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La rubia de ojos negros
Por Francisco Vélez Nieto
Benjamin Black
La rubia de ojos negros
Alfaguara
“Cuando más dura la ironía, menos enérgico tendrá que ser el modo en que se lo diga”
Raymond Chandler.
“Era más alta de lo que me había parecido desde la ventana, alta y delgada, con hombros anchos y elegantes caderas, Mi tipo en otras palabras” Así la venía observando en tono irónico al principio de la narración. Desde la ventana de su oficina Marlowe el mítico detective creado por Chandler, que el reconocido escritor irlandés John Banville, ha vuelto a darle vida propia por medio de su segundo autor Benjamín Black para quien ha recuperado nada más y nada menos que al inolvidable detective privado Philip Marlowe protagonista de clásicas novelas y gloriosas películas, fruto de la genial capacidad creativa de Raymond Chandler. A quien los propios herederos de la obra del maestro de la novela policiaca, decidieron ofrecerle a este otro magnífico creador de ficciones literarias esa reencarnación por la que no oculta placer manifestando que: “Soy un enamorado de Raymond Chandler (1888-1959) y me gusta mucho Philip Marlowe, su forma de ser, su denuncia y honradez. Al principio, me lo pensé; pero luego dije que sí, que me gustaba la idea. Soy un artista, un creador y me gustan las obras bien hechas, y ha sido muy divertido. He disfrutado mucho”
La historia de tan llamativa rubia de ojos negros se desarrolla al inicio de la década de los cincuenta; yo me pregunto si existe alguna razón para no situar la acción en este siglo, pero bueno. A nuestro protagonista de la novela no le van bien su economía casera, se encuentra alicaído y falto de clientes, cuando sin esperarlo, se le mete por las puertas esa rubia a la que ha contemplado cruzar la calle que además de su caballera rubia tiene los ojos negros, joven, hermosa y elegante. Se llama Clare Cavendish y es la rica heredera de un emporio de perfumes. Experta, no es para menos, en cautivar hombres, capacidad que muestra ante el detective cuando le plantea que desea contratar sus servicios con el encargo de encontrar a su antiguo amante, un tipo conocido por Nico Peterson. Lo que tras un juego de preguntas y respuestas entre ambos, muy al estilo del maestro Chandler, decide aceptar el trabajo no sin cierta cautela por percibir que sobrevuelan por los altos poderes caprichos de los poderosos. Y es que las cosas no suelen ser como se cuentan por lo que todo lo imposible o extraño se debe preveer.
Según explica Benjamin Black “Solo tuve que cambiar los ojos de la mujer, porque yo se los había puesto grises”, detalle con cierto desparpajo que añadir a esta aventura literaria como heredero de Chandler bien ha podido semejarse a tirar una moneda al aire y esperar que salga cara mejor que cruz. La suerte le ha correspondido, pues le ha salido una novela magistral, los personajes, hasta los más secundarios como en el buen cine americano, están perfectamente dibujados, los diálogos, ya sabemos, tienen la estampilla del autor de El largo adiós entre otras perennes obras. Agradad discurrir por los entresijos de la historia rica en escenas y descripciones, esos diálogos trepidantes, la atracción constante por un envolvente laberinto donde se desarrolla la historia tapizada de trampas que se extiende provocando las ansias del lector que vuelve páginas ardido no queriendo perder la pista de la trama, que le puede llevar a descubrir esos secretos escondidos tras el suntuoso decorado de una de las más importantes familia de Bay City (Los Ángeles, California) amenizados por una mujer seductora de corazón indomable con la que tiene que verse las caras Marlowe desde esa postura tan suya de frialdad y flema profesional, ante la tentación de una hembra en el sentido más ardiente de la palabra, provocadora rubia de ojos negros.
Agudeza e ironía forman parte de esta novela que puede considerarse como un homenaje al maestro mezclando el estilo de uno con el del otro. En ella no solo el amor, las pasiones, el sexo y las drogas componen la narración. Por lógica de estos veneros va formándose el lago artificial de una sociedad con más males que venturas, en los que cuando se van desnudando muestran como la honestidad se mezcla con lo impune y la degeneración en esa trastienda, allá oculta en las a ocultas por el escaparate impoluto de sus estructuras sociales.