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La sociedad inglesa que se dedicaba al estudio de las hadas, de la que Walt Disney fue miembro
Cuando al torero Rafael el Gallo le presentaron a Ortega y Gasset, explicándole que era filósofo, dejó una frase para la historia: «Hay gente pa tó». La expresión se ha convertido ya en todo un aforismo que bien podríamos aplicar hoy al tema de este artículo, pues vamos a hablar de una estrambótica sociedad fundada en 1927 y que, sorprendentemente, permaneció activa hasta hace poco: la Fairy Investigation Society. En este caso, Fairy no alude a un milagroso lavavajillas anti-grasa sino a su acepción literal en inglés, pues esa organización se dedicaba al estudio de las hadas. Efectivamente, hay gente para todo y Walt Disney fue uno de sus miembros.
Pero no hay que extrañarse o, al menos, no del todo. Los progresivos avances en la invención de la fotografía primero y del cinematógrafo después coincidieron con una moda decimonónica de nuevo cuño que recuperaba viejas creencias al albur del movimiento romántico que se impuso estilísticamente en esa primera mitad del siglo XIX. Como reacción frente al frío racionalismo neoclásico, surgió aquel movimiento que defendía justo lo contrario: la exaltación individual, el liberalismo, el exotismo, cierta melancolía, los arrebatos… Así, literatura y artes plásticas se llenaron de épica nacionalista, suicidios por amores imposibles, fantasmas, tormentas nocturnas, etc. Recordemos a Gericáult, Delacroix, Friedrich, Espronceda, el duque de Rivas, Lord Byron, Beethoven…
En esa línea, se produjo un alejamiento de la mitología clásica, demasiado ligada a la etapa anterior, para abrazar otras mitologías. Ahí fue donde se recuperó aquel viejo ansia de comunicarse con los difuntos, que se remontaba ya a la Antigüedad pero que estuvo presente también en épocas posteriores. La Ilustración lo acalló un poco pero resurgió con fuerza a mediados del siglo XIX de la mano de Allan Kardec, pseudónimo del espiritista francés Hippolyte Léon Denizard Rivail, autor de una obra seminal titulada El libro de los espíritus y fundador de la revista Espirita.
Desde la segunda mitad del XIX se sucedieron las sociedades espiritistas, que organizaban reuniones para ponerse en contacto con el más allá a través de un médium, así como para estudiar un fenómeno, que por entonces todavía tenía visos de caber en el campo científico; baste decir que Alfred Russell Wallace, uno de los precursores del evolucionismo, se interesó por el tema, igual que el astrónomo Johann Karl Friedrich Zöliner. También hubo ilustres aficionados como Victor Hugo o Charles Dickens. Y tanto en Europa como EEUU proliferaron médiums que se hicieron famosos, como la famosa teósofa Madame Blavatsky, Chico Xavier, las hermanas Fox, Florence Cook… La puerta estaba abierta y por ella empezaron a colarse seres fantásticos de todo tipo.
Y es que, como decíamos, se había despertado un inusitado interés por el folklore nacional, en el contexto del nacimiento de nuevos países independizados o unificados. Las mitologías céltica, escandinava y germánica son buenos ejemplos, pues fue en ese período cuando se dieron a conocer y experimentaron un auge. Y con ellas se hizo un hueco una criatura fantástica que haría fortuna: el hada. No deja de tener su punto irónico que, en realidad, las hadas tuvieran sus raíces en las ninfas y sílfides griegas (es decir, en la mitología que se pretendía postergar), pero su sincretismo con las tradiciones de otras regiones de Europa dio lugar a esos seres femeninos, etéreos, de una extraña belleza, a menudo con alas y con poderes mágicos, generalmente para hacer el bien pero ocasionalmente causantes de enfermedades.
Si se hicieron comunes las sociedades de investigación, con la célebre Amanecer Dorado a la cabeza seguida de una retahíla de nombres que parecían sacados de un libro de Harry Potter(The Ordo Templi Orientis, The Society of Inner Light, Order of the Keltic Cross, Ancient Order of the Phoenix, The Fellowship of Isis, Ancient Celtic Church); si se hicieron comunes, decíamos, era cuestión de tiempo que las hadas también tuvieran la suya.
Eso sí, se hizo esperar porque no fue hasta 1927, a raíz del boom que experimentaron por el caso de Cottigley, ocurrido una década antes. A más de uno le sonará, aunque sólo sea por la película Fotografiando hadas, cuyo titulo resume perfectamente en qué consistió aquel episodio: dos jóvenes primas inglesas, Elsie Wright, de dieciséis años, y Frances Griffith, de diez, hicieron públicas cinco fotos tomadas por ellas mismas en las que aparecían rodeadas de pequeñas hadas. Inauditamente, muchos las dieron por auténticas, entre ellos el escritor Sir Arthur Conan Doyle.
El creador de Sherlock Holmes no sólo picó sino que se zambulló de lleno en el mundo del esoterismo traicionando en cierta forma el espíritu -con perdón- del personaje. En su descargo cabe admitir que estaba enloquecido por la reciente muerte de su hijo en la Primera Guerra Mundial y deseaba desesperadamente poder ponerse en contacto con él en el más allá. Hasta 1981, Frances y Elsie no admitieron que las imágenes eran un montaje y que todo fue una broma que se les fue de las manos (aunque la primera insistía en que, pese a todo, había visto hadas). Lo más estrambótico es que durante todo ese tiempo existió una sociedad dedicada al estudio de las hadas llamada The Society for the Investigation of Fairies o, abreviando, Fairy Investigation Society.
