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Jane Austen: escribir, caminar, perderse
José de María Romero Barea
Tal vez las intenciones y obsesiones de los autores del pasado no sean tan diferentes de las nuestras. La novela decimonónica, por ejemplo, surge fascinada por cómo nos perdemos y por qué lo hacemos; o, lo que es más importante, qué sucede cuando nos encuentran, nos encontramos o decidimos seguir perdidos. Los relatos de Dickens o Jane Austen zigzaguean a través de las anécdotas, deambulan de tema en tema, se mueven con curiosidad de un asunto a otro. A fin de cuentas, qué es la literatura sino un puñado de sueños, viejos amigos, caminatas, fragmentos de la historia familiar, de esa historia de amor que comenzó una vez, pero nunca termina.
Acaba de publicarse en Reino Unido una pequeña guía para caminantes (Jane Austen´s England, I.B. Tauris) que es, al mismo tiempo, una mini biografía de la autora británica nacida en 1775. Como sugiere la periodista y escritora Laura Freeman en su artículo “Pure filth (“Puro barro”, mi traducción al igual que las siguientes) caminar podría ser una buena metáfora para su método como escritora: leer su prosa es como pasar tiempo en compañía de una excursionista decidida que hunde los pies en el barro, una aventurera que desdeña los mapas pero que, sin embargo, conoce un hecho inesperado y fascinante sobre cada casa, colina o árbol por el que pasa. De la mano de Anne-Marie Edwards, su autora, descubrimos que, en libros distintivos, peculiares e inclasificables como Orgullo y prejuicio (1813) o Sentido y sensibilidad (1811), Austen viene y va, una y otra vez, a las mismas obsesiones, acercándose a ellas desde diferentes ángulos, escribiendo como lo haría una ensayista, una memorialista, una académica, una artista.
Se cumplen 200 años del fallecimiento de la que podríamos considerar una nómada intelectual, una ““caminante infatigable”, tal y como se define a sí misma”, según Freeman, donde “infatigable quiere decir determinada, alguien que sabe exactamente a dónde va”. Una de las ventajas de perderse es lo que inesperadamente encuentras. Aunque perderse también tiene sus peligros. “Se suponía que una dama de la época debía dominar la pintura, el canto o la acuarela, el bordado o el punto de cruz. ¿Por qué no podía ser además una incansable peripatética?” La autora de Emma (1815) se encuentra en el corazón de esta guía, no solo como un símbolo de las valientes aventureras que han creado la Europa contemporánea, sino como el ejemplo de uno de los temas más frecuentes en la obra de Austen: perderse significa aceptar los cambios.
Nos recuerda la periodista inglesa en su artículo para la revista londinense Standpoint, de diciembre de 2017, que Jane Fairfax, uno de los personajes de Emma, “no puede vivir sin su paseo diario”. “Estoy de acuerdo con Miss Faifax”, concluye Freeman, “Ni la nieve, ni la lluvia, ni el calor o la oscuridad de la noche consiguen que me quede en casa”. Sólo acertamos a intuir la transformación: necesitamos salir para descubrir qué hay del otro lado. Amor, sabiduría, inspiración: ¿cómo encontrar estas cosas sin extender los límites del yo a un territorio desconocido, sin convertirnos en otra persona? Leyendo. Escribiendo. Caminando. Perdiéndonos. Quién sabe qué encontraremos.
Sevilla, 2017