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Por Francisco Vélez Nieto
Roberto Calasso
La agradable lectura de La marca del editor de Roberto Calasso en unos tiempos en los que las buenas y prestigiosas editoriales se hallan metidas en una espiral en la que son consideradas meros intermediarios innecesarios, no deja de pensarse en España una paradoja que tiene visos de oscura e inquietante compostura, pues los poderes mediáticos bien se atreven a valorar con descarado, que un libro bien editado es igual el mercado digital a una mesa de camilla una bicicleta plegable. Todo enviado por correo en el plazo de tres días como máximo, la mesa camilla, el libro o un secador par pelo. Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿A dónde pueden quedar esas editoriales que editan con tanto gusto y compromiso desde la portada, el contenido y la contraportada? Lo que no tiene otro nombre que “El arte de editar.”
En la sociedad de “coge el dinero y corre” que elementos políticos con fuerza te protegen, la calidad, como la ética y la estética están siendo perseguidas hasta lograr su exterminio. La carga de acción posee una ferocidad que ni sus medios de comunicación operativos consiguen vestirla de Cenicienta, Luego la pregunta es, si en esta época de aplanamiento de las categorías, de fácil acceso a una supuesta biblioteca universal digitalizada, el editor queda como un residuo innecesario entre el editor y el escritor. Sumemos, que el crecimiento de infinidad de editoriales digitales pequeñas, la mayoría sin una mínima noción profesional de aprendizaje está llevando al escritor a una especie de pañuelo de usar y tirar de un día para otro de la edición de la obra, al grito de “Por favor la siguiente víctima”, mientra el solitario escritor con su bolsa llena de ejemplares busca donde vender algunos en la bibliotecas públicas y en asociaciones culturales independientes.
Apoyado en su excepcional situación en ce cruce el gran editor Roberto Calasso dirige desde hace muchos años un sello italiano tan prestigioso como Adelphi, una referencia internacional por la que apuesta el escritor de enorme cultura reconocida, leída con fervor de buen lector, sin necesidad de falsas campañas publicitarias. Baste señalar obras más recientes como: Kafka, Baudelaire, Teópolo y sobre la mitología hindú (Todos ellos editados por Anagrama), Calasso adopta una posición lúcida y comprometida, argumentada y avalada por su propia trayectoria, con ese poder narrativo envuelto en la nostalgia del tiempo vivido, tomando como ejemplos indiscutibles esas editoriales de principios insobornables que tan enormes autores sacaron a la luz para placer de los amantes, capaces de tener entre sus manos un buen libro con el que disfrutar de buena literatura.
Pero lo tristemente cierto es que, como en el estercolero del mundo político, lo vulgar y mediocre avanza como el caballo de Atila por toda nuestra la geografía, el oportunismo cogido de la mano de la ignorancia preñada de atrevimiento y sinsentido del ridículo, viene provocando un deterioro en el mundo editorial y en la sociedad cuyas consecuencias cada día que transcurre aporta más desazón, e incluso terror, en la cultura del libro y la lectura. El Farenheit del siglo XXI puede tener fatales consecuencias si no se logra encontrar un remedio, que las buenas editoriales por si misma posiblemente les pueda resultar imposible superarlo. Y es que la cultura de la buena literatura y el pensamiento vienen corriendo un alto riesgo. Las perspectivas de ese mundo nuevo que están creando los grandes poderes tecnológicos han firmado un pacto de complicidad con los poderes políticos y los bancos. Frente, el esfuerzo cada día más arrinconado y enflaquecido, lleva todas las de perder, mal que nos pese. “Las luchas entre quienes defienden el libro como industria y el libro como cultura desaparecerían en esta nueva época sin derechos de autor, sin intermediarios, sin molestos críticos”
Frente a la idea de quienes quieren manejar la edición como una industria cualquiera, este libro muestra, a la vez con finura y contundencia, la importancia del editor que defiende y cultiva su emblema. Sin el cual todo se achata en una única categoría: la del entretenimiento fácil y de rápido olvido. Sumemos a esta situación esta reciente noticia publicada en el diario El País: “Murieron 912 librerías y nacieron 226. Esas cifras marcan el declive del ciclo de vida de las librerías en España: cada día se cierran 2,5 de estos espacios, sobre todo pequeños. Y cuando son más los que mueren que los que nacen… el futuro se acorta. ¿Serán los criterios de los grandes almacenes los “expertos” en dictar la literatura que se debe de editar? Puede que ya estén ejerciendo el oficio.
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