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Julio Cortázar – La autopista del Sur
Cuando escucho las noticias de la radio o en los soporíferos telediarios, el estado de las carreteras y las interminables caravanas, recuerdo el cuento de Julio Cortázar La autopista del Sur, Una narración para gozar participando en la aventura viva y amena de una realidad de agudo planteamiento, sobre esos kilómetros como largas serpientes metálicas habitadas por el consumo de la especie humana en las autopistas. Y la verdad, estoy convencido, que si todos los que conducen los fines de semana y en los puentes, llevaran consigo junto a la documentación reglamentaria esta corta historia entre la ficción y lo real le serían menos sufridos esas largas esperas.
El relato de Cortázar resulta ser un perfecto retrato actual sobre las interminables caravanas automovilistas paralizadas horas y horas, donde las relaciones humanas de la sociedad de consumo teledirigido muestran su más variado abanico de comportamientos. El virtuosismo mágico literario del mejor Cortázar, nos invita a ser observadores de todo un banquete sociológico ante el gigantesco atasco provocado por el embotellamiento de lo más usual, que refleja el comportamiento social de nuestra sociedad consumidora. El embotellamiento en la autopista entre Fontainebleau y París, un domingo por la tarde, cuando el regreso a la gran metrópoli.
Personajes prisioneros de sus propias Máquinas devoradoras de kilómetros abocados a ser inquietos o complacientes víctimas. Resignados propietarios que consumen el tiempo entre chapa y plástico, motores apagados sufriendo el desasosiego de una serpiente estática protagonizada por seres humanos, que puede estar a punto de pasar del alboroto a lo explosivo u optar por el diálogo vecinal y la capacidad imaginativa de algunos de los apresados. Narración realista en la que van surgiendo los problemas y conflictos entre las personas esclavas de sus hábitos consumistas, bien alimentado por el poder del Gran Timonel, mago absoluto para vender como calidad de vida el más alienador despropósito construido y costeado por los propios consumidores, víctimas inocentes de este cuento de carretera sacado del libro “Todos los fuegos el fuego” dirigido por un narrador cuyo contar narrativo alucina.
Largas horas de espera compartiendo noticias que pretenden ser creídas a modo de consolación anunciando que pronto quedaría todo solucionado. Cuando todo lo que se ha avanzado en una tarde han sido cuarenta metros, corta distancia ganada al fin de la tragedia de tensiones y desequilibrios, nerviosos paralelos de risa y bonachona convirtiendo en gran cotarro en una obra divertida. Tarde colapsado el tráfico que impide avanzar porque en algún punto de la carretera ha tenido que producirse un accidente de altura por lo que en el transcurso de las horas los viajeros van conociéndose con lo que alejan la explosión de una espera que parece interminable.
Y se acerca el anochecer, el sofocante calor parece que disminuye, la columna ya no avanzaran ni siquiera otros cuarenta metros que despierte un mínimo de esperanza del deseo de escapar de la prisión con un rayo de esperanza caído del cielo, pero el cielo en este caso no quiere saber nada de la tierra. Los alimentos empiezan a escasear, nadie había previsto en este inocente viaje fin de semana carnaval idílico consumista pudiera suceder. Personas mayores se ponen enfermas, unas monjas hacen lo que pueden atendiendo con su bondad y caridad sin tener que rezar y viendo como hacen el amor parejas a atrevidas. Se respira una cierta solidaridad y cada persona o familia aporta algo, solo los niños juegan y piden agua mientras la noche llega, la mayoría duerme en sus coches, otros se tumban en la hierba, Hay amores pero no matan, brotan las relaciones, las direcciones intercambiadas y la prisa por llegar al dulce hogar, ducharse y comer. Han sido unos días largos que comentarán el trabajo, tomando una caña en el bar del barrio. Es nuestra sociedad y la sangre no llega al río. El consumo tan políticamente se ha llamado “bienestar social” hace de mago Merlín. No sería un error vender este embrujador cuento de La autopista del sur, en las gasolineras, como pieza de recambio.
Francisco Vélez Nieto