La enfermedad misteriosa (III parte)

La enfermedad misteriosa (III parte)

Maria Loreto Sutil Jimenez
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Aquel que tiene un porqué para vivir se puede enfrentar a todos los “cómos”. Friedrich Nietzsche

LA ENFERMEDAD MISTERIOSA, De Mª LORETO SUTIL JIMÉNEZ (III parte)

 Era mi persona de un gran atractivo: una espesa melena de pelo castaño oscuro, un rostro con facciones grandes, ojos almendrados, labios abultados soberbios, voz melodiosa, alta… pero también le había salido a mi familia paterna en tener un hueso ancho y generosa de carnes… algo que no estaba de moda en ese momento. En la residencia donde vivía, las niñas, bueno el alojamiento era solo de niñas porque aún estaba mal visto las residencias mixtas, empezaron a meterse conmigo.

-María del Carmen, ¿tú por qué no te pones la falda más corta? ¡claro como estás tan gorda te quedaría muy mal! – decía la criticona.

– María del Carmen, ¡llevas una ropa muy cateta o será que como estás tan gorda todo te quedaría mal! – acentuaba el papagayo.

– María del Carmen, ¡estás muy gorda así no le vas a gustar a ningún chico! – continuaba la larguirucha.

Me obsesioné con el tema.  Cuando salía a la calle, no veía personas. La gente se dividía en dos partes: gordos y delgados. Me miraba al espejo y me veía deforme. No veía una imagen, solo una masa sin forma de carne. ¡Dios mío, cómo me obsesioné!¡Ay de mí!  Empecé a dejar de comer, pensé que perdiendo unos kilos podría encontrarme mejor, estaría más ligera, tendrían mejor figura y podría ponerme ropa más bonita. En la residencia dormíamos y comíamos, salíamos a estudiar fuera, el menú era el mismo para todas. Mi plan fue comer de lo que menos engordaba.

Mi organismo reaccionó rápidamente, pues en realidad no paraba: las clases, los estudios, los deberes. Mi atractivo natural se vio aumentado con la pérdida de peso rabiosamente. Las pupilas de mis enemigas se abrían amargamente ante mi figura fresca y tentadora, ante mi talle esbelto y ceñido, que al pasar dejaba aroma a bergamota. Cuando salíamos los fines de semana, algunos chicos que antes miraban a las que me criticaban, empezaron a poner sus ojos en mí. Pero cuando quise darme cuenta, todo se me fue de las manos. ¡Ay de mí! Espacié las visitas a mi casa de forma que iba una vez cada mes y medio o dos meses. En la residencia no había nadie que, directamente, me vigilara. Cuando llegó el verano pesaba menos de cuarenta kilogramos para una altura considerable.  Nunca me veía lo suficientemente delgada. En mi pensamiento solo había una idea: “Estoy gorda, quiero adelgazar.”

Llegué a mi pueblo con las vacaciones de verano, con la ropa de estío ya no podía ocultar mi delgadez. Mis padres me llevaron inmediatamente al médico, decían que estaba enferma. Cuando el facultativo me preguntó qué me pasaba contesté que no quería estar gorda. Salí de la consulta con una dieta de mil quinientas calorías.

Mi madre se esforzaba por comprar lo mejores productos del mercado para que me animara a comer. Sufría por ver el padecimiento de mis padres que veían a su hija cómo moría de hambre rodeada de comida.

Tan malo era el deseo de adelgazar como las ideas rumiantes que me castigaban y no me dejaban vivir.  Cuando comía, inmediatamente después vomitaba, también utilizaba laxantes sin control, incluso le robé diuréticos a mi abuela.  En varias ocasiones quedé para pasear con mis amigas y antes de llegar a la esquina de la calle tuve que volver a cambiarme porque me hice caca encima.

No sabía encontrar solución a mi problema, me afligía con la angustia de mis padres y con mi desdicha. ¡Ay de mí! Cada vez que íbamos al médico salíamos con una nueva dieta. No veía la solución a mi padecimiento y el de mi familia. Antes esto, mi mente no encontró otra salida que el suicidio…

Primer premio de relato en el XII concurso literario D. Juan Francisco Guardia Molina.

Se puede escuchar música deliciosa mientras leemos. Ej. Entre mis recuerdos de Luz Casal.

Desnuda soy, desnuda digo: soñadora.

Mª Loreto Sutil Jiménez

Image by enriquelopezgarre from Pixabay

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