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LA EMOCIÓN Y EL GESTO EN LA OBRA DE RODRÍGUEZ GUY
Por Antonio Abad
Rodríguez Guy (Jaén, 1950) es un pintor instalado en la no objetividad. Queremos decir que a lo largo de su obra prescinde de la representación del objeto (Malévich) y de toda imagen del mundo real.
Su propuesta, envuelta de un acusado existencialismo, porque para él la pintura es una pura manifestación del ser, propende necesariamente a la definición de un caos muy especifico de naturaleza emotiva. Esto le lleva a comprometerse con una plástica esencialmente abstraccionista, liberada de cualquier servidumbre de carácter figurativo, y adoptar una mirada interior que le permita plasmar en cada uno de sus cuadros la otra realidad que esconde la realidad misma.
Estamos, pues, ante un arte que se ha dado en llamar art autre, un arte diferente, como muy bien lo definiera el crítico francés Michel Tapié. Dicho arte supone, en primer lugar, el principio de la exaltación del azar y, en segundo lugar, la constancia de un continuado arrebato lírico.
La obra, de este modo, se irá conformando a sí misma, se irá construyendo empujada por el devenir de los imprevisibles senderos que marcarán la aparición de las formas y los distintos espacios cromáticos de toda composición. Se trata, por tanto, de una pintura que hunde sus raíces en el automatismo más beligerante de los surrealistas pero que al mismo tiempo fluctúa entre lo dadá y el informalismo. En este sentido diremos que la introducción de los materiales más diversos en los soportes de sus cuadros –ya sean madera, lienzo o papel–, va a desempeñar, en muchos de los casos, un papel decisivo para conseguir toda una suerte de texturas y de calidades que buscan, desde la acentuación de lo matérico cierto aire de carácter tridimensional y, por supuesto, la configuración de un mundo propio que al artista irá envolviendo de misticismo y rigor.
La espátula, la ralladura, el grattage sobre todo, junto a los empastes, los chorrreones, las roturas, y todo tipo de materiales de deshecho (telas, cuerdas, maderas, papeles, chatarras…), vendrán a conformar una serie de composiciones que reivindica a la materia como elemento comunicativo ya que habrá sido creada por un impulso vital y un talante profundamente místico.
Como muy bien dice el propio pintor, «lo fundamental es que [las obras] tengan vigencias, que hayan sido vividas, con emociones sentidas intensamente y hasta con un cierto desgarro de pasión». De ahí que aplique el color de manera espontánea, valorando cada gesto como una manifestación salida del subconsciente. Su pintura tiene precisamente en el gesto a su mejor aliado, ya que el gesto del artista es lo que configura verdaderamente la obra para que la materia aparezca con toda su crudeza.
Pintura eminentemente comprometida con la más pura esencia del informalismo español en esa secuencia continuada de los Tapies, Guinovart, Puig, Canogar… entre otros, bucea igualmente en determinadas signografías orientales.
Por último, cabe decir que Rodríguez Guy ha sabido desarrollar una depurada técnica aditiva a la hora de afrontar el grabado introduciendo, a partir del collagraph o la mixografía, un lenguaje no objetual lleno de ricos matices y acertadas texturas de alto relieve; sin olvidarnos, tampoco, de su atrevido acercamiento al body art (arte corporal) a través de una serie de acertadas y ocurrentes performances llevadas a cabo en distintos espacios expositivos.
LA EMOCIÓN Y EL GESTO EN LA OBRA DE RODRÍGUEZ GUY