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No permitas que una sombra de pesar te nuble
Ni que un absurdo dolor oscurezca tus días.
No renuncies a las canciones de amor a los prados, o a los besos.
Hasta que tu arcilla se mezcle con barro más antiguo.
(Omar Khayaam)
LA DICHA DE LA MEMORIA
El genio griego ideó un mito insuperable para probar que el hombre dispone de una medida cabal y exacta de sí mismo, de sus obras.
Supuso el griego que el Hades, el lugar donde habitaban los muertos, era surtido de agua por dos ríos: el Leteo que portaba las aguas del olvido y el río Mnemósine, que acarreaba las aguas del recuerdo.
El que hubiera tenido una vida sin lucha o cuajada de rencor, una vida insípida, tendría una memoria de sí mismo tan execrable que constituiría un infierno vivir con ella. Esté donde esté el desgraciado no podría huir de sí mismo, porque siempre resultaría perseguido por un imbécil (1). Para librarse del infierno que supone su propia compañía, se le ofrecía piadosamente las aguas del río del olvido, las del Leteo, convirtiéndose así en la sombra de sí mismo, en alguien sin recuerdo, sin raíces, sin identidad: en nadie. No hay mayor caridad para el que no sabe vivir que propiciarle el olvido de sus obras aunque signifique el olvido de sí mismo.
Cuentan (2) que en el año 138 a. de C. las legiones romanas comandadas por el Cónsul Décimo Junio Bruto, llegaron a Orense en su conquista de Hispania, a la ribera del río Limia. Confundieron este río con el Leteo por encontrarse en el extremo del mundo conocido (3). Los legionarios se negaron a cruzarlo por temor a que sus aguas les despojaran de sus recuerdos y quedaran convertidos en una sombra de sí mismos. El Cónsul Romano Décimo Junio Bruto, hubo de tirarse al agua, cruzar el río a nado y desde la otra orilla, llamar a voces a sus legionarios, a cada uno por su nombre, para mostrarles que no había perdido la memoria (4).
Cuando entraba en el Hades un señor de sí mismo, el que programó su propia obra y luchó para ser el arquitecto de su destino, entraba ufano de su memoria que estaría unida a él como una piel. No importa lo que se hubiera sacrificado, lo que hubiera padecido. Derramaría paz a su paso y tendría colmada su medida. Para no perderse el placer de estar consigo mismo bebería sólo del Mnemósine, el río del recuerdo, se solazaría además sólo con aquellos que como él, tuvieran en sí una grata compañía.
Supuso el genio griego, que no hay peor infierno que el que porta consigo el que tiene mala memoria de sus obras.
Quiso el griego, que aquel que hubiera tenido una vida conforme a sus propios principios, dedicada a otros, no exenta de sufrimientos, aunque repleta de sacrificios, debía ser recompensado permaneciendo junto a una persona íntegra, grata y cabal: él mismo. Rodeado además por quienes fueron como él.
El genio griego enseñaba –y hoy apenas se recuerda- que los dioses dispusieron que el hombre aprendiera mediante el padecimiento (5). Distinguían entre la sabiduría y el conocimiento. Se aprende más en las abnegaciones por generosidad o en las luchas por ser fiel a los propios principios, que en las universidades. Las primeras son escuelas de sabiduría. Las universidades sólo transmiten conocimientos.
Al final, sólo tenemos conciencia de que somos nuestras obras, o mejor, el recuerdo de ellas. Afortunado aquél que en el otoño de su vida, pudiera tener la conciencia entretejida de memorias justas.
Quién pudiera beber entonces de las aguas de Mnemósine, y comprobar que no ha habido en la propia vida descanso en una lucha que nunca fue en beneficio propio.
Y admirar serenamente, como propia:
La memoria de haber nacido durante una guerra y haber saludado al mundo con el cuello paralizado por el estruendo y el espanto de las bombas y haber desechado los brotes del rencor.
