JOAN CRAWFORD NO ERA UNA IA

JOAN CRAWFORD NO ERA UNA IA

Antonio Costa Gómez
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JOAN CRAWFORD NO ERA UNA IA

    Hablan de IA y ponen una figura vagamente femenina de carácter mecánico. Pero algo frío, inexpresivo, sin vida. Un algoritmo sin sensibilidad concreta y sin vibración. ¿Y por qué diseñan esa caricatura idiota de una mujer? Claro, como se trata de la Idiotez Artificial. Pero ¿por qué no se cabrean las mujeres contra ese atropello, esa falta de respeto, esa imbecilidad?

    Seguro que habría protestas si la IA tuviera la figura de un judío, de un gallego o de un jeque árabe. Y no digamos de un catalán.  O si ponen la cara de Sánchez desprovista de toda vida y toda capacidad de reír o llorar. Lo considerarían un insulto, una degradación, un atropello. Pero ponen a una especie de mujer sin mujer y las mujeres no se cabrean. ¿El feminismo no era la defensa de las mujeres?

   Voy al supermercado y me dicen: pase por aquí, por la máquina. Les digo: no, no quiero máquinas. Prefiero mil veces la sonrisa de la cajera. No es la sonrisa de la Gioconda pero vale tanto como ella. Prefiero sus ademanes vivos, sus gestos encantadores o no pero siempre vivos, las sutilezas de su vida. Prefiero mil veces tratar con un ser vivo. Prefiero su sonrisa que no sabe en una fórmula. Que nadie puede fabricar en serie.

    La cajera  me sonríe con  amabilidad,  me trata con vida. No me suelta los movimientos previsibles y muertos de la máquina. Ella desea seguir en la caja y me convence con su actitud. Y no seré yo quien anime al empresario a despedirla

    Tal vez todo sea más rápido (aunque en realidad muchas veces es más lento) y productivo con la máquina. Pero será menos vivo y menos humano. Y me sentiré despojado de lo humano con ella.

    No animaré al dueño a que me trate como un número, como una operación más. Le pediré la sonrisa de la cajera. Le diré que yo soy una persona y necesito otra persona. Y apreciaré su sonrisa.

    No quiero un proceso masificarlo y repetitivo. Y si eso es progreso, matar el mundo, deshumanizarlo en cada instante, yo no lo quiero. Como decía Dios en un poema de un poeta gallego: si este es el mundo que yo hice, que me lleve el Diablo.

   Pero yo añoro la sonrisa de la cajera. Solo eso me basta, y sentir que está viva y tiene encanto (al menos un poco, porque está viva). No quiero la angustia de un proceso mecánico para todo. Me dará un ticket con una sonrisa.  Un poco de alma en los labios, mejor que cualquier código, que cualquier fórmula. Todavía estamos vivos, también en el supermercado, y nos reconocemos sutilmente unos a otros.

     Una cosa es  que las máquinas nos ayuden con ciertas cosas, nos sean útiles en determinados asuntos. Nos ayuden a mejorar sobre todo las cantidades, nos den comodidad en algunos aspectos. Otra cosa es mecanizar absolutamente todo,  automatizar absolutamente todo. Acabar con toda vida y toda espontaneidad. Reducir a la miseria toda la sorpresa y la imaginación de la vida. Tratar solo con máquinas y no con personas vivas que sienten y laten como tú. Tratar solo con máquinas repetitivas y muertas que te repiten siempre lo mismo, ocurra lo que ocurra.  Incluso a veces las operaciones más sencillas tenemos que hacerlas con máquinas y complicarnos.

    Y encima la máquina se ha convertido en nuestro paradigma filosófico, en nuestra manera de ver el mundo. Todo funciona como las máquinas, todo es un problema mecánico. Todo es cuestión de técnica y la técnica lo arregla todo. El hombre es una máquina, el universo entero es una máquina. La idea de Descartes de que Dios solo sería un gran relojero ha triunfado completamente. De poco sirven Bergson o Nietzsche o tantos otros. De poco sirve la pasión y la literatura, Dostoievski o la angustia de Kierkegaard o el lirismo rebelde de Albert Camus. La cultura de masas ha entronizado el paradigma mecánico y todo se entiende mecánicamente.

     La vida solo sería una máquina muy compleja y por eso creen que la vida puede fabricarse. No habría más que máquinas de un tipo u otro en el universo entero. Y ante esta visión miserable nos arrodillamos todos como papanatas.

     Y sin embargo surgen las andanadas de la pasión y el secreto, de la imaginación y el delirio. La vida desmiente las fórmulas continuamente. Nada que sea mecánico está vivo de verdad, nos transmite algo de verdad. El mecanicismo solo trae la muerte y el aburrimiento.

     Le ponen figura a la Idiotez Artificial y tiene que ser la figura de una mujer. Pero desprovista de toda vida, de toda interacción con nosotros, de todo estar despierta, de toda rebeldía. De toda sensibilidad. De todo encanto humano. Ya no quiero pensar en Jacqueline Bisset o en la Bette Davis llena de fuerza.

    ¿Y las mujeres no se cabrean?

    Es la ofensa, la falta de respeto, la degradación, el asesinato ritual, el despojo total de lo que es una mujer. Y las mujeres no se cabrean. La Idiotez Artificial, está visto, puede hacer lo que quiera, que los millones de pasmones en el mundo entero dirán que sí. Y de pasmonas. Y creemos que es un progreso reducir la infinita variedad de la vida imprevisible a esos movimientos programados, a esas líneas resumidas. Y creen que ese empobrecimiento es un progreso. ¿De verdad las mujeres no se cabrean?

ANTONIO COSTA GÓMEZ

 

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