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Por Nezha HANTOUTI
Universidad Abdelmalek Essaadi
Facultad de Letras y Ciencias Humanas
Departamento de Historia
Tetuán – Marruecos
El tema de la mujer es renovador y nunca envejece. Ocupó y sigue ocupando la atención de filósofos, sociólogos, políticos, artistas, novelistas, dramaturgos, periodistas etc. Es algo normal a nuestro parecer, porque la mujer, cada vez más, ocupa un lugar relevante en la sociedad.
A través de la historia, la mujer sufrió varios estereotipos de todo tipo. Y a pesar de la evolución que conoció su situación, sigue siendo objeto de estos estereotipos que se diferencian acorde con el tipo de sociedad, de clase económica y de religión.
Tratándose de la mujer marroquí, su situación tardó mucho en cambiar. Durante siglos, estuvo sumisa a las tradiciones sociales, muchas veces injustas. Además, su voz fue, en la mayoría de las veces, transmitida mediante la de los hombres quienes “con manos de hierro, marginaban a la mitad de la población” y “dejaban escaso margen a la mujer para participar en el proceso de elaboración social”. Mientras tanto, la revolución económica y social del mundo europeo, “repercutía en la evolución paulatina de sus mujeres, que llegaron a codearse con el hombre en la toma de decisiones fuera y dentro del hogar”[1].
Partiendo de esta realidad de la mujer marroquí, nos preguntamos ¿cómo los viajeros marroquíes hacia Europa acogieron la situación de la mujer en estos países? Y, ¿qué imagen nos transmitieron de ella?
Partiendo de estas interrogantes, abordaremos el tema basándonos sobre la visión de cuatro viajeros diplomáticos. Se trata de Ibn Utman Al Maknasi, de Muhammad Assaffâr Al- tetuaní, de Idris Ibn Idris Al-‘Amrāwī y de Idris AL –Ju’aydī[2].
Nuestro propósito consistirá en dar a conocer el tipo de visión que tuvieron estos autores de la mujer europea de la época, a través de sus respectivas[3], sin entrar en las circunstancias históricas que marcaron el viaje de cada uno de estos diplomáticos. Si geográficamente hablando, solo catorce kilómetros de mar separaban Marruecos de Europa, en realidad, una gran brecha cultural separaba el Norte del Sur, debido a muchos factores tanto históricos, religiosos como sociales, y que siguen teniendo vigencia y ejerciendo su influencia hasta la actualidad.
A finales del siglo XVIII, Ibn Utman Al Maknasi, el famoso embajador de Sidi Muhammad Ibn Abdellah se dirigió hacia la corte española de Carlos III. De educación y enseñanza religiosas, y pertenecientes a un país atrasado, se encontró en un mundo muy diferente del suyo. Era su primer viaje hacia el extranjero, en un país que unos siglos antes era tierra musulmana; un país considerado además como infiel, pero en el que la mujer vivía una situación particular y gozaba de unos derechos que no tenían nada que ver con lo que el embajador dejó en su país. La misión de Ibn Utman Al Maknasi consistía en rescatar a unos presos musulmanes; una operación que necesitó mucho tiempo. Ibn Utman Al Maknasi permaneció así ocho meses en España, tiempo suficiente para él para estar al tanto de la vida de los españoles, sobre todo de la clase social que frecuentaba como embajador.
El diplomático fue recibido con muchos honores. Se organizaron a su honor varias fiestas, recepciones, cenas etc. Estas invitaciones le permitieron tejer relaciones sociales y comprender la vida española.
