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Por Francisco Vélez Nieto
Henry James. Una extraña aventura
“el escritor no tiene clase. Pues entonces solo puede ser un artista, es la única suposición posible. Porque el artista no tiene clase social: Porque el artista está desclasificado desde su nacimiento”
Thomas Mann
La densidad de la narración, como en toda la obra de H. James, embarga al lector desde el inicio de esta crítica y tierna aventura; protagonizada por una joven telegrafista que irá logrando durante todo el proceso narrativo la atención del lector a medida que la historia va describiendo con minucio¬sidad el reducido espacio, lugar, donde trabaja la joven, su entorno y ambiente que se respira dentro de esa jaula que quiere escapar a la calle. Desde allí, ella, esta joven empleada de Correos, va asumiendo un protago¬nismo como única motivación con que sentirse ahogada por la rutina gris del trabajo, labor diaria desde la que ha venido creciendo su interés por un mundo paralelo que se encuentra en el exterior a escasos metros cuadrados, desde donde se observa a sí misma como se consume su propia joven vida, Un mundo raquítico diferente al de la calle, inalcanzable para ella, pero con el que tiene la relación anónima que le proporciona el trabajo que desarrolla. Y dentro de ese espacio tan distante como diferente, se encuentra ese otro personaje que la inquieta cuando se acerca a la ventanilla de correos, la jaula, para enviar extraños telegramas.
Este personaje no es uno más entre sus distinguidos clien¬tes del elegante barrio donde está situada la estafeta de correos, se trata de un apuesto joven capitán que despierta curiosidad e interés porque a veces viene acompañado una mujer llamada Cissy que firma los telegramas con distinto nombre. Todo esto desborda e inquieta la imaginación de nuestra protagonista hasta el extremo de atreverse a pensar que puede escapar de la opresiva jaula, al poder crearse ella misma una relación secreta, si se decide a que todos los textos que vayan enviando estos dos personajes los so¬meta a un seguimiento secreto. Porque la rutinaria vida que soporta ha llegado a formar parte de ellos, no solamente de una manera un tanto ilícita por procurar descifrar existencias de una clase superior e inalcanzable para ella, sino que al ir memorizando el contenido de los telegramas que se van alojando en su mente formando parte de ella misma en su interior, como algo que también le corresponde, al mismo tiempo que va componiendo paralelamente hacerlos partícipes con el mundo en el que vive enclaustrada.
Así corre la historia que, transcurrido un tiempo, va percibiendo la forma de un peli-gro existente en ese tráfico de telegramas, y como el apuesto personaje ya no le es ajeno a esas ficciones convertidas en realidad, es por lo que decide intervenir cuando percibe una posible conflictividad. Cuando el misterio del asunto todo estriba en la recuperación del texto de un telegrama cuyo contenido puede provocar serios problemas a su personaje idealizado. Por que se trata de un envío ya caducado, por lo que la copia ha sido destruida. La urgencia de recuperarlo sofoca e inquieta al personaje masculino; la memoria y pasión de la joven de la jaula le recupera el mensaje, porque lo ha conservado en su mente. El apuesto capitán respira, da las gracias y desaparece para sumer¬girse en el mundo de su clase social, tan distante, tan imposible y diferente. Nada sorprende a esa joven anónima, pues no se conoce ni su nombre a lo largo de toda la narración. Ella es consciente que las diferencias sociales representan la barrera que separa cualquier posible ilusión: “El aroma llegaba a la nariz de esta observadora, sin embargo, no podía arrancar jamás siquiera una margarita. La única frescura en su penosa rutina diaria era la inmensa disparidad, la diferencia y el contraste de clases, entre instantes y movimientos”. Una expre¬siva y conmovedora narración propia de un maestro del arte de escribir con hondura y esmerado estilo.