La memoria de haber vivido en una casa donde se recibían a viudas errantes, cargadas de huérfanos de guerra, para repostar consuelo, alimentos y aprender con ello la lección de humanidad y no la del odio por la injusticia.
La memoria de una niñez alimentada con caza y mondas de patatas compartidas en la desgracia y no de aquella memoria de pan blanco y carne tierna sin más provecho que el propio.
La memoria del regalo de cierto huerto porque tu padre había arrancado una vida al fusil fraticida.
La memoria de haber cursado estudios con brillantez y haberlos abandonado por juzgar preferible la sabiduría del auxilio a la madre que el conocimiento de los libros.
La memoria de ser visitada por su enamorado en un caballo alazán, para que ese recuerdo no se borrara de sus mentes.
La memoria de haber criado tres hijos a un tiempo y luego cuatro y cinco más tarde y no tener recuerdo de otro provecho desde entonces que no fuera el de ellos.
La memoria de haber renunciado a la abundancia material a cambio de que los hijos tuvieran abundancia y no solo material.
La memoria de haber cuidado a una madre hasta el límite, en el final de su destino, con la dedicación que la madre dedicó a los inicios del suyo.
La memoria de haber formado con su marido un ejército de dos para luchar en defensa de su prole.
La memoria de haber cuidado del compañero de la vida, hasta su último aliento.(6)
Y cuando ya no había nadie a quien cuidar, sin conocer descanso, plantar cara al hado en el quirófano y el dispensario con vitalidad de juventud y entereza de sabio.
La memoria de haber luchado por sí, solo cuando ya no había nadie por quien luchar.
La memoria de todos los candiles que prendió y que nadie ha visto: “Que la luz de una lámpara se encienda, aunque ningún hombre la vea. ¡Dios la verá!”.(7)
Transcurridos dos mil quinientos años desde que el genio griego esbozara el mapa con el río Mnemósine, no ha existido herramienta más eficaz para entender el valor del tiempo que nos regala la vida y la alegría de haberlo aprovechado.
Jose Luis Escobar
1.- Imbécil, sin bastón: del griego im (sin) y baktrorr (bastón). En este caso el que carece de sujeción moral para vivir.
2.- Los historiadores romanos Estrabón, Tito Livio y Apiniano cuentan esta anécdota.
3.- En el extremo occidental del mundo conocido, donde ocultaba el sol y se suponía que estaba el mundo de los muertos: el finis terrae, Finisterre, fin de la tierra.
4.- En la localidad Xinzo de Limia, se recrea este episodio en la Fiesta del Olvido (Festa do Esquecemento).
5.- El “Páthei Máthos” de las insuperadas tragedias griegas. Pathei deriva de una palabra que significa pasión. Mathos es aprender.
6.- En una famosa tragedia el emperador romano Juliano persuadía a su esposa Helena agonizante de este modo:
No bebas amada esposa
Tú que tanto me has querido
De las aguas del olvido…
7.- Borges.
Versos de las cuartetas persas de Omar Khayaam, nacido hacia el año 1048. Uno de los textos más inefables que se han escrito nunca. Declamadas por Manuel López Castilleja a petición nuestra.
Gracias Jose Luis, precioso y muy valioso al menos para mi. Alienta la esperanza y da fuerza la convicción de que merece la pena hacer, crear, construir aunque no tenga un reconocimiento, aunque quede en el anonimato. Pienso que cuando creo algo en realidad e stoy utilizando el conocimiento que está donde reside la información que todo lo conforma y donde todo está. Al igual que contribuyo, mediante mi creación a que otros accedan a esa información y puedan a su vez crear. Siempre tener tino y escoger el camino del valor.
Un placer leer este comentario de un experto.
Maravilloso texto, ser fieles a nosotros mismos, no traicionarnos.
Vivir siguiendo los dictados de nuestro corazón, sin hacer daño a nada a nadie ni a nosotros mismos. Vivir en paz sabiendo que hemos hecho todo lo posible por amar y ser amados.