Desde su llegada a la península ibérica, el embajador fue impresionado por la participación de la mujer en las diferentes recepciones organizadas en su honor. Llamó especialmente su atención la particular situación de esta mujer española que salía sin velo, que acompañaba al hombre en todos los sitios, y que, además, se distinguía por “una belleza excepcional” que le empujó a asimilarlas a “mujeres del paraíso sin igual”[4]
Pero al lado de la belleza de la mujer española, le chocaba la falta de pudor entre los hombres y las mujeres de este país. Recordamos que durante los siglos XVIII y XIX, la mujer marroquí andaba con el velo en todos los sitios y no tenía derecho de mezclarse con los hombres ni a encontrarse con ellos en situación de ‘shobha’; es decir en una situación no clara, rechazada por la religión y la tradición social. Los principios del embajador estaban guiados por el hadith del profeta que prohibía a la mujer aislarse con un hombre que no fuera de la familia más cercana[5]. Era un escándalo para él ver a las mujeres españolas bailar y hablar con hombres que no eran sus maridos, cuando estos últimos las observaban sin ningún problema ni complejo. Tal comportamiento exigió del embajador un ruego a Dios para que los maldijera y purificara el país de ellos”[6]. Tal situación lo condujo a establecer una comparación entre estas mujeres y las de “la primera Era antes del Islam (Jahilia)”.[7]
La crítica de Ibn Utman se dirigía también a los hombres, responsables, a su parecer, de la inmoralidad de la sociedad española. En una de las fiestas organizadas en su honor, Ibn Utman describió una escena de baile de un juez con una mujer que no era la suya. El embajador criticó duramente la actitud del juez, símbolo – en su cultura- de la sensatez y de la moralidad perfecta. Dice a este propósito:
“Se acercó a una chavala muy guapa. Quitó su sombrero saludándola y empezó a bailar con ella de manera chocante sin que le importaran los presentes, que fueran muchos o pocos. Que Dios los maldiga. ¡Qué poco pudor tienen y cuánta osadía tienen!”[8]
Para Ibn Utman, la falta de celos de los hombres españoles era un error imperdonable, que asimilaba a un pecado. Parecían, según él, como si fueran poseídos por el diablo:
“…Quedamos con ellos hasta ver su situación/…/ Vi como no tenían celos, poseídos bajo la influencia del diablo, hombres y mujeres, bebían y cantaban, /…/ viendo eso les dejé entre las garras del diablo”[9]
Muhammad Ibn Abdellah Assaffâr – un tetuaní de origen andalusí, secretario del gran Baja Achaach, embajador de Muley Abderrahmán Ibn Hicham a la corte francesa- era un faquí licenciado de la Facultad Al Quaraouiyine de Fes y que daba cursos en la mezquita de Tetuán. Tuvo, todo lo contrario de Ibn Utman, una actitud mucho más abierta. Relató la participación de la mujer en la vida social francesa al lado del hombre sin ningún complejo. En lo relacionado con la belleza y elegancia de estas mujeres, Assaffâr mostró una gran fascinación por las francesas. En el baile anual organizado en el palacio real, al cual era invitada la delegación marroquí, el faquí marroquí, fascinado por la belleza femenina, pintó las parisinas presentes en el baile en un tono poético, “tan bellas como encantadoras, con el cuello largo, gracioso y desnudo, la talla esbelta y grácil, la cadera torneada y exuberante, el pecho ancho e excitante, ante cuyo encanto el sol y la luna vuelven a ser tímidos”. Por ser tan finamente adornados de vestimentas y de joyas, prosigue el autor, “el artista el más dotado y talentoso no sabría pintar ni describir /…/ Deslumbran los espíritus y enloquecen gracias al color doradillo de sus melosos labios, a sus elegantes tallas, y a sus purpurinos pómulos” [10].
Es algo sorprendente, viniendo sobre todo de un faquí como él, educado en establecer diferencias entre mujeres y hombres en todos los aspectos de la vida y en vivir separados los unos de los otros, sobre todo en ocasiones festivas.
Además de ser guapas, según Assaffâr, eran trabajadoras que buscaban y anhelaban la riqueza. Por eso, “no paran de trabajar, /…/ y probablemente las mujeres más que los hombres”[11] .
