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LA BÚSQUEDA DE IDENTIDAD EN LA DIÁSPORA
Por José Sarria
Una Oración sin Dios
Karima Ziali
Esdrújula Ediciones (Granada, 2023)
Como he venido escribiendo desde hace casi veinte años, el siglo XX y el recién estrenado siglo XXI han sido protagonistas de uno de los acontecimientos literarios más singulares desarrollados en el ámbito de la Literatura Española, como es el nacimiento en ese espacio común de la frontera sur (Marruecos, Argelia y Túnez) de una neoliteratura llevada a cabo por autores de origen magrebí y cuya lengua vehicular de creación es el español, de manera directa y sin traducción interpuesta; es la “magrebidad” del español: término acuñado por el profesor Rodolfo Gil Grimau.
Desbordado el proceso creativo que llevaron a cabo las primeras generaciones de escritores hispanomagrebíes (entre los años 1950-2000), el siglo XXI ha sido espectador de la aparición de la generación de los que denomino escritores transterrados, concepto, a su vez, concebido por el intelectual español José Gaos, al encontrarse en su exilio mexicano: “…y queriendo expresar cómo no me sentía en México desterrado […] se me vino a las mientes y a la voz la palabra transterrado, que sin duda quedó ajustada a la idea que había querido expresar con sinceridad”. Ser “transterrado” –para José Gaos- no implica dejar la tierra de origen por una tierra extranjera, la de destino; se refiere a aquel que se ha trasladado dentro de su propia patria.
Y he querido traer a colación esta nueva dimensión de la frontera porque es en ese marco donde están apareciendo los nuevos autores de la literatura hispanomagrebí, dentro de la que considero como tercera etapa de esta neoliteratura y que o bien forman parte de la segunda generación de emigrantes, hijos de aquellos magrebíes que viajaron hasta España o bien han hecho ese exilio voluntario en un intento de mejorar sus condiciones de vida, estableciendo en destino su nuevo hogar. Ya no escriben desde Marruecos, sino desde España o terceros países y su sentimiento doliente ha sido superado, alcanzando a sentirse empatriados en cuanto que han interpretado que el nuevo espacio de destino no significa un lugar hostil, alienante o antagonista, sino una suerte de continuación del anterior de origen, natural y personal.
Es en ese nuevo marco referencial donde se incardina la obra de casi todos los jóvenes y más recientes autores de la literatura hispanomagrebí: Sahida Hamido, Said El Kadaoui, Laila Karrouch, Najat El Hachmi, Farid Othman Bentria Ramos, Lamiae El Amrani, Youssef El Maimouni, Mohamed El Morabet, Mehdi Mesmouidi, Munir Hachemi, Nadia Hafid, Meryem El Mehdati, Zuer El Bakkali, Safia El Aaddam o Karima Ziali. Desde las primeras obras, donde el eje transversal de sus creaciones se compone, esencialmente, de dos ideas: la historia de la emigración marroquí y la problemática de la identidad; vivir, en paralelo, dos mundos diferentes: el recibido de los padres –la tradición- y el que ellos viven en su nuevo entorno, hasta las aportaciones más recientes, como las de las jóvenes Nadia Hafid, Meryem El Mehdati y Safia El Aaddam o los poemas de Mehdi Mesmoudi o Zuer El Bakali, asistimos a una fundante neoliteratura que transita hacia una nueva mirada donde emergen propuestas sin amarres ni anclajes vinculados a la tradición familiar ni al conflicto identitario localista. El Magreb se ha transustanciado en una especie de mitificación, pero ya no es un territorio propio que les pertenece, porque estos autores se han hecho más universales al ser ciudadanos de un mundo global.
En ese contexto es donde aparece la entrega de nuestra autora, Karima Ziali, “Una oración sin Dios”, su primera novela, una muy provocativa obra, donde se entrelazan libertad, fe e identidad, tejidos sin las hebras de la certeza.
Karima, con una voz que resuena a autenticidad, y a través del espejo de su protagonista, Morad, nos confronta con un caleidoscopio de emociones y desafíos, invitándonos a cuestionar la esencia misma de nuestra libertad y las batallas internas que libramos en su nombre.
Con la sabiduría de Erich Fromm susurrando desde las páginas iniciales, nos encontramos en la piel de Morad (“un moro trabajando para una empresa llamada Maurus”: casi una broma), despertando literalmente (“Morad abre los ojos…” así comienza la novela) al caos dulce y amargo de una vida que se debate entre dos mundos: su cotidianidad, marcada por la cultura familiar recibida (en esta caso marroquí), las realidades de una tierra ajena y el reconocimiento/aceptación de su propia identidad personal y sexual: el debate, siempre abierto, del joven por anclar sus tradiciones en la fluidez de un mundo nuevo y líquido; dicotomía que se nos ofrece a modo de frontispicio desde el que reflexionar sobre la ‘otredad’ y la búsqueda de un lugar, de una casa propia, que dijera Virginia Wolf.
