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José Saramago se despide de ustedes
foto: El nobel de literatura José Saramago.
Antonio Avendaño
El escenario fue el Teatro Quintero (nombrado así en honor del famoso periodista Jesús Quintero, y no en el de también famosos pero menos hermanos Álvarez Quintero). Los actores fueron Pilar del Río, viuda y traductora de Saramago y presidenta de la activa fundación que lleva el nombre del escritor; la presidenta del Centro de Estudios Andaluces, Mercedes de Pablos; y el actor Antonio de la Torre. El argumento de la obra era la presentación de ‘Alabardas’, la novela inacabada de José Saramago, lanzada por Alfaguara en una cuidada edición que intenta compensar los apenas veintitantos folios que el nobel dejó escritos con dos textos complementarios del escritor canario Fernando López Aguilera y del escritor italiano en guerra con la Mafia Roberto Saviano. Completa el pequeño volumen una serie de sobrecogedores dibujos en blanco y negro del también nobel Günter Grass.
En total, 150 páginas que saben a poco porque el texto de Saramago es un prometedor arranque que queda rápidamente truncado, sin que el escueto puñado de notas del maestro portugués logre dar respuesta a las muchas preguntas que se formularán los lectores, resignados a conocer únicamente la que iba a ser la última frase de ‘Alabardas’, según las notas de su autor: “El libro terminará con un sonoro ‘Vete a la mierda’, proferido por ella. Un remate ejemplar”.
LA PRESENTACIÓN
Ante un público que, insólitamente cuando se trata de la presentación de un libro, llenaba el patio de butacas, De Pablos, Del Río y De la Torre conversaron sobre la paz, sobre la guerra, sobre las armas, sobre la literatura y, por supuesto, sobre José Saramago. La directora del Centro de Estudios Andaluces condujo la conversación con la autoridad que le otorga ser periodista radiofónica y lectora empedernida y haber sido amiga del escritor; la también periodista y traductora Del Río protagonizó la charla con sus indignadas reflexiones contra la guerra, contra el militarismo, contra el engaño generalizado, contra la manipulación de la gente, contra lo poderosos…; en cuanto a Antonio de la Torre, se limitó a ser el hombre que estuvo allí: el estupendo actor más que atento lector –“no leo muchos libros”– gracias a cuya buena disposición para tomar parte en el acto el Teatro Quintero se llenó hasta la bandera. Fue su servicio a la literatura en la provechosa velada.
EL LIBRO
El 26 de diciembre de 2009, seis meses antes de despedirse de este mundo que tanto amó y que por eso mismo tanto fustigó, Saramago anotaba, con dolor y con sorna: “Dos meses sin escribir. A este paso tal vez haya libro en 2020…”. No hubo que esperar tanto tiempo: lo ha habido en 2014, pero lo ha habido de aquella manera… ¿Tenía entonces sentido su publicación? En términos estrictamente literarios tal vez no, pero en términos éticos desde luego que sí. Y la ética lo era casi todo para Saramago.
Como lo es para la presidenta de su fundación, Pilar del Río, que a la muerte del escritor no quiso ceder a las tentadoras propuestas editoriales para publicar el texto, aunque ahora –“como acto cívico, moral”– sí ha querido darlo a la luz porque las ideas contra la guerra y contra las armas que movieron a Saramago a escribirlo son tan necesarias como lo han sido siempre.
El origen del inacabado proyecto narrativo fue esta pregunta para la que el novelista no obtuvo respuesta: ¿Por qué en las fábricas de armas nunca ha habido huelgas? Con ‘Alabardas’ quiso contestar a esa pregunta, pero el tiempo, arma letal, no se lo permitió. Pero la novela tampoco habría sido posible si Saramago no hubiera llevado años rumiando aquella anécdota de la Guerra Civil según la cual una bomba lanzada sobre Badajoz no explotó porque algún anónimo trabajador de la cadena de montaje había saboteado su fabricación. A falta de huelgas, bueno es un sabotaje, se diría el valiente obrero.
Nos quedaremos sin saber para siempre cuál habría sido la conducta del protagonista de ‘Alarbadas’, Artur Paz Semedo, pusilánime empleado de una fábrica de armas que, inspirado por su rabiosamente pacifista exesposa, decide investigar en los archivos de la compañía en busca de alguna pista del sabotaje de Badajoz. ¿Encontró el rastro de la bomba? ¿Se hizo él mismo un saboteador? ¿La frase final de la novela ‘Vete a la mierda’, pronunciada por ella, indicaría que Artur Paz no habría llegado a las últimas consecuencias del descubrimiento hecho en los archivos? Preguntas que la muerte –siempre tan temprana cuando se lleva de este mundo a un hombre bueno– no permitió que Saramago pudiera contestar.