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La señorita Juli, el sexo y mermelada de fresa (II), De Loreto Sutil
Crees que sabes todas tus posibilidades. Entonces, otras personas llegan a tu vida y de repente hay muchas más.
El reino de la posibilidad, de David Levithan
La señorita Juli, el sexo y mermelada de fresa, De Loreto Sutil
La señorita Juli era una de esas mujeres que había nacido adelantada a su tiempo y en un lugar que poco favorecía su personalidad. Su suerte fue nacer rica, lo que palió los inconvenientes que su adelanto provocaba. Ella era el oráculo del pueblo y, aunque no se había casado y pagaba su independencia y su cultura, según decían, con una cama vacía, el Loco, que se había hecho a sí mismo y que tenía un nivel cultural similar o superior a ella, se había ganado la reputación de “loco” porque siempre estaba leyendo. A esto se sumaba que era pobre de momento, algo que no jugaba a su favor. Ya lo dejaba bien claro don Francisco de Quevedo en su famoso poema “Poderoso caballero es don Dinero”.
La señorita Juli vivía en el extremo norte del pueblo, en una de las dos casas más bonitas de la villa. Su fachada era color entre azulete y lila, las ventanas estaban enmarcadas por una escayola labrada de unos treinta centímetros de ancho pintada de blanco. En el centro había un hermoso balcón que le daba un aire palaciego y parecía que estaba esperando que se asomase una princesa para ser rescatada por el príncipe azul. Pero no, se asomaba la señorita Juli y se balanceaba tronchando su talle, mientras su corta melena estilosa de oro se mecía con las embestidas del viento, dejando olor a bergamota, azahar o jazmín… La casa estaba rodeada de jardines y grandes almacenes, que su padre había utilizado para reservar la harina con la que se habían dedicado a hacer el pan. Eso les permitió amasar una gran fortuna, además de lo que habían heredado.
Pasado el arrebato del invierno, le gustaba salir al sol y sentarse en un pequeño banco de piedra que había delante de su casa. Estaba envuelta continuamente en un aura de glamur y parecía poner un muro invisible entre ella y los demás, aunque no era cierto. No explotaba la superioridad que da la riqueza, el poder, la fama…, y esa humildad la hacía aún más adorable. Las tardes que salía, charlaba con los vecinos y con el Loco. Yo solía merodear por allí, me encantaba el sol alegre de finales de invierno que te obliga a cucar los ojos, se cuela por las pestañas a fuerza de parpadeos, entre lágrimas, como suspiros, después de la media luz grisácea y el despiadado frío de la larga estación. Quería comprobar si ya habían nacido los pensamientos con sus deslumbrantes colores, los lirios blancos y morados, las violetas y si estaban empezando a florecer las lilas. Después, bien entrada la primavera, y en verano, solía oler las rosas de los parterres, las de corola blanca y roja aterciopelada… cuando están entreabiertas desprenden un fuerte olor. Siempre me quedaba escuchando entre los adultos; ya me estaba haciendo mayor, me aceptaban en el grupo y yo tenía amor por el conocimiento… Mis padres me lo inculcaban y, además, siempre me decían que el Loco no era tal, sino que la gente del pueblo no entendía que la cultura estaba en los libros. Yo miraba a mi padre y pensaba cómo podía saber tanto siendo un simple agricultor, y me hubiese gustado que hubiese tenido la posibilidad de estudiar, porque creía que hubiese podido llegar muy lejos.
—Juan March —dijo el Loco haciéndose el interesante—. Sí, Juan March empezó con un negocio de cerdos con el papel tan importante que desempeñan en nuestra cultura, y lo simultaneó prestando dinero con intereses, un negocio de banca autorizado que tenía en su propia casa, y ya se sabe los bancos lo que ganan…
—El comercio, si tienes ojo para los negocios y el préstamo con intereses, o sea, la banca, lo que más, todos sabemos la fama de la raza judía —espetó el bomboncito de licor, que era tan erudita como el Loco.
—¡Bueno, rico, rico…, de forma honrada! —exclamó el Loco guiñando un ojo a los presentes—. Después se dedicó al contrabando. Compraba productos en África y Gibraltar y los vendía en distintos lugares, sobre todo en la costa valenciana.
Creo su propia fábrica de tabaco en Argel, se hizo con el monopolio del negocio; en Ceuta y Melilla labró un imperio y acabó arruinando a la misma Tabacalera. Su tabaco era más barato y de mejor calidad. Lo extendió por toda España.
—¿Por qué nos hablas de él? —preguntó la señorita Juli muy interesada, y pasando sus ojos verdiamarillos de una cara a otra para comprobar si los demás también estaban interesados en el tema. Así entre los hombres, con su sabiduría, y dándole en el rostro la luz tamizada por las hojas de los árboles, es una monada.
—Porque él financió el golpe inicial que dio origen a la Guerra Civil —dijo el Loco con una voz de confidente.
Abrieron todos unos ojos enormes de incredulidad y de interrogación costándoles creer, desde su inocencia de pueblerinos, que hubiese alguna persona interesada en una guerra civil o en cualquier guerra. Ante tanta expectación, continuó más animado.
—Pero ¿puede haber personas interesadas en una guerra? —pregunto Isidro, uno de los contertulios, aún incrédulo
—Isidro, el capital manda más que los políticos, que los gobiernos, que los reyes…
(De mi novela: La señorita Juli, el sexo y mermelada de fresa)
Se puede escuchar deliciosa música mientras leemos, ejemplo: Vivaldi. Las cuatro estaciones. Primavera.
Desnuda soy, desnuda digo: soñadora.
LORETO SUTIL
La señorita Juli, el sexo y mermelada de fresa (II), De Loreto Sutil