Jeanne Karen

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Jeanne Karen (San Luis Potosí, mayo de 1975), poeta, editora y tallerista. Tiene siete libros publicados: Canto de una mujer en tierra, Cuaderno de Ariadna, La luna en un tatuaje, El club de la tortura, Hollywood, El gato de Schrödinger, Cementerio de elefantes y algunas antologías y cuadernillos. Su obra ha sido difundida a través de varios medios impresos y electrónicos en México y en otros países. Una escuela de nivel básico lleva su nombre. Tiene cuatro poemarios inéditos. Ha sido becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes en la categoría de creadores con trayectoria en el área de Literatura y ha ganado varios premios, entre ellos el Premio Manuel José Othón y el Salvador Gallardo Dávalos. Actualmente prepara una novela.

Selección de poemas para Espacio poético

por Jeanne Karen

UNO ES EL LUGAR DONDE HABITA
una calle que contiene el mar
la basura que escapa entre las escaleras
o esa mujer que corre hacia la rompiente de los días

Uno es toda la ciudad
con sus ataques de polio o sífilis
y el abrigo color grasa y carbón del invierno
que protege la piel de pavimentos y drenajes

Nada sirve fuera del laberinto
El sentido es esa soga ceñida
que nos lleva a través del tiempo: espacio
entre espejos que se besan

Los pensamientos se evaporan como el canto
de las chimeneas que se alzan
destrozando el silencio ganado a lo largo del día

Al Norte las vías del tren nos parten la cabeza

UNA TERRIBLE LUCIDEZ COMO LA NOCHE
como la carne oscura y pesada de una ballena
que trata de conservar las costuras de su piel
los músculos en su lugar
la idea fija de quien debe ser

Una sombría lucidez que intenta
apoderarse de su corazón de océano agitado
y fundirse con amoroso ímpetu a sus palabras
porque se siente contenida en ellas como un cántaro

Lucidez de cauce que mantiene el agua
los peces y las piedras
bajo el largo
el sordo río de su propia voz

Una terrible lucidez como en la medianoche
un estruendo de hierros que arrastra
la mutilación de pensamientos y emociones
encontrados en una misma vía

LA SANGRE ES LA DESCOMPOSICIÓN DEL CAOS
en otras sombras
-te decía, Emily-
pero este otoño tiene plumas color plata
y la felicidad da una vuelta en su caballito de la alameda

Entonces, Emily
todo ha estado muerto desde siempre
y perseguimos nuestros propios fantasmas
cuidamos los vicios
como a una plañidera sedentaria en el sillón
y los ojos se nos vuelven mundos aparte

Si tu jardín de flores santas y agrias
tu jardín de abejas monosilábicas
y su reina encordada
estuviera aquí
me mudaría a él
al verde que enloquece
haciendo arder la higuera
y trayendo la lluvia negra algunas tardes

Ahí, en la habitación del pájaro
donde una pluma es aire
y el espacio un ala desprendida
descanso junto al gorupo
-diamante entre una bruma azulosa
Pero enciende una lámpara, Emily
para salir a dar una vuelta
o el jardín
el pájaro
tu boca
se quedarán en el otoño poseso

(Poemas del libro “Hollywood”, editorial Ponciano Arriaga, San Luis Potosí 2008)

Aquí están las palabras que me dan cuerpo
Aquí está el dolor interminable
y la sombra de ese dolor
que me sacude
Aquí el corazón que estalla
y dicta el prodigio de la muerte
El corazón cómplice de los sepultureros
el músculo que arremete contra la sangre a la hora del placer
y la degusta y la hace suave como un pañuelo de seda
El corazón que se agita y llama
y reconoce el aullido del otro
El corazón de la bondad que se abre para que todo entre
La manzana que brilla entre los huesos
El corazón de la nada
El corazón que resplandece como un pez en el río
El corazón que escapa
y se disuelve como una cucharada de polvo rojo
El corazón que no ama
y el que no es amado
y se funde dócilmente con otros blandos minerales
 
