La Luz De La Naturaleza y De La Literatura

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Jose Cenizo Jiménez
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La Luz De La Naturaleza y De La Literatura

 José Cenizo Jiménez

 Alejandro López Andrada, La dehesa iluminada, Córdoba, Berenice-Almuzara, 2020

            Nueva entrega, esta vez una reedición necesaria, tras el encomiable El viento derruido o Los árboles que huyeron, de la que hicimos comentario, de Alejandro López Andrada (Villanueva del Duque -Córdoba-, 1957), reconocido  escritor y poeta ganador de premios como el Ricardo Molina o el de Andalucía de la Crítica, de poesía, o el Jaén de novela, entre otros.

            De un libro reciente, El viento derruido, decíamos: “Precisamente de este entorno, de esta geografía física y humana hace un retrato entrañable, místico, espiritual, elevando a los sencillos paisajes rurales y a sus gentes modestas a la categoría mítica. Un eterno retorno a las raíces, una necesidad urgente de recordar lo que se ha perdido o va perdiendo es lo que hace que nuestro narrador escriba las páginas de este libro, tan peculiar, con el alma en cada expresión, poniendo la vida donde pone la sabia pluma”. Palabras que sirven -continuábamos diciendo- para adentrarnos en Los árboles que huyeron, una autobiografía de todo lo vivido y lo recobrado mediante la memoria selectiva y lírica en la infancia y juventud en ese marco mágico, único para el autor.

dehesa iluminadaY asimismo sirven para valorar La dehesa iluminada, la novela con que empezó esta suerte de realismo mágico aplicado a lo rural andaluz, a la creación de un entorno mítico y poético con una localización exacta, el valle cordobés de Los Pedroches. Se publicó hace tres décadas la obra, inicio del ruralismo mágico al que aludíamos, que mantiene toda su frescura por la calidad del lenguaje y la fuerza de las emociones.

Un periodista regresa a sus raíces en este enclave y el autor nos acerca con maestría a sus sentimientos más profundos, una mezcla de añoranza y de angustia por la enfermedad y muerte de su esposa y por las desavenencias con su hermano y algún paisano. Una pasión por la tierra y sus habitantes naturales, por los pájaros, las plantas, la luz, que es expresada con una fuerza lírica impecable, usando un lenguaje cercano, emotivo. La naturaleza sirve de bálsamo al protagonista: “Solamente encuentro consuelo en pasear por estos campos dulcísimos y luminosos de mi paisaje natal”. La vuelta a Ítaca, tras la azarosa vida en la ciudad, para tratar de encontrarse consigo mismo. Este hombre, “dulcemente infeliz, desamparado” nos hermana, lo sentimos próximo, sentimos su dolor y la incomprensión de los otros.

En cuanto al estilo, usa López Andrada una prosa exacta, de frase corta, con la marca de casa particular que es, en su caso, la idealización, la poetización mediante el cúmulo de figuras retóricas, entrañadas de ternura incluso hacia lo inerte, hacia las cosas (“dolorida madera”, “humildes utensilios besados por el polvo y el dolor”).

La dehesa iluminada inició un camino de éxito narrativo y editorial en la carrera del escritor, y por ello es de agradecer que se recupere para los nuevos lectores en una pulcra edición de Berenice-Almuzara, donde es habitual ver sus últimas obras.

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