En cuanto a su comportamiento moral y al hecho de salir solas con los hombres, Assaffâr le dio una explicación extraordinaria. Según él, y partiendo de la mentalidad de su época, declarar el amor a una mujer y salir con ella no es prohibido en la sociedad francesa, con tal que la mujer esté de acuerdo (aquí se refiere a las prostitutas). Al mismo tiempo este comportamiento era mal visto por cierta categoría social. Para empezar, y según el autor, los franceses solo aceptaban hacer el amor con las mujeres y no se interesaban por los chicos o hombres”, “delito que se castiga, a pesar de que ambos sean complacientes”. En lo que atañe a las relaciones fuera de las instituciones, se toleraban (“si la mujer es complaciente”); pero él que lo hace “pierde el respeto de los demás, sobre todo la mujer” y “los hombres honrados no le dirigen la palabra ni la saludan”. En cuanto a las mujeres castas, si entra alguien en casa de su marido en su presencia, “la debe saludar en primer lugar e intercambiar con ella palabras de cortesía, porque esto complace al marido. Luego saluda al marido y a los demás hombres”[12]
Lo que Assaffâr consideraba como casos aparte y permitidos por la ley, pero mal vistos por algunos miembros de la sociedad (nos referimos a la prostitución de la mujer), para Ibn Idris Al-‘Amrāwī -embajador de Sidi Muhammad ibn Abderrahmán- era algo corriente para todas las mujeres francesas y, por consiguiente, objeto de su crítica más dura. La libertad de la mujer, cosa a la cual no estaba acostumbrado, le dejó perplejo. Al-‘Amrāwī juzgó la galantería como un acto inmoral y condenó a las mujeres francesas en nombre de un principio ético-religioso. Es que no estaba acostumbrado a ver a un hombre seguir las directivas de su mujer sin llevarle la contraria. Critica sí a la mujer como “señora de la casa” quien “recibe a los invitados” y “habla con ellos” y “les desea la bienvenida” y fustiga al hombre como “su seguidor” que “debe seguir sus deseos, mostrar una gran cortesía hacia ella” y que “jamás la contradice”; siendo quien actúa de otra forma “considerado como un mal educado de la peor especie”[13].
La mujer que Al-‘Amrāwī dejó en su país, no recibía a los invitados. El marido era el señor quien mandaba y a quien le incumbía recibir a sus huéspedes, dejando a los hombres en una habitación y a las mujeres en otra. En la sociedad a la cual pertenecía, el hombre tenía siempre la última palabra y la mujer tenía que seguirle en sus deseos. Esta situación era entonces a lo opuesto de lo que estaba acostumbrado a vivir. Según Al-‘Amrāwī, esta libertad de la mujer francesa, era la causa primera del adulterio; sobre todo con hombres que no eran nada celosos al ver a sus mujeres en situaciones que él juzgaba como intolerables:
(/…/ La mayoría de ellas caen en el adulterio y los hombres no son celosos. El hombre puede ver a su mujer tomando la mano de otro hombre, saliendo con él, o hablando con él a solas sin criticarla ni desaprobar su comportamiento. Más que eso, un hombre puede enviar a su mujer con un amigo suyo o vecino para pasearse o asistir a un espectáculo si él está ocupado./…/ Un hombre no puede tener a dos mujeres, aunque sea el rey mismo. Esta es la razón que lleva a los hombres a no tener celos hacia sus mujeres, ni a pedirles cuentas, ni exigirles que se quedaran en sus casas y las dejaran seguir todos sus deseos. Del resto, el adulterio no está visto como censurable para ellos, salvo para los hombres casados. Pero pocos se ven caracterizados con el sentido moral suficientemente como para resistir a las tentativas. En cuanto a los solteros nadie les pide cuentas. Cuentan que en Paris existen 30 000 prostitutas con papeles del Estado que les permiten hacer esto como oficio! Cuando una chica cumple dieciocho años, sus padres pierden toda autoridad sobre ella y no pueden obligarla a dejar este camino”[14].
Para Al-‘Amrāwī, la mujer era “horma e ‘Ird” (lo que significa en un sentido más amplio honor; es decir que el honor del hombre depende estrechamente de la mujer). De allí la gran protección, los celos y el cerco de la mujer.