Sus fundadores fueron Sir Quintin Craufurd y Bernard Sleigh. El primero era capitán de la Royal Navy y hacía ensayos para contactar con el más allá a través de la telefonía inalámbrica, que acababa de incorporarse a los barcos. Pronto se hizo popular entre los círculos espiritistas, probando con otros sistemas de comunicación -ejem- como la escritura automática y la fotografía psíquica, además de asegurar que los elfos que vivían en las marismas del Támesis, en el extrarradio de Londres, le indicaban dónde buscar tesoros de naves naufragadas. En cuanto a Sleigh, se trataba de un artista multidisciplinar que había hecho de las hadas su tema favorito, siendo autor de An Ancient Mappe of Fairyland, Newly Discovered and Set Forth , un mapa del reino de las hadas.
En 1927 Sleigh reunió una decena de relatos infantiles que escribió en un volumen titulado The Gates of Horn. Pese a las críticas positivas, fue un fracaso porque los editores lo publicaron para niños cuando en realidad estaba pensado para adultos, siguiendo el estilo del escocés George MacDonald. Lo interesante es que reflejó en uno de los cuentos la idea de una sociedad dedicada al estudio de las hadas y después decidió dar un paso más, creando una real.
Como se puede ver, el tema le apasionaba y la Fairy Investigation Society se orientó a investigarlo, no sólo desde un punto de vista cultural sino también «científico«, intentando documentar los avistamientos de hadas y demostrar su autenticidad. Para ello organizaba reuniones, recogía testimonios, impartía conferencias, etc. La moda espiritista, que aún sobrevivía desde la era victoriana, sumada al caso de Cottigley, ayudaron a que se la tomara más en serio de lo que merecía durante los años treinta.
Eso sí, la Segunda Guerra Mundial fue implacable y no sólo obligó a suspender toda actividad sino que destruyó casi toda la documentación recopilada, por cortesía de la Luftwaffe. Craufurd volvió a insuflarle vida en 1949 con la ayuda de Majorie T. Johnson, nombrada secretaria de la sociedad y encargada de redactar los boletines informativos en los años cincuenta, así como de publicar Seeing fairies, una antología de los avistamientos de hadas registrados por la Fairy Investigation society. Incluidos los suyos, pues aseguraba ver a esos seres ocasionalmente junto a otros de naturaleza similar como los ángeles.
Así se mantuvo el interés de la Fairy Investigation Society, que llegó a superar el centenar de miembros en la década siguiente y no crean que eran precisamente iletrados; entre ellos figuraban el escritor de viajes y fotógrafo Alasdair Alpin MacGregorm, el historiador sinólogo Victor Purcell (profesor de la Universidad de Cambridge), el pintor y poeta ocultista indio Ithell Colquhoun (uno de los introductores del surrealismo en Inglaterra), el comandante Sir Hugh Dowding (jefe de la RAF en la Segunda Guerra Mundial), el hispanista Walter Starkie y la novelista y poeta Naomi Mitchison (una de las grandes figuras de la literatura escocesa), por ejemplo.
Ahora bien, el socio de mayor renombre fue bastante más conocido: Walt Disney, que formó parte de aquel grupo al menos entre 1956 y 1957, aunque seguramente tuvo contacto antes por que en 1947 había visitado Irlanda para documentarse sobre el folklore local, ya que en ese período estaba haciendo cortometrajes de argumento fantástico (reunidos en La leyenda de Sleepy Hollow y el Señor Sap) y además era manifiesto su interés por los cuentos de hadas, que tantas veces adaptó a la pantalla.
Pero los tiempos cambiaban. El vertiginoso salto científico que se produjo tras la Segunda Guerra Mundial, con la entrada en la era de la carrera espacial, empezó a hacer chirriar el espiritismo y sus variantes esotéricas. No acabó con ello -al contrario, siguió habiendo infinidad de publicaciones y se amplió el altavoz con la televisión- pero lo desterró del mundo académico, circunscribiéndolo al del frikismo. Un artículo del Sunday Pictorial ridiculizó de tal forma a Majorie T. Johnson que la hizo retirarse y su sucesor, Leslie Shepard, no fue capaz de revitalizar la sociedad.
Consecuentemente, The Fairy Investigation Society cerró en 1990 pero catorce años más tarde resucitó -nunca mejor dicho-, esta vez con membresía anónima y sin la exigencia anterior de tener que creer en las hadas para poder formar parte. Sí, los tiempos cambiaban.
Fuentes: Sprites, spiritualists and sleuths: the intersecting ownership of transcendent proofs in the Cottingley Fairy Fraud (Francesca Bihet)/The Case of the Cottingley Fairies. Examine the evidence (James Randi Educational Foundation)/Fairies. A dangerous history (Richard Sugg)/The spirits’ book (Allan Kardec)/Fairy Investigation Society/Wikipedia