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Por Francisco Vélez Nieto
La quinta esquina es una historia conmovedora que discurre entre la realidad y el deseo impregnado de nostalgia y espíritu crítico sobre el periodo de del dictador Stalin. Embriagadora la pasión de Boria el protagonista que no es
otro que el propio autor y su tiempo compartido, secuencias de delirio a la vez que se siente embargado y menospreciado entre un baño de miserias y absurdos impuestos por los aparatos burocráticos y represivos en la Rusia comunista. Donde el dominio totalizador e irracional de lo monstruoso alcanza el rango de lo inverosímil. ¿Qué quieren que les cuente que no se cono conozca sobre el “socialismo real y el hombre nuevo”? Pues queda mucho por conocer. Y en esta historia tan conmovedora nada de lo que se expone resulta repetitivo, cansado o manoseado. El arte de narrar no solamente lo impide, sino que lo eleva a esa categoría de gran novela denuncia, los años perdidos y las vidas sacrificadas. Narración espléndida desbordante de ternura, hermosura humana y sencillez. Historia de esas que se guardan en un rincón localizable de la biblioteca para acariciarla de vez en cuando.
Nuestro amado protagonista Boria es profesor de matemáticas autodidacta, es decir que carece de título para dedicarse a la docencia. Una situación desfavorable ya que en el régimen comunista existen cinco clases de categorías: obreros, campesinos, intelectuales, funcionarios, artesanos y otros. Boria, que es de origen judío, se sitúa en la quinta categoría al ser su padre comerciante. Con lo cual sus posibilidades de optar a estudios superiores son muy pocas. Al tener en cuenta que el sistema se rige por lo ideológico y ser hijo de obrero o campesino lo que se supone, por el aparato administrativo y partidario de la revolución proletaria hasta el logro del “hombre nuevo”. El autor Izrail Métter nacido en Ucrania en 1909 e hijo de un pequeño empresario judío, sus orígenes pequeñoburgueses le impiden acceder al mundo universitario en el que cree haber encontrado su vocación, pero ante las normas establecidas, deberá resignarse a enseñar en instituciones de segunda clase.
La historia que se cuenta muestra como la degeneración del marxismo hasta la conversión al stanilismo que esclaviza a todo un pueblo a la adoración de un personaje sanguinario que por todas las esquinas creía ver enemigos, por lo que decidió convertirse en un “dios cruel. No castigaba en el otro mundo, sino en este. Y cuanto más castigaba.: con mayor exaltación creían en él. Ninguno de los apóstoles lo traicionó: era él quien los traicionó a todos” La definición no puede ser más perfecta y justa, más amarga reflexión para quien la vivió y lo padeció en su modesto quehacer diario lleno de buena voluntad hacia el prójimo.
Ni al protagonista Boria, versión literaria del creador Izrail Métter, pese a vivirlo ambos en la ficción y la realidad, padeciendo el asedio de Leningrado por las tropas alemanas, padeciendo peligros, infinidad de penurias e humillaciones. El ser conciente de que ni exciten posibilidades de remedios, pues todo queda, en una causa y existencia perdida en la que el refugio entregado a una pasión amorosa de toda una vida tampoco resulta ser suficiente para superar ese estado de pobreza y humillaciones de existencia fracasada.
A medida que se inicia la andadura de la lectura de esta exquisitas narración literaria, aunque los dos temas implícitos en la historia son la política bajo el sistema depravado impuesto por Stalin y sus criminales acólitos, el palpitar del amor en la exquisita secuencia de la obra en su tierno ejercicio de Boria por el transcurrir de su memoria. Ella es Katia la única mujer a la que amó de verdad, secuencias a la vez tristes y dulces `propio del amor entre una pareja. Un prototipo de fina capacidad literaria siguiendo la matriz de los grandes escritores rusos entre ellos Dostoievski y Tolstoi.
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