El embajador anotó que la mujer francesa era libre y que los hombres eran conscientes de esta libertad y la aceptaban. Esta realidad le chocó mucho porque no la entendía y no se imaginaba vivir tal situación ni con su mujer, ni con sus hijas o hermanas. La crítica de Al-‘Amrāwī llegó al extremo al considerar que el auge y desarrollo que conocieron los franceses no valía para nada, mientras estos hombres eran incapaces de dominar a sus mujeres:
“Y cualquier sensato no tiene que dejarse engañar por el espejismo de su vida. Basta para afear sus maneras de ser y la malicia de sus modos de vida, señalar el predominio de las mujeres sobre los hombres; hasta tal punto que andan libres en el campo del libertinaje y de la inmoralidad sin que nadie se atreva a detenerlas o reprenderlas”[15]
En cuanto a Idris Al-Ju‘aydī- secretario del embajador Al Haj Abderrahmán Al Zabdi, embajador del Sultán Muley Al Hassan I- habló de la mujer europea en general por haber visitado, a diferencia de ellos, a cuatro países. En cada uno de ellos asistió, como secretario general de la embajada, a las diferentes recepciones y veladas organizadas en su honor y a él de su delegación. En estas ceremonias, se encontró con mujeres de la alta clase social.
Al-Ju‘aydī estaba fascinado ante la hermosura y elegancia de la mujer europea. Así elogió a la mujer inglesa, con su belleza: “enjoyadas con diamantes. Igual estaban sus collares, las coronas en sus cabezas, y las pulseras en sus manos”. Al observar todo esto, terminó pensando que “este diamante, al ser sacado de las minas, había sido dividido: uno feliz y otro travieso. El que es feliz es aquel que reside en las coronas, en los cuellos y los pechos de las guapas. El otro está en el dobladito de sus vestidos. Y esto es semejante al paraíso”. Hablando de su comportamiento, notará en estas mujeres “una gran timidez, porque nos miraban desde lejos y si acercaban o se cruzaban nuestras miradas, bajaban sus cabezas y miraban el suelo. La mayoría de ellas eran así”[16]
En las diferentes fábricas y talleres de los cuatro países que visitó, Idris Al Ju’aydī contó que había mujeres que estaban trabajando al lado de los hombres. Trató del tema del trabajo de la mujer sin ningún prejuicio, como si fuera algo normal y corriente para él. En los espectáculos en los cuales había sido invitado, la mujer actuaba, bailaba o cantaba. Al Ju’aydī estaba maravillado. Habló de los espectáculos en sí, sin entrar en detalles sobre los vestidos de las actrices, su maquillaje etc., aunque en un poema suyo, describió de manera indirecta el magnífico cuerpo de estas mujeres, sus bocas, sus pechos, y sus cuerpos expuestos etc.
La manera con que Idris Al Ju’aydī, un hombre de educación y enseñanza religiosas y procedente de un país donde la mujer no hacía nada de todo eso, nos sorprende. Deducimos pues, a través de él, que la mujer europea poseía varias cualidades. Además de ser guapa, elegante, era una mujer trabajadora que se distinguía por su modestia y decencia.
La pregunta que nos viene a propósito de la reacción de Al Ju’aydī es la siguiente: ¿Habría aceptado que una de las mujeres de su familia hicieran o actuaran como estas mujeres europeas, o bien si es una simple hipocresía como tantos hombres que actúan con doble comportamiento y discurso?
Entre todos estos diplomáticos, debemos saber que los miembros de cada embajada eran elegidos partiendo de varios criterios, siendo uno de ellos el comportamiento moral y religioso del individuo. Así los relatos de viaje que escribieron y las informaciones que transmitieron, tenían que dar al mismo tiempo una imagen de ellos mismos y de su comportamiento en los países de esos “infieles”. Por esta razón, debían de ser muy prudentes a la hora de escribir sus notas que más tarde serían leídas por el mismo Sultán o los ulemas de su país. Su reputación y su futuro dependían de su comportamiento en estos viajes.
Lo que refuerza nuestro juicio, es un incidente que ocurrió entre Al Ju’aydī y uno de sus compañeros. El segundo acusó al primero de cosas que afectaban su comportamiento moral (como por ejemplo estar a gusto al ver el baile de las bailarinas, y escuchar con atención y gusto las canciones y alabar a las actrices) y le amenazó con avisar al juez; cosa que si llegara al juez, Idris Al Ju’aydī perdería su credibilidad y daría un punto final a su futuro como notario y persona respetada en la sociedad. Cuando este último informó al embajador Al Zabdi de la amenaza de su compañero, éste le aconsejó que se conciliara con él y no informara a nadie:
“Reconcíliate con tu compañero, la reconciliación es buena, y no informes a nadie de los gobernadores, ni avises a los soplones, y guárdalo (tu secreto) para ti como el cupido cuida a sus bienes materiales, y protégele como protege una mujer su hermosura[17]“
Fue un consejo que el embajador dio a su secretario pero al mismo tiempo era un mensaje indirecto, que para el bien de todos era mejor que nadie de los miembros de las embajadas hablara de cosas que pondrían en tela de juicio sus intereses.
