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La monja y el algoritmo
La monja dijo: ¿Quiere que hagamos el amor escuchando a Bach? ¿Quiere que mientras lo hacemos recitemos a Rilke? ¿Quiere que le cuente como llegaba al orgasmo los domingos mi tía Genoveva? Y el algoritmo contestó: Yatatá, tatatá. 345-246. La monja dijo: un devoto amigo mío conseguía sensaciones muy sutiles mientras yo le leía las frases largas de Proust sobre la duquesa de Guermantes. Otro se ponía exquisito cuando yo tarareaba a Chopin. Otro llegaba a lo sublime cuando filosofaba sobre la Memoria y el Tiempo en San Agustín ¿Desea alguna de esas cosas? El algoritmo contestó: 345- 876. Perdone, no le he entendido, susurró la monja. 345, 997, aclaró el algoritmo.
Usted no sabe, se entusiasmó la monja, una vez en otoño, yo estaba junto a la ventana de mi prima Gertrudis, en la calle se oía una mandolina, yo recordaba todos los pliegues de las hortensias en un balcón en el Gianicolo de Roma, el jovencito a quien educaba suspiró demoradamente, le arrastré las uñas con delicadeza por la espalda, y entonces…. El algoritmo cloqueó 345- 567. Aleluya. La monja estaba a punto de llorar, se acordaba de cuando estudiaba piano con el sobrino de un cardenal, se le venía a los ojos cuando paseaba por las calles de Ferrara, un toque sutil de violín la golpeó secretamente, abrió los labios como las castañas en Galicia en otoño, se dijo: debo releer “El castillo interior”. Pero el algoritmo repitió : 345- 788.
La monja se acordaba de los consejos que le dio Hermana Brocoli un atardece junto al lago Bolsena. Un rayo salió de alguna estrella se anunció en su pómulo. Todas las clases de higos se insinuaron en sus labios. Pero el algoritmo eructó: 346- 887. ¿Tampoco desea los deliquios de Ángela de Foligno? Y el algoritmo 345-345-345.
Antonio Costa Gómez, Escritor
La monja y el algoritmo
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