Jesús Baena Criado

Jesús Baena Criado

Carlos J. Rascón
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Jesús Baena Criado nació en Málaga en el año 1992. En 2014 se publicó su libro Aνήρ (Aner en grafía latina) en la 3ª época de la colección Monosabio, dirigida por Diego Medina. En 2015 obtuvo el IV Premio Cero de Poesía de «Los Lunes del Pimpi», que supuso la publicación de Raíz de mi derrota en 2016; apareció también en 2015 en la antología Una nueva melancolía que realizó Álvaro Campos para Ediciones en Huida. En 2017, la Fundación García Agüera recogió en su colección ‘Pliegos de poesía’ la plaquette Hijos de Caín. En 2018 antologó el primer volumen de la colección ‘Málaga, la poesía más joven’, editado por Fundación Málaga; a su vez, comenzó la dirección de Cornvcopia junto a Pedro J. Plaza y Beatriz Domingues, tertulias encuadradas en la editorial El Toro Celeste que dirigen Rafael Ballesteros, Juan Ceyles y Gerardo Ballesteros. En este mismo año fue incluido en la antología Internautas en la red, en la colección ‘Arroyo de la Manía’, que dirige Rafael Inglada. Obtuvo, también en 2018, el III Premio de Poesía María Zambrano de la UNED con el libro Amaro, que será editado por la editorial ETC.

XII

Volverá a nacer la vida en esta tierra:
sobre sus plazas será la memoria el obelisco
que hará de mármol la muerte.

El recuerdo, Eva, sus ojos duermen entre el malva
florecido de los árboles
que son la tumba silenciosa de tus lágrimas;
volverá a nacer la vida y será música
el mar que inunde nuestras calles.

Se abrirá paso el vuelo ante un nuevo horizonte
y la esperanza será un ángel suspendido en el ocaso
que arderá su carne entre el vapor nocturno de las olas
que rompen en tus labios:
su palabra es el rumor de la victoria.

Volverá a nacer la vida y el amor
será fértil el campo y la tierra que surja
de tu vientre amaneciendo de tu boca un nuevo cielo,
y de tus brazos la muerte será extraña
mientras crecen las raíces del olivo.

Nuestros días habrán pasado
y serán el eco incontestable de la muerte.

Eva, muerde la manzana que viste de eternidad tu nombre
y quema en tu seno tu estirpe:
baja sobre mí los párpados que hacen al ángel fieramente humano
y calla en tus adentros la sombra del paraíso:

volverá a nacer la vida pura en esta infancia
que hace su mar, balcón y tierra de artificio:
y el frío del mármol del obelisco
será el testigo indiferente de la historia
como un ángel suspendido en el ocaso.

El cuervo arrancará vida y muerte de la entraña
y blanco manchará de sangre su costado
clavándose la espina de una rosa,
un puñal de plata en flor entre mis manos
es el final y fruto de mis días.

Caín llora en esta plaza a estos árboles
en malva florecidos,
y de sal son las lágrimas que hacen el mar en sus ojos.
Toca con sus dedos la corteza del antaño
árbol mutilado y reconoce en la madera
su cuerpo:

esta es la raíz de mi derrota.
 

(de Raíz de mi derrota)

 
FRAGMENTO
La noche era un toro negro de cuernos estrellados huyendo veloz
de la hambrienta jauría de la aurora, y entre la hierba azul
yo te cantaba:

Te ofrezco mi pecho en flor,
siempre ardido de quererte,
observando
cómo te acercas, amor,
cómo se viene la muerte
tan callando
.

Mira que hoy amaneció como aquel día:
la luz era una espada sobre el cuello desgarrando en dorado
la mañana, anunciando la tragedia la luz era un coro de trompetas amarillas.

Te lanzaste desde la altura de tu vuelo hasta el latido
de tu nombre sobre el barro; acudiste a los colmillos del silencio,
a la fiera mordedura de mi herida, a la sima que entre yedras
fue la trampa;
venías a morirte en mi boca, amor: ya te has muerto.

Y qué verde era el prado: qué verde aquella arteria de consuelo
donde ardió mi juventud en soledad, crepitando la hierba
con el suave arrullo del aire. Atardeció
bajo la embestida constante del estío, el latido inoportuno
de tu nombre señalándome los labios, y las bandadas de los pájaros
rugen como cien tambores en mi oído, y se van de aquí
como tú te fuiste de mi boca.

Te he amado por última vez entre el silencio arrepentido de mis brazos
sin darte la oportunidad de decir nada ni contarte que mi nombre
será el tuyo en cualquier parte de esta ciudad sin historia.
Me vi morir en tu beso, partirme en el abrazo que no te di nunca
como se parte la tarde en una flor no tan lejana de la noche,
me he visto descubriendo en ti el misterio de la vida: nada
ha vuelto a tener sentido. Te escondo en la mentira de mis palabras
como un águila que viene a morir en mi memoria
porque me arranca la voz este miedo irrefrenable de amarte
mientras tu rostro se disuelve entre la espuma de las olas.

Con tus ojos contemplé la belleza, razón de amor,
conociendo el mundo; cómo sangra la herida en esta página helada.

(de Amaro)

EPÍLOGO

Observo el camino que el jazmín bordea, blanca flor de la infancia,
y me sé mirando trescientos años en un minuto
bajo el vuelo suave de la alondra, mirando el tiempo abalanzarse
como un perro y su jauría.

Y qué corto fue el goce del azul que tus aguas derramaron
sobre el campo que a tus hijos entierra, crepitando la hierba
con el suave arrullo del aire. Veré cómo amanecen en mi cuerpo tus días,
cómo será mi carne un desierto sin vientre; golpeará la noche como un toro
tu cielo en la aurora y yo besaré tu herida que es la mía hasta el ocaso.

Diré tu nombre hasta que en esta tierra se confunda, haré mi hogar
del verso en tu latido; habitaré la muerte sin morirme
hasta que el barro abrace cálido mi cuerpo: nacer de nuevo,
nacer después de la nada la semilla que en tu voz lleva mi nombre:
volver a la Ciudad del Paraíso.

(de Amaro)

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