Juan Luis Calbarro

Juan Luis Calbarro

Carlos J. Rascón

Juan Luis Calbarro nació en Zamora (España) en 1966. Poeta, crítico y profesor de Educación Secundaria, reside entre Palma de Mallorca y Madrid. Ha publicado poemarios como Trébol (con Julio Marinas, 1994), Elegía sajona (1998), Circunstancias de la metamorfosis (1998), Sazón de los barrancos (2006), Museos naturales (2013) o Caducidad del signo. Poesía reunida (2016); y libros de otras materias como Oficio de mujer. Homenaje a Josefina Plá en el centenario de su nacimiento (2003), Memorias de Chanita Suárez. Materiales para la etnografía y la historia de Fuerteventura en el siglo XX (2004), La mano y la mirada. 2005: el año artístico en Palma (2006), No había más que empezar. Selección de artículos de asunto político (2011), Diez artistas mallorquines (2013), Apuntes sobre la ideología en la obra de César Vallejo (2013), Tres escritores canarios (2018) o Concertar el desconcierto (2019, en prensa).

 

 

Fulgor de Madiba

(Londres, diciembre de 2013)

 

En Trafalgar, y frente al otro Nelson,

la enseña de Sudáfrica se muestra

en el medio del asta. Los mensajes

de luto y las coronas se amontonan

sobre el adoquinado. La ciudad

luce en la Union Jack, también, su pésame.

En Westminster, el hombre de metal

se dirige a la gente

como guardando aún sabidurías

por enseñar, palabras desde el bronce.

De todas las efigies de Mandela,

la de Londres, con todo y la polémica

factura de Ian Walters, me parece

la más justa: ocultó, precisamente,

el ademán de triunfo, la prestancia

de estadista, de gloria para el mundo

que lo adornan en otros homenajes.

De frente al Parlamento, esa presunta

sede de la palabra,

un inmóvil Madiba reproduce

lo que siempre hizo bien: abrir los brazos.

Si te pones detrás, pierdes de vista

sus ojos, pero puedes apreciar

el gesto: con su pecho siempre abierto,

os quiere persuadir. Y allá, en el otro

costado de la plaza, en perspectiva,

el palacio del diálogo parece

recibir el abrazo de un gigante.

 

Ya es de noche. Las flores y las notas

le tapizan los pies asendereados

de prisionero erguido, castigado,

y un rosario de velas modestísimas

matizan con temblor de fuego y sombra

aquel fulgor del líder.

Mandela se alza allí, cerca de Palmerston,

de Churchill y de Smuts, de Gandhi y Lincoln,

en el mismo lugar en que en los años

sesenta le dijera a Oliver Tambo,

de visita en el Londres imperial:

“Un día deberían elevar

una estatua de un negro en este parque”.

Y los elogios póstumos, postizos

que hoy pronuncian los líderes mundiales

que escucho por la radio a mí me suenan

a civil sacrilegio.

Solo me representan, hoy, las lágrimas

tristísimas y vírgenes del niño

que enciende su candil junto a la basa

mientras mira el fulgor. Mientras se miran.

 

Palma, 2018

 

 

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