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José Antonio Ramírez Lozano, La sílaba de ónice
Salamanca, Junta de Castilla y León, 2020
UN LIBRO PODEROSO E IMAGINATIVO
José Cenizo Jiménez
Recién publicada en esta misma revista Luz Cultural la reseña del anterior libro de José Antonio Ramírez Lozano, La patria de los náufragos, premio Leonor de poesía, nos llega y comentamos ahora el último recibido de este Premio de la Crítica Andaluza (entre decenas de reconocimientos para sus más de ochenta obras).
Se trata de La sílaba de ónice, título de entrada ya sugestivo, evocador, imaginativo, como lo será el libro completo en sí, un poderoso conjunto de poemas construidos con impecable oficio y profunda capacidad de fabulación. En el primer poema, “Fabián Duclés” (pp. 15-16), puro deleite de vivaz recreación, nos dice al final cómo este hombre sale de un barrio de Munara,
una ciudad que tiene un río que se lleva
las palabras usadas y a la que debe un día
volver para besar la piedra negra en que está escrita
la cruz de su orfandad,
el filo de una sílaba de ónice
con la que abrirse paso en las tinieblas.
Entre este poema inicial y el último, “Vaca sola”, hay dos partes, tituladas “Fabulaciones”, más imaginativa, con seres y lugares de resonancias míticas, e “Invertebrados”, en la misma línea pero con detalles de humor o giros próximos a lo surrealista. En cualquier caso, poemas brillantes por su poder de sugestión, por la construcción mediante el lenguaje poético de un mundo dotado de unidad, intentando sacarle a la palabra toda la fuerza mineral, todo el empuje expresivo y el ahondamiento que tiene. Es abrumador el oficio poético cuando desarrolla la gama de recursos expresivos a lo largo del poema, recursos como la antítesis -“Sobre la piedra, el mirlo. / Bajo la piedra, el sueño de las escolopendras (…), en “La piedra”, p. 17-, la concatenación -en “Complementarios”, pp. 18-19- o la enumeración paralelística en poemas como “Perfumes” (p. 22) o “El guardagujas” (pp. 25-26).
Conocemos la obra de Ramírez Lozano y nos parece que estamos ante uno de sus mejores libros de poesía, si no el mejor. Crea una atmósfera muy personal y el lenguaje nos seduce hasta darnos una explicación del mundo y de las cosas, una visión entre mítica y surrealista. Por todo ello, el conjunto es poderoso, de un pulso especial, y aún más en poemas como “El abuelo de Dios” o “El cartero de Oruka”, entre otros. El primero termina con estos dos versos:
Yo soy más del abuelo.
Él para perdonar nos da el olvido.
El segundo es una historia preciosa, pura delicia, que concluye con esta sorpresa:
El cartero de Oruka, allá en Namibia,
Había estudiado con los misioneros
secretariado y mecanografía.
Era un muchacho analfabeto, claro,
que a veces confundía las direcciones.
De veras, no se pierdan esta obra, porque será de esas veces en que la palabra les parecerá auténticamente creadora y atractiva. Visto lo visto, a Ramírez Lozano le espera una jubilación llena de grandes entregas. Se encamina a los noventa… libros, no años, así que su unión de calidad y cantidad nos seguirá dando frutos tan encomiables como La sílaba de ónice.