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COMPARTIENDO DIÁLOGOS CONMIGO MISMO
María, ábreme los ojos del alma
para encenderme de sabiduría
y apagar mis desvelos terrenales.
Tú que eres principio en la perfección
del cielo, y por siempre guía
en el camino, danos luz para ver.
Porque en ti quiso el Creador
que habitara nuestro futuro
a través de tu Hijo, nuestro Dios.
Mediante la sangre de su cruz,
la tierra se ha conciliado con el cielo
y todos nos hemos reconciliado.
Venerándote hoy, tomo conciencia
de la protección divina que no falla,
y de cómo se llega a la Casa del Padre.
Siempre, allá donde estaba el Hijo,
se hallaba el corazón de la Señora,
y un corazón que vive, se aviva siempre.
Dejémonos abrigar por la esperanza,
ella nos guarda y nos reconduce,
a poco que nos amparemos a su árbol.
Dios siempre proclama su grandeza
en nuestro espíritu, somos sus ramas,
reserva nuestras hojas y nos preserva.
Nos lo ha dicho, siempre a nuestro lado.
Vive en nosotros y por nosotros muere.
Consoladora María, espera y no desespera.
Ella, la que fue elevada a las alturas,
nos proteja de las sombras de la noche,
y nos auxilie de la cruz que nos espera.
Desde su gloria, nos glorifique.
Desde su paz, nos eternice.
Desde su amor, nos armonice.
Ella, que supo entronizar el albor
como nadie, abandonándose a sí misma,
pues cada sí, fue un pulso y un paso más.
No hay tiempo que perder, lo sabía.
Hay que donarse sin pausa alguna.
Que el paraíso es para los que se entregan.
Por ello, hoy la humanidad entera
te suplica, que ruegues por nosotros,
cuando llegue el momento de la ida.
Entonces no valdrán huidas, ni evasiones,
lo que de corazón se aman, saben
lo que es ascender como tú, ¡Madre buena!.
Víctor Corcoba Herrero
corcoba@telefonica.net
14 de agosto de 2015