Intemperie

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Luis Rivero García
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Intemperie

Creo que no es muy frecuente encontrar hoy en España novedades literarias que impacten por su vocación de estilo. Jesús Carrasco lo hace con este relato. Intenta dejar huella en sus lectores, y lo consigue.

El argumento es mínimo: tanto, que podría resumirse en una frase. Los personajes, sin contar con los no humanos, suman un total de ocho, aunque dos no llegan a decir una sola palabra, y la acción se centra sobre todo en dos de ellos. El escenario es amplio, pero no variado, pues consiste en una inmensa llanura. No hay un solo nombre propio, una sola fecha, que nos sirvan de asidero. El tiempo de la acción es desesperantemente lento. El resultado de la novela, con todo ello, es brillante, provocador, de una suficiencia desafiante.

La clave de su éxito radica – creo – en la morosidad descriptiva sobre la que se levanta todo el relato, que, a la manera de El Jarama, contribuye con su detenimiento a crear en el lector la exasperación que lo ayude a situarse en la perspectiva correcta del protagonista. Cada escena es pintada hasta en sus menores detalles, y ello es tanto más meritorio por cuanto debemos remontarnos muchas décadas y escorarnos a rincones muy específicos de nuestra geografía humana para hallar modelos concretos para la ambientación del libro. Un niño y un cabrero tratan de alcanzar el norte a través de una llanura de sequía inclemente. El autor demuestra tener familiaridad con ese ambiente rural, o bien – lo que no deja de ser más difícil – haberlo interiorizado de manera tan profunda que jamás da la impresión de pedantería, y lo recrea con un léxico de riqueza envidiable, con la plasticidad de un buen fotógrafo, con la imaginación de un buen poeta (“Huertas viejas como tablas de lavar…”).

Otro de los elementos más liberadores del libro es la ausencia de todo aparato de Poder por encima de los personajes: todos ellos actúan y se desenvuelven por sí solos, enfrentados a sí mismos y a los demás, arrojados en un paisaje sin ley ni ayuda contra el que tienen que ganar su continua supervivencia. La única instancia de Poder se da precisamente en el nivel horizontal de esos personajes, en la dominación de uno sobre otros y en la respuesta de éstos últimos. Pero el autor apenas juzga ni retrata con palabras a sus personajes: se limita a dejarlos actuar para que sea el lector quien poco a poco elabore su propio juicio, en la línea de la mejor poesía épica antigua, malograda después por siglos de literatura edificante. Resulta soberbia, en este sentido, la caracterización final de un personaje secundario como el padre del niño, con perfiles bastante bien definidos a pesar de que no participe en la acción y de que el autor no le aplique apenas calificativos en todo el relato. Otro tanto puede decirse de los tres protagonistas: el niño, el pastor y el alguacil, sobre cuyas personalidades nada se dice, lo que induce la obligada reflexión del lector.

Intemperie es un libro desasosegante porque nos habla de la hostilidad que puede rodear nuestras vidas, pero su lectura resulta dulce por cuanto da testimonio de cómo esta vieja arte literaria, cuando los escritores renuncian a hacer Cultura y escriben para siempre (o para nunca), puede abrir nuestros ojos sobre el mundo en que vivimos.

Luis Rivero García

 

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