Ana Patricia Santaella también es la presencia del mineral representado en el cobre, alusivo quizá a ese templado fuego del rojizo color que se identifica con la sangre para reafirmar la condición fraterna inherente a todos los seres que acoge el planeta que les da la vida.