De pronto es marzo y la calle se hincha
y la mente gira confusa como si fuera enero
como si de golpe toda la realidad hubiera caído
sobre la ciudad y los días que avanzan

No hicimos nada del uno de enero
al veintiocho de febrero de este año
No amamos del treinta y uno de diciembre
a mediados de junio del año pasado
ni en los primeros días de cualquier otro mes
No amamos hoy
ni amaremos el uno de marzo del año siguiente

Qué importa si los días nos ven pasar
mientras permanecemos sentados en una banca
y el agua rocía los cuerpos de las madres
que contemplan toda la mañana las palomas
y las escuchan zurear y presienten su vuelo

Qué importa si camino entre surtidores
y el agua huye entre los setos de rosas enanas
y collares amarillos y el calor
-todavía lejos- canta una tonada del trópico
que habla de palmeras ebrias

Parece que todo se aleja de mi entendimiento
el claxon de un auto rompe mi oído
y trato de estallar en silencio
para no gritar que deseo algo que pueda odiar hoy
algo que pueda odiar desesperadamente

Algo como el bostezo largo de esas madres
que compran comida chatarra
y celebran la vida que les golpea el rostro
mientras esperan siempre a que algo suceda
mientras esperan el día uno de marzo
y dicen adiós al día último de febrero
 
Mecanógrafa frente al Sena.
I
El amor aguarda en las riberas      en las playas
Cada ola sabe de los besos prometidos
y su abrazo en el corazón de la eternidad
El Sena
testigo transparente
se queda quieto

II
El río es un sueño que despierta bajo la hoja
hace del temblor un deseo de lluvia
La máquina de escribir dicta la tarde y el movimiento susurrante de los árboles
dicta a la memoria de la mujer
una traducción para trazarla sobre su piel
Aparecen tabulaciones impresionistas bajo sus dedos de luz cosechada
La noche no se acerca todavía
a destruir las aguas

III
Me pediste que arrojara al fondo del Sena todo cuando poseo
Mi cuerpo se hunde igual que la barcaza de la tragedia de Vigo
De la máquina de escribir nace un ave que se desploma
y rompe en un vuelo desesperanzado

cuarteto para otra fotografía
 
I
Pequeños mechones de plata se mecen con el aire que entra por la ventana, lo que queda de tu rostro es color miel, tu mirada la enmarca una máscara pelinegra. Las orejas puntiagudas se aguzan aún más cuando escuchas los débiles jadeos y el respirar de tu presa. Tu hocico supura baba y excitación. Él imagina la vulva que sobresale, los pelos rojos y erizados simulan las tenazas de un cangrejo. Hambre y delicia. Su boca busca la perla que duerme en la concha. Boca de pulpo de Hokusai, húmeda, resbaladiza, que hiere. Es todo tentáculos. Estás posesa, entregada, eres bruma. Los ojos amarillos de zorra se retuercen, tu tauteo es tan intenso. La luna se esconde.
 
II
El ombligo es donde estalla tu universo. Labios que recorren latitudes de ansia y deseo, cuentan nudos, millas, soles. La piel es una estampa y las colinas de su cuerpo te vuelven trashumante. La apeteces desde la primera vez que rozaste la boca, ya la locura te ataba a su cabello. En ella, el andar es música, viento que se pasea por el bosque de tus sueños, caen las hojas con el ondular de sus pestañas, permaneces callado, resistes. El bosque es el símbolo de su existencia. Es tu Ninfa, la celebración. Asir sus piernas es encontrar lo infinito del amor, ahí tu anhelo, abrirla, hallarte renovado como al cruzar un puente. Te bañas en toda el agua de su cuerpo. El sabor de tu mujer, te sigue, tienes una aureola entre los dientes, la izquierda, de su corazón.

