La Señorita Juli, El sexo y Mermelada de Fresa (IV): De Loreto Sutil Jiménez

La Señorita Juli, El sexo y Mermelada de Fresa (IV): De Loreto Sutil Jiménez

Maria Loreto Sutil Jimenez
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La Señorita Juli, El sexo y Mermelada de Fresa (IV), De Loreto Sutil Jiménez

En la profundidad del invierno, finalmente aprendí que dentro de mí yace un verano invencible.

Albert Camus

Con la conversación se nos echó encima la noche de terciopelo, escuchamos en la calle los mulos y las voces de mis tíos que volvían de su trabajo en el campo. Yo bajé rápidamente las escaleras para ver y oler los productos que traían recién cogidos de la huerta, gracias a ellos podíamos vivir ganando poco dinero. Después de asearse, mi tío Emilio y mi tío Fernando subieron a ayudar a mi madre a acostar a mi abuela que, ya estaba tan mal que, no bajaba para nada del dormitorio. Ellos estaban solteros y cuidaban de ella por la noche. La dejamos en la cama y cuando salimos ya se había adormilado. La horda de chiquillos que durante el día pululaba por la calle jugando ya se había recogido, todo era quietud y silencio. Cuando nos dirigimos a mi casa la calle estaba casi desierta, en algunas casas no había luz, afortunadamente lucía una gran luna y titilaban estrellas anaranjadas, azulonas, verdes, moradas…

la señorita juliEl próximo día que nos tocó asistir a mi abuela era viernes, ese día estaba atormentada por algún dolor, se quejaba y se echaba mano a las posaderas. Mi madre tuvo que avisar al médico ante el temor de meterse en el fin de semana con la yaya enferma. Hacía tiempo que mi abuela apenas hablaba, apenas veía y los pasos que daba eran del sillón a la cama y viceversa, y con ayuda. No podía practicar ningún tipo de actividad. Tuvimos que enfundar su cuerpo obeso en un conjunto bonito; le pusimos su mejor lencería y le calzamos sus pies hinchados con unas bonitas zapatillas. Cuando llegó el médico la levantamos y la apoyamos en la mesa camilla, pero sus manos temblorosas y sus rodillas temblequeantes la dejaban sin fuerza. Decidimos ponerla en la cama boca abajo, parecía un enorme bebé sobre la colcha. El médico empezó a observarla.

— ¡Adela, no le veo nada! — decía el médico, mientras trasteaba el trasero de mi abuela ya sin bragas.

Mi madre se acercaba también a mirar:

— ¡A ver, a ver…! — decía mi madre, que se aproximó a ver si ella podía colaborar, pues mi ascendiente hacía tiempo que no tenía una conversación coherente.

— ¡Voy a mirarla mejor! — insistió el médico y separó sus redondos y formidables glúteos. Al acercarse para mirar bien, mi abuela lanzó un tremendo pedo. ¡Booom!

En ese momento se produjo un gran desconcierto. Mi madre corrió hacia la ventana para abrirla y airear la habitación, el médico levantó la cabeza y por unos segundos se quedó paralizado.

— ¡Ay, por Dios, don Tomás, perdone usted que ella ya no sabe lo que hace! — decía mi madre y lo repetía sin cesar, mientras hacía aspavientos con las manos.

Don Tomás que era una bella persona, se había quedado patidifuso, cuando pudo reaccionar dijo:

—No te preocupes, Adela, esto es algo normal, se le han soltado los gases al moverla; además, ya se lo que tiene: ¡son hemorroides!

 A mi abuela, mientras tanto, se le vio feliz durante un rato tendida sobre la cama, como una enorme niña inocente jugueteando con la colcha, libre de gases. A través de la ventana lucía un sol amarillo espléndido, y en esa cegadora mañana, parecían caer del cielo burbujitas doradas.

De mi novela: La señorita Juli, el sexo y mermelada de fresa.

Se puede escuchar deliciosa música mientras leemos, Ej. TE MIRO Y TIEMBLO- JARABE DE PALO.

Desnuda soy, desnuda digo: soñadora.

LORETO SUTIL

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