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LA ARROGANCIA DE LOS TÉCNICOS
Cuando los bárbaros invadieron el imperio romano despreciaban a Horacio, la filosofía de Platón, la arquitectura de los griegos. No les importaba nada el refinamiento al que había llegado la vida, al menos para unos pocos. Ellos solo hablaban de lanzas, de escudos, de aparatos para proteger las piernas. Solo querían saber cómo derribar murallas, cómo abrir boquetes en las casas.
Y ahora es lo mismo, solo quieren instrumentos e instrumentos. Descartan todo lo que hace percibir la vida, lo que nos hace darnos cuenta de que estamos vivos, de que somos hombres. En la educación se eliminan las humanidades, el hecho de pensar para comprender las cosas, el saber cómo expresar lo que sientes, y se meten tecnologías y practicismos. En los institutos los profesores de Ciencias se creen más inteligentes que los de Letras. Porque reducen el mundo a fórmulas y a programas, en lugar de ver lo imprevisible y la creación, todos los matices y sutilezas de la vida.
Dicen que hay que educar para las empresas, para la producción. Ya no somos humanos, somos productores. El bárbaro se reía del último poema de Tíbulo o de las fantasías del cuarto estilo de pintura de Pompeya. Ellos querían saber cómo matar más enemigos. Y ahora pasa lo mismo. Solo quieren el último artilugio que dé más velocidad, más cantidad. A costa de lo que sea. Y que enriquezca al empresario tecnológico de turno.
Solo queremos máquinas que nos hagan producir en serie o que nos conviertan a nosotros mismos en máquinas. ¿Cómo iba a dialogar un discípulo de Plotino con una máquina de matar bárbara? Y ahora ¿cómo vas a hablar de las magdalenas de Proust si te dan un pasado de diseño con un clic-clic?
¿Y a quién beneficia la mecanización de la vida entera? A los grandes empresarios que tienen que pagar menos sueldos y obtienen más beneficios. Y que pueden fabricar más cantidad, siempre más cantidad, y meter sus productos a más gente. Que nos les importa dejar en la cuneta a millones de personas porque ellos aumentan sus beneficios y el progreso de la humanidad consiste en que ellos tengan más beneficios. Y se comen a la gente con tal de aumentar los beneficios, es el canibalismo del que hablaba Norman Mailer.
Pero no beneficia a la mayoría de la población. No beneficia a millones de personas que se quedan sin trabajo, y aunque en teoría les den otro trabajo más más alienante. No beneficia a los millones de personas que queremos hablar con una empresa o una institución del estado y nos ponen a una máquina con sus fórmulas en lugar de una persona como nosotros. No beneficia a los millones de seres que debemos caminar como almas en pena o entes kafkianos en un mundo de máquinas desoladas y frías que no comprenden nada. Y nos imponen eso porque dicen que es el futuro de manera inevitable.
Lo será si queremos que lo sea. Si queremos que predominen los bárbaros y no las personas cultas. Una amenaza que ya señaló Ernest Junger en su lúcida novela “Geliópolis”. Eso será el futuro si permitimos que los técnicos arrogantes lo conviertan todo en técnica productiva y en fórmula, y eliminamos de nuestro mundo toda sensibilidad y toda creación, todo pensamiento libre y toda mirada sin programar. Si eliminamos la Historia que nos permite aprender de lo que nos ha ocurrido y la Literatura que nos permite conocernos interiormente y saber expresar lo que sentimos. Ese será el futuro si seguimos inertes en la misma dirección se manera inerte. Si nos rendimos a la arrogancia de los técnicos.
ANTONIO COSTA GÓMEZ
LA ARROGANCIA DE LOS TÉCNICOS