Morad es la voz de una generación en la encrucijada, encarnando la disonancia entre la herencia y la asimilación, testimonio de la vida que transcurre a través de los intersticios cotidianos y que navega por los meandros de la libertad personal, la religión y la identidad cultural, en el contexto de la diáspora, con su propio relato de separación, adaptación y la constante búsqueda de significado.
La identidad es un mosaico en constante cambio y ese, creo, es el gran valor de esta obra: plantear la necesidad de conversar, de visibilizar el laberinto que habita en el otro, en el diferente, antes que plantear respuestas o destinos.
Una invitación a entender y, quizás, abrazar la complejidad de vivir entre dos mundos; invitación elaborada con una delicadeza que invita a la introspección, no al juicio: “ser moro es una mierda”, a lo que Domenech, su profesor, le responderá: “Ser moro no es lo que hace que tu vida sea una mierda …/… esto es lo que mata al mundo: pesar que somos distintos”.
Karima Ziali ilustra con gran habilidad, la coexistencia y, a veces, el choque de culturas dentro de la propia vida de Morad: su madre, Farida, anclada en los ritos y tradiciones, “la mujer de las manos de hierro con piel de jazmín” que le ha amputado a su hermano Moha quien dejó la casa para irse a vivir con una “tarumecht”, una “kafir” (una no musulmana) o su padre Saleh, de quien se avergonzaba “por su tez, por su acento, por sus dientes amarillentos, por su pelo de oveja negra en un país de rebaños blancos”.
Los intercambios verbales entre Morad y su madre, entretejidos con sutileza y afecto, contrastan agudamente con aquellos que sostiene con sus amigos o compañeros de trabajo, donde la tensión y el desasosiego, a menudo, hierven bajo la superficie de las palabras.
A través de él, vemos la dificultad de mantener una identidad cultural dentro de un contexto que a menudo es indiferente o incluso hostil, y también la belleza y la ternura de un joven que en busca de certezas solo alcanza a encontrar posibilidades.
La autora nos muestra cómo Morad navega por este terreno caliginoso de lo identitario, de la mismidad, a veces con gracia, a veces con desesperación, pero siempre con una humanidad que nos insta a empatizar con su situación: un musulmán que no quiere serlo, un moro que “con su vodka almidonado de limón – en el Berlín- corrompe el mes sagrado del Ramadán. El más infiel entre todos los infieles”, el enemigo de su propia libertad (según le dejó escrito aquella mora extravagante a la que atendió en el aeropuerto), el hijo dócil que respeta y obedece (a su manera) a Farida y que cuida de su hermana Salma en el marco del hogar, o el magrebí entre blancos cuya meta alcanzada, hasta el momento, ha sido la de trabajar recogiendo mesas en una de las muchas franquicias sin alma que existen en el aeropuerto.
¿Qué significa ser libre? ¿Cómo definimos el pecado y la moralidad en nuestras vidas? ¿De qué manera nuestras elecciones definen quiénes somos? La autora nos ofrece un espacio para reflexionar sobre estas preguntas, mientras seguimos a Morad en su trayecto vital y personal.
En última instancia, Karima Ziali nos deja con la impresión de que la identidad es un viaje sin fin, una serie de preguntas y respuestas que se despliegan a lo largo del dédalo de nuestras vidas.
“Una oración sin Dios” es una invitación a abrazar este viaje, con todas sus incertidumbres y alegrías, sus desafíos y descubrimientos.
Sugiero al lector adentrase y a sumergirse en la azarosa historia de Morad y llegar hasta el final, donde las tres últimas páginas de la historia contienen, no solo la clave del relato, de la historia, sino una entrañable y reveladora confesión que les hará querer y abrazar, tierna y delicadamente, al joven “moro” que ha decidido, finalmente, apostar por ser, a pesar de todos los férreos condicionantes, aquel a quien guía su propio corazón, porque ahí es donde reside un luminoso tránsito hacia la comprensión de uno mismo y del mundo que compartimos, haciendo más fundante y germinativo, si cabe, su apreciación por el enriquecedor, luminoso y semillado entramado de la experiencia humana.
LA BÚSQUEDA DE IDENTIDAD EN LA DIÁSPORA