Kiuder Yero Torres

Kiuder Yero Torres

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Kiuder Yero Torres (Mayarí Arriba, Santiago de Cuba, 1977). Poeta y promotor cultural cubano. Beca de Creación “Sigilfredo Álvarez Conesa”, 2005; Segundo Premio del Concurso Nacional Modesto San Gil, 2006; Premio de Poesía del Concurso Juan Marinello, 2007; Premio “Célida Cortina” del VII Concurso Nacional Ala Décima, 2007; Ganador del Premio Literario “Vicentina Antuña”, 2010; Ganador del Concurso Literario León de León, 2010; Premio Literario Internacional “Ángel Ganivet”, 2010; Premio Nacional “Fidelia” de Poesía, 2012. Tiene publicado los libros: Toda la Sombra (Eds. La Luz, 2008); Prófugo del Silencio (Eds. Holguín, 2010) y La Casa de Madera (Eds. Bayamo, 2014). Aparece en varias antologías, entre ellas: El Sol Eterno (Eds. La Luz, 2009); La Isla en Versos (Eds. La Luz, 2011); Camino al Sur (Apostrophes Editores, Chile 2011); Memorias de una Isla (Apostrophes Editores, Chile 2013) y en varias publicaciones periódicas cubanas e internacionales. Es el organizador y fundador de los Encuentros de Poetas en Cuba “La Isla en Versos” desde el 2012.

Correo electrónico: cuba.laislaenversos@gmail.com

 

 

ANATOMÍA DE UN HOMBRE QUE SIEMBRA FLORES

A Gastón Baquero, arcano de evocación y misterio

 

La mujer al lado mío

Kiuder Yero Torres

guarda piedras de la isla

asoma su voluntad de volver

a cada rincón.

Volver como tú vuelves

desde aquella región donde la sombra

es el único árbol.

El país es una caldera de voces

y Gastón sólo una

como las cenizas de mi cuerpo sobre el mar

encerradas en este pedazo de tierra sobre el mar

son palabras      enigmas      traiciones

en días donde ciego no debo callar.

 

El verso es oscuro privilegio

una casa vacía

dosis de soledad y compañía que nos une.

Su rostro se posó en mis manos

como una mariposa en noche de cataduras.

No todo está limpio en estas páginas

años de consignas y dolor

sepulturas de fría voluntad

juramentos esculpidos en la inocencia

fragmentos sobre las cabezas de los culpables.

Un detalle abrasa rasgaduras en viejos libros

belleza y perfección

como palabras escritas en la arena

sin odio para juzgar pobrezas.

La intuición con su instrumento

avizora el puño del tiempo.

 

El color de tu veste se funde con mi piel

urdida de luces y afinidades

si el veneno nos silba

nos alimenta a través de las plazas

suministrémonos una dosis de eternidad

diadema surcando los abismos

rutas de escape      ríos de olvido.

El mejor testimonio se nos hace un amanecer

un eclipse de sueño y desventura.

 

La mujer al lado mío a menudo

con dulce voz anuncia fatalidades

clarividencias al pie de los secretos.

Desnuda ensaya las posturas de los cisnes

cerca de magias e invenciones.

En tal naturaleza extraño la rosa perfectísima

sinfonía naciendo de sus pechos

siempre puede iluminarnos la clave de esta trampa.

 

Gastón qué podemos cultivar en este jardín tuyo

de la muerte

no es hábito ni miseria tener flores

invocando la eternidad.

 

 

LA MANO DEL SEÑOR

ha tocado el hombro de mi madre.

Se posan en ella los delirios y los años

como mariposas en una flor

ya marchita.

 

 

TESTIGO DEL INCENDIO

I

Vi arder la casa de madera

la infancia.

Nadie explica la demora

en cruzar los puentes colgantes

y salir a la calle vendado.

Nunca antes salía por una puerta

y se presentaba otra puerta

de tal modo pregunté

lo que no puede contestarse

de tal modo la burla

tiene sus propios enemigos.

 

El destierro mostró señales inéditas

olvidé las fronteras del hombre

el artificio de lo digno

en el murmullo de las esquinas

al lado de las traiciones.

Rumor sólo comparable

con el arca hundida en la pared

hablo de retratos vacíos

de escombros

del profundísimo grito.

El juego desigual de la alucinación

contempla el mundo con mirada de maniquí

hecha al abrigo de la soledad

con esa costumbre de golpearnos.

En medio de tan pobres argumentos

sólo van quedando las huellas.

 

 

II

Cada diciembre volvíamos al mar

a dejar nuestros poemas

y hacernos el amor

con la fugacidad de morir

junto al brazo del arquero

que dispara la última flecha.

Regamos los pinos con el agua del pozo viejo

nos llevamos un trozo de madera a medio arder

como si pudiéramos clonar semejante voluntad.

 

Llega la hora de partir

y lo hacemos sin un beso

cerrando las puertas de la clemencia

en el rumbo de hacemos más humanos.

 

 

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