La inefable sabiduría de lo breve

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Leonor M. Martínez Serrano
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La inefable sabiduría de lo breve
Frontera, tú, de Francisco Onieva Ramírez

Leonor María Martínez Serrano
universidad de córdoba

Sondear el misterio
de los solsticios…

Francisco Onieva Ramírez (Córdoba, 1976) es Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Córdoba y Profesor de Lengua Frontera, túCastellana y Literatura en el IES Antonio María Calero de Pozoblanco. Actualmente es Asesor de Formación Permanente en el Centro del Profesorado Sierra de Córdoba. Ha publicado poemas en revistas literarias como Renacimiento, Reloj de arena, Navalá o La hamaca de lona. Cuenta en su haber con tres poemarios: Los lugares públicos (1998; corregido y ampliado en 2008), Perímetro de la tarde (2007, Accésit del Premio Adonáis) y Las ventanas del invierno (2013, XXI Premio de Poesía Cáceres: Patrimonio de la Humanidad y Premio Solienses). Asimismo, en 2011 publica el cuaderno Descuidos y omisiones. A su obra en verso se suma el libro de relatos Los que miran el frío (2011, Premio Andalucía de la Crítica a la Opera Prima). Ha sido galardonado con el XXIII Premio Comarcal de Poesía “Hilario Ángel Calero” y ha resultado finalista de premios como el Andalucía Joven o el Premio Internacional de Poesía Jaime Gil de Biedma. A su obra creativa se añade una intensa labor de investigación en torno a figuras de las letras españolas tan diversas como Miguel de Cervantes, Francisco de Quevedo, Santa Teresa de Jesús, el Duque de Rivas, Gustavo Adolfo Bécquer, Miguel de Unamuno, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Onetti, y Jorge Luis Borges.

     Frontera, tú ve la luz en Córdoba el 19 de octubre de 2015 en una cuidada edición de Detorres Editores – decimocuarta entrega de “Año XV. Colección de Poesía”. Se trata de una secuencia de 17 haikus que se inscribe en una tradición oriental de largo recorrido literario. No en balde, la secuencia se inicia con un gesto de reverencia hacia uno de los mayores maestros del haiku, Kobayashi Issa: “De no estar tú, / demasiado enorme / sería el bosque.” El haiku es una incisión lingüística de precisión absoluta en el mundo natural. Para la sensibilidad oriental, minimalista y atenta a los pequeños matices, el ser humano pasa a un segundo plano ante lo sublime del universo. Como ecos o resonancias concéntricas, el ser del mundo encuentra su réplica en el espíritu humano que contempla cuanto existe en derredor. Pero, insistimos, es el mundo en todo su esplendor, no el yo que lo percibe y lo piensa, el que constituye la verdadera materia poética del haiku. Con todo, la singularidad de la secuencia con que nos sorprende Francisco Onieva radica precisamente en que aúna con insólita maestría, de un lado, el arte del haiku (de matemática precisión y austeridad lingüística en su anatomía premeditada del mundo) y, de otro, la construcción de una geografía de lo íntimo que a veces se confunde con lo de afuera. En una indagación profunda sobre el sentido del amor, se suceden reflexiones y emociones que persiguen arrojar luz sobre la experiencia amorosa como eje central de la vida humana. Así pues, aunque predomina en esta secuencia un pensamiento analítico y racional que en nada cede al sentimentalismo, atisbamos entre líneas retazos de una emoción conmovedora. La experiencia del amor como fenómeno poliédrico y complejo que inunda nuestras vidas dibuja un paisaje interior que se confunde con el mundo natural, despierta asombro e incomprensión en el lector, nos pone en guardia ante el poder ubicuo del lenguaje en nuestras relaciones con los demás.

     El íncipit de la secuencia de Francisco Onieva es una constatación sin ambages del sentido de la alteridad que despierta el amor en nuestras vidas: “Merodear / los bordes del abismo. / Regresar otro.” (2015: 7) Je suis un autre, decía Rimbaud en la cuna de la poesía contemporánea en lengua francesa. Soy un otro. Es esta misma sensación de extrañamiento ante el yo la que provoca la observación del reflejo propio en una ventana en medio de la noche: “La casa duerme. / La ventana me muestra / mi yo más tuyo.” (11) La complejidad máxima de la alteridad nos asalta de improviso en una pieza magistral: “Soy el que te observa / cuando el paisaje finge / ser otro yo.” (20) Con todo, los momentos de lirismo más intenso y preciso suceden cuando el yo amante y el amado se confunden en un nosotros indistinto: “Busco en tu cuerpo / refugio inesperado / contra el invierno.” (10); “Al desnudarte, / cambias las estaciones. / Enigma y caos.” (13); “Luz vertical. / Dos torsos reducidos. / Sintaxis mínima.” (14); y “Llueves. Silencio. / Un deshielo interior. / Geometría íntima.” (18) Es el amor el que, a fin de cuentas, da sentido a la realidad, se convierte en mapa o atlas del mundo, del que solo el tú amado puede llegar a ser frontera: “Tu piel: un atlas / de escueta transparencia. / Frontera, tú.” (15) Pero el amor no es ni vivencia ni experiencia fácil. Las palabras que proferimos a destiempo pueden llegar a herir o dejar cicatrices profundas: “Palabras-dardo. / Callar a tiempo cuesta. / Siento el rasguño.” (21) Aun así, el amor, de la mano del pensamiento, es poderosa fuerza configuradora del cosmos, agente de cosmogonía casi:

Pensar un puente

que se convierta en río.

Piedra a piedra. (12)

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