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“In Taberna Quando Sumus Non Curamos Quid Sit Humus…”
“Cuando estamos en la taberna, no nos interesa donde sentarnos…”
Carmina Burana (Parte II, nº 14)
…Estos ¿tediosos? veranos de la ciudad de Sevilla conceden un descanso inesperado. En apariencia la ciudad se queda despoblada, triste, sola, mustia pero…¡Quizá no tanto!.
Sin aferrarse al poema de Antonio Machado;(–¡Oh, maravilla,/Sevilla sin sevillanos,/la gran Sevilla!/….Sevilla sin sevillanos,/ ¡oh maravilla!) se resiste a la ciudad vacía y desocupada, de la que todos han desertado…
Nos queda la vehemencia de poder compartirla con un puñado de parroquianos supervivientes, sufridores de la calima de esta tierra en momentos de esparcimiento y… ¡Con solo cuatro piscinas municipales para cerca de un millón de habitantes!.
Sin la monotonía que la villa andaluza puede provocar el resto del año. Con socarronería, se recuerda, a los que se han marchado para disfrutar de sus semanas de ocio. Muchos, a unas playas atestadas por una multitud que es capaz enfrentarse y discutir para pedir un refrigerio o una ración de pescaito frito. Ciudades con vistas al mar que, estos días, están abarrotadas por los que nos han abandonado, han huido, aprisa, de la capital…“Quién a dios se la dé, san Pedro se la bendiga”.
Y es que, a estas alturas, se está en condiciones de afirmar, no sin cierto regocijo. Con el conocimiento que otorga el permanecer tantos veranos en la urbe que, a la ¿metrópolis?, ¡aún le quedan tabernas abiertas!. Esas que por las estrecheces del momento unas, o por la eterna racanería de otras muchas, no cierran en época estival… ¡Ah! y donde sirven buen vino del Sur, (de Jerez) entre otras bebidas alcoholicas, sin dar codazos para que te atiendan en el mostrador. ¡No!, no se añora la playa…
Subtitulado al castellano….DESDE EL MINUTO 1:37
Sobre todo, y es de agradecer, contemplar como se quedan las calles sin automóviles. Sin sus humos tóxicos que tanto nos envenenan. Vías con infinitos aparcamientos de vehículos ahora desocupados y en los que, hace apenas unas semanas, se disputaban, estresados, los residentes del barrio, con los intrusos. Mercados y grandes superficies que se resignan, (también sus trabajadores, estos, sin descanso) a ver mermadas sus cajas registradoras. Como cantaba Carlos Gardel…”a media luz”.
De pronto, se establece un chocante silencio en la ciudad. Un sosiego solo alterado por el zumbido los modernos aires acondicionados que, por desgracia, o no, tanto proliferan por la ciudad…y el estruendo de las máquinas. Aparatos que, apresurados, procuran acondicionar y adecentar los socavones de las calles y los destrozos de las aceras. Esos baches que se han generado en los últimos meses. Estos artefactos, aunque parezca increible, renuevan, con grandes zanjas y obras eternas, canalización del agua, la luz, la telefonía…
Muchas de estas tareas se realizan de forma repetitiva…Todos los veranos se levantan unas calles, por alguna “extraña” e incomprensible circunstancia…y nos preguntamos…¿pero no la abrieron el año pasado…?. ¡Nao me lembro!
De todas formas, sin buscar la crispación, Sevilla, ombligo de Andalucía, nos obsequia estos días con sus panorámicas centenarias su… ¡Patrimonio Universal!, su belleza incontestable… Eso sí, a 40ºC, no deja de sorprender el deambular de los turistas, mapa en mano, a horas intespectivas, y con piel de color marisco…
Los mismos 40ºC de la ciudad donde, atrevidos inmigrantes, (¡oh!. ¡Qué horror!. ¿Serán de ISIS, de Alqaeda?…en fin…) se apostan, a horas inadecuadas, en los semáforos. Eso sí, ofreciéndonos, con su amplia sonrisa, como siempre, sus pañuelos de papel…o mejor, un euro (¿y por qué no?). Como si no pasara nada…como si el verano de la city, la canícula, la galvana, no fuera con ellos. Estos, amigo Alonso Quijano, no se van a la playa…
Para acabar como comenzamos, este verano sevillano, de dilatados momentos en tabernas con tertulia casquivana; horas de lectura de periódicos, de escucha del panorama político en los monótonos “telediarios” de la caja tonta…
…Se me viene a la cabeza los famosos “Goliardos”. Esos compositores medievales de poemas y cantos jocoso-burlescos con letrillas que atacaban la riqueza y corrupción del alto clero y…no tan clero, de los poderosos. Interpretaban y desafiaban con ironía, escarnio y transgresión toda norma moral y conducta social de la época. La mayoría de ellos eran, sobre todo, estudiantes. A cambio, recibían como pago unas monedas, vino o una sopa caliente en los conventos. Como fueron salvajemente perseguidos, se vieron obligados a asociarse con los integrantes del bajo mundo: juglares, saltimbanquis…lo que provocó su marginación. A pesar de ello; de sufrir continuas persecuciones y soportar leyes, decretos y toda clase de edictos en su contra, el movimiento continuó, alimentado, por lo mismo que cantaban.
¡Larga vida!.
Pues eso, apuntémonos a la visita de las tabernas estivales de Sevilla.
Ángel del Pozo Redondo
Librero y editor.
Sevilla.