III
   Dijo que te usó al menos diez veces, casi todas la misma noche y que nada hay que sea más dulce que tus gritos, ni siquiera el gemir cuando gozas, si no el desgarrarse de tu garganta cuando tienes la cola totalmente abierta. Tu cola o agujero negro, que se lleva todo lo que la atraviesa. Ahí dentro, un mar de leche, pienso. Mientras te hablo y con las manos en tus nalgas, te penetro, como él me contó, un dedo, luego el otro. No dices nada. Mi lengua resbala por tus piernas. También su amigo te recuerda, la misma cama, los mismos patrones en la colcha, tu chillido, la luna en su sitio. Ellos, detrás de ti, trepados, tú, agazapada, con dos agujeros que expresaban pasión, pero también difíciles de saciar, me han dicho y mi miembro permaneció erguido. Estás dispuesta siempre. Escuché. Es mi turno y estoy hambriento.

IV
   Él es la casa de los lirios, permanece en el fondo de una laguna de aguas demasiado turbias. Cuando su ciudad fue destruida, la muerte lo alcanzó, le cortó una pierna y un brazo, pero aun parece estar de rodillas, con el rostro de amante sereno. Ella está completa todavía, fiel a su misión de estatua vigila la entrada a un viejo parque en una ciudad de nadie. Las piernas esperan eternamente al muchacho. Su cuerpo es una estrella en la noche de los árboles. En sus manos la tristeza hace nido. Blanco el recuerdo del mármol, su mirada en algunas tardes profundas del otoño se ilumina. Los reunirá la tierra en otra vuelta, en el próximo movimiento de sus placas. Para ella una tarde entera de besos que la lluvia ha dejado. Para él la nostalgia del sol, un poema antiguo, un rayo de luz que atraviesa el agua.

(Poemas del libro “Cementerio de elefantes”, ediciones Fósforo, INBA, CONACULTA, 2013, Ciudad de México)

Conversaciones en el coche rojo.
I
Mi café está tibio, el tuyo ardiente. Mis labios fríos tocaron el capuchino para desprender el resto de calor que quedaba. A veces puedo ser un iceberg.

II
Pensar hace daño, eso decías; y el café a final de cuentas no terminó de enfriarse. Vivir no duele tanto como pensar. Estar así, tantas horas contigo mismo te hace ir a la memoria que se retuerce desde los cimientos hasta lo alto de su columna y hace un ruido extraño como el de los edificios de concreto que se mueven con el viento polar. No dejas de sufrir mientras la cabeza da vueltas  y vueltas a los asuntos que en realidad no tienen respuesta y que te perseguirán por el resto de la vida: pequeños monstruos que te esperan al cruzar la acera, al doblar la esquina o mientras se apaga el día, cuando cierra la puerta para tragarte. Yo sé que recordarme te corta, te parte en dos: el que debes ser y el que quieres ser. Yo te hago feliz, te llevo a soñar, a ser libre y  desatar las posibilidades infinitas para ponerlas en tu mano sin miedo, igual que una rosa recién cortada todavía viviente, respirando.

Pero debes reconocer que yo en tu mundo soy salvaje y que estoy siempre del otro lado de la pared, en las líneas del camino que nadie pisa, en el aroma perdido del pan de la mañana o en las nubes que de noche sueñan con la lluvia.

III
Tal vez no debas escucharme y terminar tu café solo, pensar que fui una postal de un sitio  lejano que de pronto se coló por la ventanilla del coche y se estrelló en tu rostro, cuando parecías haberlo visto todo; excepto el mar que vino a buscarte para mojar tu cuello y dejarte un grano de sal en la lengua y abandonar sus historias  en la raíz de tu mente. Yo también puedo contagiar el miedo, el frío y las palabras.

(Poema incluido en la antología “En busca de la 11ª. Musa”, Editorial Ponciano Arriaga 2016, San Luis Potosí)

Jeanne Karen
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