Por esta razón, a nuestro parecer, todos los escritores de estos relatos fueron muy prudentes en asuntos y comportamientos precisos y no contaron todo. La imagen que nos transmitieron de la mujer europea era de una mujer guapa, elegante, trabajadora, pero a nivel moral este juicio tan favorable pierde gran parte de su credibilidad.
Cerramos esta reflexión con esta pregunta: ¿Su juicio habría seguido igual si hubieran tenido más libertad de expresión o si hubieran dejado a parte su posición social como hombres del majzén y de la elite marroquí?
[1] Véase El Hassan ARABI; Mujeres de Marruecos; Libros Clan A. Graficas S.L. 2005pp. 13-14.
[2] Respectivamente, nuestros autores visitaron a España o Europa como sigue: Ibn Utman Al Maknasi visitó España entre 1779 y 1780, Muhammad Assaffâr Atetouani visitó a Francia entre 1845 y 1846, Idris Ibn Idris Al-‘Amrāwī visitó a Francia en 1860 e Idris AL –Ju’aydī visitó a cuatro países europeos en 1876
[3] Ibn Utman Al Maknasi a través de su Obra Al Iksir Fi Fikak Al Asir (El Elixir en el rescate del cautivo), Verificación y comentario de Muhammad Al Fasi, Publicaciones del Centro Universitario de Investigación científica, universidad Muhammad V, Rabat, 1995; Muhammad Assaffâr Al-Tetuaní con su obra Sodfat al liqae maa alyadid, Rihlat Assaffâr ila Faransā 1845-1846 (Encuentro casual con lo nuevo, Viaje de Assafar a Francia 1845- 1846), verificación y comentario de Susan Gilson Miller, traducción al Árabe de Khalid Ibn Sghir, Publicaciones de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas, Universidad. Mohammed V, Rabat, 1995; Idris Ibn Idris Al-‘Amrāwī con su obra Tuhfat Al Malik Al Aziz Bi mamlakat Bariz (La preciocidad del querido Rey en el Reino de Paris); presentación y comentario de Zaki M’barek, publicación del Instituto universitario de la investigación científica, Universidad Mohammed V, Rabat, 1989; e Idris AL-Ju’aydī , cuyas observaciones quedaron ilustradas en su obra; Ithāf al-akhyār bia-gharā’ib al-akhbār, Rihlat ilá Faransā, Baljīkā, Inkiltrā, Ītālyā, 1876 (Maravillar a las élites con las extraordinarias noticias, viaje a Francia, Bélgica, Inglaterra, Italia, 1876), Comentario y verificación de ‘Ez Al ‘Arab M‘inino, Edición Dar Asouaydi y el Instituto Árabe de Estudios y Publicación, primera ed. 2004
[4] “Al Iksir”; Op. Cit; p. 53
[5] “Un hombre nunca debe estar a solas con una mujer a menos que haya alguien que es un mahram con ellos”. (Bujari, Muslim) y “Un hombre nunca debe estar a solas con una mujer, porque en verdad, Satán es la tercera”. (Al-Tirmidi y Ahmad)
[6] “Al Iksir”; Op. Cit; p. 161
[7] Ibíd.; p. 30
[8] Ibíd.; p. 154
[9] “Al Iksir”; Op. Cit; p. 70
[10] “Rihlat Assafar”; Op. Cit; p. 201
[11] Ibid; p. 79
[12] “Rihlat Assafar”; Op. Cit p. 169
[13] “Tuhfat Al Malik”;Op.Cit; p. 93
[14] “Tuhfat Al Malik”;Op.Cit; pp. 93-94
[15] Ibid; p. 93
[16] Ithāf al-akhyār bia-gharā’ib al-akhbār; Op. Cit; pp. 281- 282.
[17] Ibid; p. 331